RELATO

 

 

 

 

 

Recuerdo la primera vez que… No, no es cierto. No recuerdo la primera vez de nada.

Difícilmente recuerdo lo que comí ayer. Apenas puedo recordar dónde estoy, ni quién soy.

No sé cómo se llaman las emociones que siento ahora, esa presión que me comprime la boca del estómago. Respiro lo más profundamente que puedo, respiraciones cortas, forzadas, cortadas por las lágrimas que asoman discretamente de mis ojos, cortadas por los suspiros que salen de mi boca.

No recuerdo nada, más bien poco, no sé si quiero recordar…

Recuerdo que a mi lado siempre había alguien que me daba mucho amor. Había alguien.

Ahora hay muchas personas que vienen y van. Unos vienen con instrumentales fríos, me sujetan las manos, me mueven el brazo para arriba, ahora el brazo para abajo; otros me hacen preguntas, ¿Qué quieren que les diga?

Unos se sientan un rato más largo junto a mí, pero se van pronto, o es lo que me parece pero claro no recuerdo bien cuando han venido.

Hay una persona que pasa mucho tiempo a mi lado. Me acaricia las manos y me mira con ternura a los ojos. No sé quién es pero despierta emociones inefables en mí. En el centro de mi cuerpo siento como si un nido de crisálidas trasmutase en mariposas todas juntas y, un poco más arriba, algo que no puedo definir lleva un ritmo más vivo del habitual. Vivo.

Eso es lo único que recuerdo ahora. Que estoy viva.

¿Qué es la vida? ¿Qué son los recuerdos? ¿Para qué sirven?

Observo a mi alrededor, veo personas con la mirada perdida en el infinito. Unos están jugando a extraños juegos. Oigo risas, lloros, ¿De qué ríen? ¿Por qué lloran? Recuerdo lo que es llorar pero no los motivos. Me gusta reír aunque no haya motivo.

Una mujer vestida de blanco me trae algo en un recipiente. Me sujeta con cariño la mano, me abre la boca, me acerca algo brillante con un líquido y me lo ofrece con delicadeza. Otra vez. Y otra. Luego es algo salado y un rato después algo dulce. El dulce me hace sonreír.

Veo que esa persona que me produce ternura está ahí. Ahora le recuerdo, es Andrés. Digo su nombre en voz alta. La mujer que me está alimentando se gira para verle. “¿Andrés? ahí no hay nadie”, me dice, pero yo le veo, es Andrés.

Después de la comida nos dejan un rato en una sala donde hay un gran aparato que no deja de emitir sonidos molestos, música estridente o varios tipos de discursos. No me gusta.

Miro mi cuerpo, mis brazos, veo un montón de cables que van a dar a una máquina que dibuja líneas que suben y bajan de golpe, mientras suena un sonido corto y suave. El sonido se hace cada vez más lineal y las líneas más horizontales. Suena un pitido fuerte y continuo. Personal de blanco vienen corriendo hacia mí.

Y ahí está él.

-Andrés. Estás aquí. Qué alegría.

-Ya tenía ganas de venir definitivamente a por ti, querida María, pero no me dejaban.

-Sabes, Andrés, que desde que te fuiste no recuerdo nada. Ahora sí, ya sé quién soy y qué es lo que sentía aquí dentro cada vez que tus recuerdos me venían a la cabeza. Te amo tanto.

-De nuevo juntos, amor.

-Como la primera vez, lo recuerdo bien.