Por Hugo Behm Rosas*

FRATERNIDAD EN LOS CAMPOS DE CONCENTRACION DE LA DICTADURA

Del prólogo de Miguel Lawner:

Este es un canto de fraternidad por encima del odio.

No abundan los libros escritos sobre las experiencias que sufrieron decenas de miles de chilenos, confinados por la dictadura militar en centros clandestinos de prisión, tortura y/o desaparición.

La mayoría describe, con mayor o menor detalle, los crueles tormentos a los que fueron sometidos.

El libro del doctor Hugo Behm es algo diferente. Pone énfasis en el sentimiento de solidaridad, de confraternidad y ayuda mutua entre los prisioneros políticos, que ayudan a superar las adversidades a que están expuestos. El autor destaca los lazos de compañerismo, que según afirma, no alcanza ningún momento fuera de la prisión.


LA NAVIDAD DE 1974 (I)

Estábamos a fines de 1974; se acercaban la Navidad y el Año Nuevo. Eran duras pruebas para nosotros. A través de los meses nos habíamos acostumbrado a la condición de prisioneros: hacíamos nuestra vida dentro de esta población cerrada, inmersos en los problemas internos nuestros. Solamente el fin de semana, cuando venían las visitas, revivían y se apoderaban de nosotros los recuerdos del hogar y de la familia ausente. Por eso mismo, esa fiesta tan familiar que es la Navidad pasaba a ser realmente un riesgo para todos. Es ese momento, en ese instante, ¿cómo reaccionaríamos ante la nostalgia aguda del hogar distante?

Había pues que preocuparse de darle a la Navidad un sentido fortalecedor, un sentido profundo que mantuviera la línea de trabajo y la moral de los prisioneros. Teníamos un grupo muy eficiente de teatro y canciones. El Teatro Aleph había sido tomado prisionero casi en su totalidad y gracias a ello se había formado un grupo de aficionados de muy alta calidad. Teníamos también gente en poesía y canciones que estaba haciendo una labor cultural verdaderamente de alto nivel.

El grupo respectivo decidió pues organizar el Show de Navidad que la guardia había permitido que se montara. Se tomaron los textos bíblicos correspondientes, se elaboró un guión que contaba la historia de Cristo, de su nacimiento, de su vida, de los valores que su enjuiciamiento y muerte sembraron. El texto era bello y poético. Fue enviado al teniente de guardia para la revisión y censura correspondiente. El hombre lo encontró totalmente satisfactorio y sólo objetó una frase que decía: ¡Viva el Salvador!, seguramente porque la asociaba a Salvador Allende muerto.

El grupo de teatro trabajó arduamente. Esa noche de Navidad, después de la comida, nos juntamos en el pabellón que servía de comedor y para estos actos. Las bancas habían sido colocadas como en un teatro, las mesas habían sido removidas y en una pequeña tarima había un cuna, más bien dicho el símbolo de una cuna, que representaba el sitio de Belén donde Cristo había nacido. La representación había sido organizada de manera que la historia era contada por dos actores que se alternaban en el relato del texto y que lo hacían de un modo extraordinariamente dramático y teatralmente perfecto. Intercalados en este texto bíblico -que era bastante fiel- estaban cinco relatos que habían sido encargados a cinco auténticos representantes de cada grupo. Uno representaba a un estudiante. Un estudiante universitario, y realmente era un estudiante. La representación de los mineros fue entregada al presidente del sindicato de la pequeña y mediana minería. La de los profesores fue asumida por un auténtico profesor -un hombre de 73 años, el más anciano de todos los prisioneros- que había sido rector de liceo, un hombre muy estimado en el norte del país. La representación de los pobladores fue tomada por otro compañero que efectivamente había sido líder en una población marginal. Los campesinos fueron representados por uno de ellos, un líder combativo, la historia del cual contaré en otra oportunidad. Por último, se encargó al diputado demócrata-cristiano Huepe que actuara a nombre de los católicos. Cada uno de ellos fue dejado en libertad para escribir un texto que significara una ofrenda a la idea del Niño Jesús de parte del grupo que encarnaba.

La historia empezó a ser contada y su dramatismo nos fue penetrando y sensibilizando: trataba del nacimiento de este niño pobre en un ambiente pobre, su crecimiento y sus primeras manifestaciones de rebeldía ante la injusticia del mundo en que vivía, el fortalecimiento de los valores humanos más profundos, su enfrentamiento con la jerarquía imperante y explotadora, la identificación de los ricos como aquéllos que tenían menos posibilidades de llegar al cielo de los justos y, por último, el apresamiento y la condena de Cristo.

Los relatos nos parecían tan vívidos como si en ese momento mismo estuvieran ocurriendo. Cada una de las intervenciones fue extraordinaria, en el lenguaje genuino y apropiado y por su enorme contenido y fuerza expresaron los anhelos de justicia y rebeldía de todos estos grupos que conforman nuestro pueblo, nuestra masa obrera y nuestra masa campesina. Recuerdo las palabras de ese viejo magnífico que era Gaete y que nos conmovieron enormemente; de pequeña estatura, tenía algo de profeta al hablar allí en el seno de un Campo de Concentración, rodeado de metralletas y ametralladoras, mostraba tal pureza, parecía iluminado…¡Cómo olvidar las palabras de los mineros, los estudiantes y los campesinos! La última de las intervenciones correspondió a Huepe, un hombre muy emotivo, que ofrendó a la idea del Niño -que obviamente como católico le era muy cara- la carta que por la Navidad él había recibido de su propia hija. Esta carta dirigida al padre preso era extraordinariamente bella y él la leyó con tal emoción que en el último momento su voz se quebró y se trocó en lágrimas. Después siguió la historia de Cristo, como una tragedia griega que había de llegar hasta su propia muerte. Los actores hablaban de esa siniestra conjura contra Cristo, que de algún modo era la misma conjura contra nuestras propias ideas, de su juicio injusto, de su brutalidad, de su tortura, que era también la nuestra. Así representada era tan vívida, era tan acusatoria para la guardia que estaba ahí presente y que al comienzo se había entusiasmado con el relato, que de pronto comprendió que esta acusación contra los asesinos de Cristo era una acusación ahora contemporánea, contra ellos mismos. El locutor, teatralizando magníficamente, con la voz ronca y los ojos fijos en ellos, los señalaba como la guardia que iba a asesinar a Cristo.

 

 

ESPORA EDICIONES, Santiago de Chile 2019
*Hugo Behm · Después de obtener su título de médico cirujano en 1936, a partir de 1953, se dedica a la bioestadística, formándose en la Escuela de Salubridad de Chile y en la Johns Hopkins University, profundizando sus estudios en la Columbia University, en Nueva York. Colaboró en temas de salud pública con Salvador Allende, desde los años en que el futuro Presidente era senador de la República. En 1974 es hecho prisionero por el régimen militar. En septiembre de 1975 es trasladado desde el campo de concentración de Ritoque y expulsado del país, gracias a las gestiones realizadas por la Asociación Americana de Salud Pública (APHA) en pro de la liberación de seis trabajadores de la salud detenidos y encarcelados.