Nalini Shekar: Dignidad y legitimidad para los recolectores y recolectoras de residuos

por Sherma Benosa

A su regreso a su país de origen, Nalini Shekar vio enseguida la pieza que faltaba en el programa de gestión de residuos sólidos de Bangalore: los y las recolectores de residuos.

Su  lamentable falta de inclusión en las conversaciones sobre, irónicamente, el mismo tema en el que desempeñaban un papel central, hizo que Nalini abandonara sus planes de jubilarse, la razón por la que ella y su marido volvieron a la ciudad en primer lugar.

A los pocos meses de su llegada en 2010, Nalini, que llevaba 23 años fuera de Bangalore, cofundó Hasiru Dala («Fuerza Verde» en el idioma local) con el objetivo de integrar a estos actores al sistema formal de gestión de residuos de la ciudad.

«Se hablaba de una gestión descentralizada de los residuos en la ciudad. Pero no se hablaba de la gente a quienes se la estaba imponiendo. No se puede hablar de gestión descentralizada de residuos sin los y las recolectores, aun así, no se los incluía en el debate. Eran invisibles, así que empezamos a organizarles para que siguieran teniendo acceso a los materiales reciclables», explica esta trabajadora social que, 13 años antes, cofundó un sindicato de recolectores de residuos en Pune -el Kagad Kach Patra Kashtakari Panchayat o KKPKP- y trabajó durante años en temas de derechos humanos en Estados Unidos.

Lamentablemente, los y las recolectores de residuos no solo quedaban excluidos de los debates sobre los temas que las afectaban, sino en todos los aspectos de la vida, ya que eran prácticamente invisibles en la sociedad.

«Cuando nacemos, se nos expide un certificado de nacimiento. Muchos de los y las recolectores que pertenecían a la comunidad dalit no lo tenían», cuenta Nalini.

Los dalit o intocables constituyen el escalón más bajo del sistema de castas de la India. Son trabajadores sin rostro, sin nombre y no remunerados que hacen el «trabajo sucio», como la recogida de basuras.

«La mayoría de ellos no tenía ningún tipo de identidad, a pesar de haber permanecido en la comunidad durante años: 10 años, 20 años, 40 años…»

Sin ninguna tarjeta de identificación, no solo no podían acceder a los servicios sociales, sino que vivían y morían sin que quedara constancia de su existencia.

Peor aún, la recolección de residuos no se consideraba una actividad legítima y la gente no reconocía su extraordinaria contribución a la ciudad, por lo que ninguno de los y las recolectores cobraba por el trabajo que hacía. En su lugar, ganaban dinero vendiendo los materiales reciclables que obtenían en su recogida de basuras, que solo ascendían a menos de dos dólares en un buen día.

«Así que mi principal problema era cómo integrarlos al sistema local de gestión de residuos sólidos para que pudieran tener unos ingresos previsibles y, al mismo tiempo, ver cómo podían acceder a la seguridad social o a los derechos sociales», dijo Nalini.

Al no poder acceder a los servicios sociales, la mayoría de los y las recolectores carecían de hogar. Vivían bajo los puentes y en las aceras, sin servicios que les permitieran llevar una vida digna. La recogida de basuras también era un reto porque no tenían acceso a los residuos, ya que el organismo local exigía a los ciudadanos una recogida eficiente. Vagaban por las calles y los vertederos en busca de materiales recuperables. Eran acosados por el público, e incluso por la policía, por hacer su trabajo.

«Así que pensamos: cambiemos las circunstancias en las que trabajan. Si tenemos un mejor sistema de recogida puerta a puerta, si tenemos un centro donde puedan hacer su clasificación de residuos en lugar de hacerlo en la calle, su vida será mejor», dijo Nalini.

Las dos primeras medidas de Hasiru Dala consistieron en organizarles y darles formación para mejorar su sistema de recogida y profesionalizar su trabajo. Les enseñaron sistemas de recogida adecuados y otras técnicas, como la gestión de residuos orgánicos. También les impartieron sesiones de aseo personal y les enseñaron cómo comportarse al hablar con la gente, como los propietarios de viviendas con los que se encontrarían a diario. También colaboraron con la ciudad para establecer centros de recogida de residuos secos.

Hasiru Dala también logró que la ciudad les emitiera tarjetas de identidad. Tras varios diálogos políticos e intervenciones judiciales, el gobierno local finalmente expidió tarjetas de identidad que contenían su información básica y los/las identificaban como recolectores de residuos, autorizándoles finalmente a hacer su trabajo dentro de la jurisdicción de la ciudad.

Tener derecho a gestionar los residuos significó que algunos recolectores ya no tenían que correr el riesgo de vagar por las calles para hacer su trabajo. Algunos incluso ofrecieron sin miedo sus servicios a los habitantes de los apartamentos y a los generadores de residuos masivos.

«Con esta tarjeta de identificación en particular, que es casi idéntica a la del alcalde, el acoso empezó a disminuir. La vida de los recolectores y recolectoras ha mejorado. Sus hijos ahora tienen una identidad para ir a la escuela. Empezaron a tener cuentas bancarias. Pudieron solicitar diferentes derechos, como pensiones y becas para sus hijos», explica Nalini.

Al ver el resultado positivo de sus intervenciones, Hasiru Dala procedió a trabajar en los problemas de vivienda de estas personas, implicándose una vez más con la ciudad.

