Cuando piensas que ya has llegado te das cuenta de que aquí dentro hay muchas otras fronteras. El idioma. Las ayudas. El sistema dice todo el rato: falta la documentación. La burocracia es racista

Por María González Reyes¹/ctxt

Yo sé quién es ella y me acerco. “Estoy buscando una semilla como esta”, me dice mostrándome en su mano abierta una bellota de roble. Hace frío. Arriba, el sol de invierno.

Le digo mi nombre. Me dice el suyo. Safura. Charlamos sobre la nieve y los árboles mientras sus tres hijas y su hijo juegan. “Creo que no recuerdan nada del viaje”, dice. “Te esperan, Safura, tenemos que entrar”, le avisan.

La sala es lo suficientemente grande como para que nos pongamos en círculo. “Ya sabes, cuenta solo lo que te apetezca compartir, esperamos no hacerte ninguna pregunta incómoda o inapropiada, pero si es así no dudes en decírnoslo”.

Safura comienza a hablar.

El motivo de mi viaje era salvar a mis hijas y mi vida. Afganistán es muy duro para las mujeres. No sé cuántos años tengo, no tengo ningún documento. En los pueblos es así. Cuando preguntas a tu madre ¿cuándo nací? ella no responde con un día o un mes. Dice: naciste cuando estaba nevando o naciste en el momento de recoger la fruta. Para muchas mujeres no hay constancia de que naces ni de que mueres. Si te asesinan nadie lo sabe. Yo nací en uno de esos pueblos pequeños de Afganistán.

Trabajaba en el campo, era un trabajo duro. Éramos siete hermanas y cuatro hermanos. Ya no me acuerdo qué lugar ocupo entre ellos. No fui al colegio. No aprendí a escribir ni a leer. En mi pueblo nunca dejó de haber talibanes, ni antes ni ahora. Por eso no pude aprender las cosas del colegio.

La situación era muy difícil así que contactamos con gente que nos podía pasar la frontera. Tuvimos que pagar mucho dinero. De Afganistán a Irán. Después, Turquía.

Caminamos mucho. Atravesar fronteras es caminar, caminar, caminar… Hay muchos intentos. Vas. Vuelves. Te internas en el bosque. Muchos días. Y llegamos a Bulgaria después de mucho tiempo caminando. De días sin comida ni agua. Mi hija mayor estaba muy enferma. Vomitaba y estaba muy cansada. Hubo ratos en que uno de los hombres a los que pagamos la cargaba en el hombro como un saco. No podíamos llamar para pedir ayuda, nos habían quitado los teléfonos. No teníamos las medicinas que necesitaba. Pensaba que estaba muerta. Nos cogió la policía. No sé cómo consiguió resistir. La vida ganó a la muerte.

Luego pasamos a Serbia, Hungría y Austria. Ahí nos volvió a coger la policía. Solo salíamos de mi país para salvarnos.

En el viaje pasan muchas cosas complicadas. Da tiempo a que ocurra de todo porque estás meses viajando hasta conseguir llegar. Caminas, caminas, caminas. Durante mucho tiempo viajamos el mismo grupo, de unas veinte personas. Cuando atravesamos el bosque hacia Bulgaria una familia no pudo seguir. Los dejamos allí, en medio del bosque. Tenían niños. No sé qué ha pasado con esa familia. Es difícil irte. Es difícil quedarte con ellos.

Luego Italia, Francia. Caminar. Caminar. Caminar. Dormir en la calle. Con miedo. Miedo a que te hagan regresar, a que te devuelvan, a que te golpeen. Al final llegamos a Barcelona. Luego Madrid.

Pero cuando piensas que ya has llegado te das cuenta de que aquí dentro hay muchas otras fronteras. El idioma. Las ayudas, que son unos meses pero luego se acaban y estás de nuevo en la calle. Con los hijos. Consigues un pequeño lugar para vivir. Y te llega la notificación de desahucio. Pero no sé leer el idioma. La calle de nuevo. Sin contrato no hay posibilidad de alquilar. Sin casa no hay posibilidad de encontrar trabajo. Si eres de Afganistán ni te alquilan ni te contratan.

No puedo cobrar ninguna ayuda porque mis hijos no tienen ningún documento. Nacieron en casa, no tienen papeles ni de allí ni de aquí. Pero el sistema pide un libro de familia para poder conceder ayudas. Mis hijas y mi hijo nacieron en casa. Mi madre era el médico que me atendió. El sistema dice todo el rato: falta la documentación. La burocracia es racista. Igualmente no te alquilan por ser de donde soy yo. Hay muchas fronteras internas.

hora está todo mejor. Hubo mucha gente en el camino que nos ayudó, también a conseguir casa. Aquí mis hijas sí pueden estudiar. Allí, si hay dos hijas en la misma familia, una es obligada a casarse con un talibán. No podía dejar que esto les pasara a mis hijas. Muchas mujeres están encerradas. Su comida depende de lo que trae el marido. Nadie sabe cuántas mujeres nacen. Nadie sabe cuántas mujeres mueren antes de lo que les tocaría. No se registra cuándo nacen. No se registra cuándo mueren. Es como si no existieran.

No nos dejan venir en avión. Las fronteras son muy difíciles. Matan a mucha gente. Con disparos. De cansancio. Ahogadas. En la frontera con Turquía comenzó a haber disparos, solo me quedé con la bebé y perdí a mi hijo y a mi hija. Otra gente me ayudó a encontrarlos.

¿De qué vivías en Afganistán? Sé sobrevivir sin comprar nada. Allí tenía bosque y huerto. Tierra que me hacía no pasar hambre. Aquí en ese sentido es más difícil, no sabía el idioma, pero hay trabajos para los que no hace falta saber hablar ni escribir, como limpiar.

¿Cuándo te fuiste? No sé el mes, hacía frío. Lo decidimos muy rápido. Nos enteramos de que un familiar había pasado la frontera y fuimos. En el pueblo nadie sabe que te vas. Si lo dices no te puedes ir. Los talibanes dicen que en la oscuridad no puedes salir de casa. Si sales y te ven te matan.

¿Cuándo llegaste? No sé, también hacía frío.

¿Y tus hijas y tu hijo? Creo que no se acuerdan del viaje. Creo que no se acuerdan de dormir en la calle ni de las cárceles. Hubo momentos que pensé que era mejor que estuvieran muertas antes de tener que pasar por esa situación.

¿Te apetece contar algo más? No lo cuento todo. Hay cosas que si comienzo a hablarlas no puedo parar de llorar. Y no quiero. No pude hablar con nadie de la dureza del viaje cuando llegué y se me ha quedado encogido el estómago.

¿Qué hubieses necesitado cuando llegaste? Lo primero, un abrazo.

¿Qué necesitas ahora? Hacer algo por las mujeres de mi país. Contar lo que está pasando.


María González Reyes es escritora, activista de Ecologistas en Acción y profesora de Educación Secundaria.

El artículo original se puede leer aquí