Ya pasado algunos días, hemos escuchado diferentes interpretaciones de lo ocurrido con la elección de consejeros constitucionales, en donde las perspectivas se polarizan entre quienes proclaman su elitismo, degradando la participación directa de la gente común, y las personas que defendemos el protagonismo colectivo y la soberanía popular; en otras palabras, entre quienes participan del proceso y quienes lo desconocemos.

Lo anterior, en el entendido que quienes avalan lo hacen también al texto acordado por la élite con sus bordes inexpugnables, en que se modifica el sentido del atropello a los DDHH y en donde se afianza explícitamente el Estado subsidiario, entre varias otras deslealtades hacia la ciudadanía (la que lo entiende o la intuye).

En este sentido, se observa que compitiendo solo entre quienes avalan el proceso, las derechas pinochetistas obtienen el poder total del Consejo, con electos sobre los tres quintos (33 de los 51 escaños) más el plus de las derechas concertacionistas. Así, los guarismos indican que la ultraderecha en este escenario logra sobre un tercio (22 de los 33) lo que le da el poder de veto sobre los textos en su etapa de aprobación.

Por su parte, la población que no reconoce la validez del proceso en marcha, y en situación de voto obligatorio, alcanzó un treinta y nueve por ciento del padrón de ciudadanía con derecho a voto (abstención, nulos y blancos), más un plus de gente, que, aunque no cree legítimo el proceso, aun vota por «el mal menor», desde el terror al pinochetismo violentador de DDHH y asesino.

Así, en esta polaridad social, ya comienza, sin esperar ni importar el texto constitucional, la disputa por el A FAVOR o el EN CONTRA del plebiscito de diciembre próximo.

Hoy es válido preguntar por la respuesta que promoverán desde la Concertación y el Frente Amplio; en el contexto de lo que muestran actualmente sus actos con la aprobación de sacar a los militares a la calle, aprobar el TPP11,  su apoyo a las gigantes extractivistas, el respaldo a Carabineros, la ley «gatillo fácil», la precarización sindical, una nueva empleabilidad que no supera un cuatro por ciento de trabajadoras y trabajadores con contrato, la inoperancia para detener la violencia e impunidad contra la mujer, la postergación de la promesa de pagar la deuda histórica a las y los docentes, las leyes de criminalización de la protesta social, de la migración y ahora la de tomas de terrenos.

Podría pasar que sus «líderes» prioricen estampar su firma en una constitución redactada por el pinochetismo, como ya lo hizo Lagos a fines del siglo pasado; es una probabilidad.

En este escenario, en que el sistema político en su versión actual, controlado por individuos sin arraigos ideológicos, orgánicos ni menos territoriales, que se desafecta de las necesidades de las mayorías asalariadas, jubiladas y desempleadas del país, desamparadas en sus necesidades, en su precariedad, en su esperanza de un mejor futuro a corto y mediano plazo, ¿qué haremos quienes levantamos la actividad política como una lucha legítima contra un modelo económico y unas relaciones sociales inhumanas?

No será colocando fe nuevamente en voluntarismos personales, en donde una y otra vez tales personajes priorizan en contra de las necesidades de las mayorías, o se arrodillan frente a los poderes fácticos.

Solo nos quedan la rebeldía, la porfía, es decir, el camino difícil.

Superar la etapa de individualismo, avanzar en el reconocimiento de la diversidad como un valor y trabajar incansablemente por la convergencia del colectivo, en una dirección humanista, en el sentido amplio del término.

Ese colectivo requiere articulación en los territorios, en los lugares de trabajo y estudios.

Ese potencial poder colectivo necesita ámbitos de estudio y reflexión, en donde auto formarse, aclarando sus estrategias y tácticas de actividades.

Ese colectivo debe construir grandes, visibles y atrayentes puertas de entrada a la tarea común.

Esa fuerza conjunta, está llamada a generar efectos de demostración, que indiquen que en un lugar un nuevo sistema comienza a funcionar, una forma social humanizada, participativa, cooperativa, creativa, alegre, solidaria, fraterna, sin privilegios y sin excluidos. Una demostración replicable a nivel regional, nacional y mundial.

Estamos llamados en una dirección evolutiva, y no a quedarnos sosteniendo un modelo inhumano, violento, que se cae sumido en su propio nihilismo.

No lloremos por este cadáver. Pongamos nuestra energía en el gran parto, en donde nazca el mundo nuevo.

 

Redacción colaborativa

  1. Angélica Alvear Montecinos; Sandra Arriola Oporto; Ricardo Lisboa Henríquez; Guillermo Garcés Parada; César Anguita Sanhueza.

Comisión de Opinión Pública

Partido Humanista