Si se trata de elegir entre legalidad y derechos humanos, la Red Artea, dedicada a la acogida de migrantes y personas refugiadas, no tiene dudas.

En la madrugada del 27 de diciembre de 2016, dos activistas vascos fueron detenidos en el puerto de Igoumenitsa, en el norte de Grecia. Mikel Zuluaga y Begoña Huarte se disponían a subir a un ferry para cruzar a Italia cuando la policía encontró escondidos en su autocaravana a ocho refugiados.

Conocían el riesgo de la acción y dejaron un vídeo donde explicaban las razones que les llevaban a “trasladar ilegalmente a personas refugiadas” para luchar contra una “barbarie comparable con otros grandes exterminios de la historia”. Mientras las leyes de la UE no estén en consonancia con los derechos humanos, decían, manda “el derecho a desobedecer”.

Seis años después, a Mikel Zuluaga no le apetece demasiado hablar de esta acción. Y no es porque se arrepienta o no quiera problemas, sino porque no fue otra cosa que un acto más de desobediencia de los tantos que realiza la red Artea Sarea, colectivo en el que participa, para llevar a cabo su particular proyecto de acogida en esta localidad de Bizkaia, a 28 km de Bilbao.

A diferencia de la mayoría de las organizaciones que trabajan con refugiados, no es lo legal lo que manda, sino “lo legítimo”, cuenta Zuluaga a El Salto

Allí se dirigían las ocho personas refugiadas interceptadas por la policía griega y allí viven hoy unas 130 personas, entre activistas y migrantes, en varios edificios que han ido acondicionando. La Red Artea poco tiene que ver con otros centros de acogida. A diferencia de la mayoría de las organizaciones que trabajan con refugiados, no es lo legal lo que manda, sino “lo legítimo”, cuenta Zuluaga a El Salto.

Entre las actividades de la Red Artea figura lo que llaman con sorna la Agencia de Viajes, en la que activistas con recursos propios y sin fines de lucro ayudan a “supervivientes” a cruzar las fronteras. Una tradición, cuenta Zuluaga, que se remonta a los mugalari y a los tiempos de la posguerra y el franquismo. Y la Agencia de Viajes no solo funciona en la frontera con Francia, sino que llega a otros países europeos, como fue el caso de Grecia.

Una vez en territorio español, los problemas de los migrantes y las personas refugiadas están lejos de solucionarse. “En la Red Artea pasamos de lo legal a lo ilegal con total normalidad”, admite. Los contratos o empadronamientos ficticios, empleos dignos para personas sin papeles, los matrimonios de conveniencia o la ocupación de casas vacías a bancos o fondos buitres para albergar a migrantes sin hogar son prácticas que promueven en la Red para garantizar los derechos humanos de las personas.

Sin embargo, el trabajo de este colectivo es “simbólico”, reconoce Zuluaga. Apenas pueden atender a una minúscula parte de las millones de personas que quieren traspasar las fronteras. Por eso, afirma, tan importante como desobedecer es comunicar la desobediencia, hacerla pública, decirla de frente. “Lo podríamos hacer de forma disimulada, pero la desobediencia tiene justamente su potencialidad cuando la haces pública. Cuando decimos que lo estamos haciendo”.

“Lo podríamos hacer de forma disimulada, pero la desobediencia tiene justamente su potencialidad cuando la haces pública. Cuando decimos que lo estamos haciendo”

La normalización de los discursos de odio al migrante y el racismo hace todavía más difícil y necesario el trabajo de la Red Artea. “El monstruo crece gracias a nuestra deshumanización”, apunta Zuluaga. Y la desobediencia activa, “desde el hacer cosas”, es una forma de ir desmontando ese monstruo. “No hay transformación sin riesgo ni confrontación”, resume. Hay que ir hacia la utopía, defiende Zuluaga, una utopía “necesariamente imperfecta”, hacia lo comunitario, hacía los “espacios liberados” de las lógicas del capitalismo y el individualismo.

Han recibido numerosas multas y pasado por juicios y detenciones, pero desde la Red Artea no conciben otra manera de enfrentarse a la que es quizá la mayor injusticia de nuestro tiempo: “Mientras no podamos atajar las causas de las desigualdades Norte-Sur, tenemos que prepararnos como pueblo a una solidaridad a largo plazo. Es necesario abrir nuestras puertas”, dice.

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