«La vivienda es la clave. La vivienda aporta mucha estabilidad», afirma Nalini. «Aporta seguridad y oportunidades para los hijos de los y las recolectores. Así que hemos trabajado mucho en ello, incluso mejorando las viviendas que tenemos, utilizando materiales usados, reduciendo así la huella ecológica en la construcción». Muchos donantes se acercaron a compartir los materiales que no necesitaban tras demoler o rehacer su vivienda, lo que sirvió de gran ayuda».

Hasta ahora, Hasiru Dala ha cambiado la vida de casi 20.000 recolectores y recolectoras de residuos. Se han prestado 16.169 servicios sociales entre 2021 y 2022; se han expedido 11.380 tarjetas de identidad profesionales; se han matriculado y readmitido 272 alumnos de primera generación y se han concedido 1.597 becas y préstamos estudiantiles.

Las estimaciones de Hasiru Dala muestran que, de media, un recolector recoge entre 60 y 90 kilogramos de residuos al día. Con 15.000 recolectores en Bangalore, esto se traduce en un ahorro de 84 millones de rupias (840 millones de INR o 10,2 millones de USD) anuales para la ciudad.

Nalini ha recibido numerosos galardones por su trabajo, entre ellos el Premio Kempegowda en 2015 de la ciudad de Bangalore. Ese mismo año, fue elegida por BBC News como una de las 100 mujeres de la India que marcan una diferencia en la sociedad.

Pero lo que más enorgullece a Nalini son los notables cambios que se han producido en su comunidad. Si antes los y las recolectores eran invisibles, ahora tienen voz.

«Su participación fue clave en nuestras campañas», dijo, y añadió que su postura en las políticas se basa en las realidades sobre el terreno y es el resultado de las consultas con los afectados. «Si tenemos que responder a un proyecto de ley, por ejemplo, explicamos las disposiciones a los recolectores de forma sencilla. Y luego recibimos sus comentarios».

Y añadió: «Todas nuestras estrategias se crean conjuntamente con ellos y ellas. Cuando hay co-creación y participación, también hay aceptación por parte de los recolectores en todo lo que hacemos. Creemos que tenemos éxito por eso».

Hoy, 12 años después de que volviera a casa para jubilarse, solo para emprender una larga y gratificante campaña de defensa de los derechos de los y las recolectores, Nalini no se ve jubilándose pronto, pero admite que está considerando la posibilidad de cambiar de funciones en los próximos años. «Es posible que relegue mi papel de gestora», afirma. «Creo que aún queda mucho por hacer, pero vamos en la buena dirección. También sé que hemos desarrollado mucho liderazgo en la comunidad; las cosas que no estaban ahora están ahí, y el trabajo continuará. Estoy segura de que seguiremos adelante y que ahora estamos en un buen momento».

Para Nalini, la capacitación de la comunidad es la cumbre de su trabajo. «Creo que de lo que estoy más orgullosa es de que los y las recolectores de basura hayan llegado a hacerse cargo de su trabajo, hayan establecido conexiones, y no solo estén trayendo el cambio a su propia comunidad y a su propia familia, sino que también estén contribuyendo en gran medida a la mitigación climática».

La propia Nalini está sorprendida de lo masivo que ha sido el cambio.  «La comunidad se está ocupando de sus propios problemas. Los propios recolectores hablan ahora de sus derechos. Antes, dejaban que la gente hablara de ellos de cualquier manera. Pero ahora hablan de sí mismos. Saben que su contribución ha ayudado económicamente a la ciudad. Así que están muy orgullosos de sí mismos. Ahora se levantan y dicen: ‘Sí, recolecto residuos y estoy orgulloso u orgullosa de decir que contribuyo económicamente a que mi ciudad reduzca sus costes de gestión de residuos sólidos'».

Añade que los y las recolectores también comparten sus conocimientos con los demás. «Son personas que no saben leer ni escribir, pero que enseñan a los demás la importancia de la separación de residuos, cómo hacerla y cómo mitigar el cambio climático con su trabajo. Lo hacen de maravilla. Son elocuentes y comparten conocimientos con un público que antes no los veía como personas importantes en la sociedad, porque todos proceden de la comunidad dalit -la comunidad marginada- y era mucha la distancia que la gente mantenía con ellos», afirmó.

Nalini subrayó que el cambio también es evidente en la comunidad. «Antes, cuando preguntabas a la gente por los recolectores de basura, te decían: ‘Son sucios y pobres’. Pero si hoy hago la misma pregunta a un grupo similar, dirían: ‘Oh, son ecologistas, son trabajadores esenciales’. Así que la percepción ha cambiado. Quizá no en el 100% de Bangalore, pero sí para un número significativo de personas que trabajan en los espacios públicos. Todos ellos saben que se está produciendo una enorme diferencia», afirma.

Y esa enorme diferencia, ese cambio masivo que Nalini sembró cuando decidió retrasar su jubilación, seguramente le dibujará una gran sonrisa en la cara cada vez que mire atrás en unfuturo, cuando por fin haya dicho «ya he hecho suficiente», sabiendo que no solo intentó marcar la diferencia, sino que además lo dio todo y lo consiguió, a lo grande. Y lo que es más, inspiró a muchos otros a hacer lo mismo.

Algunas «jubilaciones» no son el final de una experiencia que cambia la vida; a veces, son el principio.

 

Traducido del inglés por David Meléndez Tormen