Por Dr. Pablo Tailanian

Martin Luther King decía que no le preocupaban los violentos y corruptos, sino el silencio de los buenos.

En estos momentos 120.000 personas están siendo estranguladas y los armenios insisten en que el genocidio (1894 – 1923) continúa también con esta acción, sin hablar
del genocidio blanco.  Quienes deberían actuar están imperturbables y en ese silencio se convierten en cómplices. No es nueva la dicotomía entre el discurso y los hechos. La distancia entre ambos ya es enorme.

Por ejemplo, el presidente Biden, en su discurso sobre el estado de la Unión de 2022 dijo: “A lo largo de nuestra historia, hemos aprendido esta lección: cuando los dictadores
no pagan el precio de su agresión, provocan más caos; siguen moviéndose; y los costos, las amenazas para el mundo continúan en aumento”.

Todos, en todo el mundo, sabemos de esto y nos confiamos que las comunicaciones instantáneas modernas evitan barbaries. Consecuentemente la evidencia muestra que, a
lo sumo, los actores enmudecerán e insonorizarán la ferocidad y de ello hay numerosas muestras hasta hoy.

A nada de esto escapan las acciones turcas desde 1894, continuadas en este siglo por medio del apoyo y la incitación política y militar con Azerbaiyan aprovechando que
armenios y azerbaiyanos defienden como verdad su autoctonía en Artsakh.

Sin entrar a analizar en profundidad, solo mencionaré que la historia escribe acerca de la antigüedad de las obras arquitectónicas, especialmente las religiosas, de los
monasterios, templos, mezquitas e iglesias. Ellas son testimonios irrefutables. Las iglesias de Artsakh datan de 1600 años. Es fácil concluir que esas iglesias cristianas fueron construidas antes de la aparición del propio islam.

En 1920, según la decisión de arbitraje de Woodrow Wilson y la de la Comisión de la Conferencia de Paz de París, las fronteras del estado de Armenia fueron identificadas y
reconocidas por la comunidad internacional (EE.UU., Gran Bretaña, Francia, Italia, Japón, etc.) por “de jure” puesto que Artsakh era una provincia de dicho estado de Armenia y al momento de su reconocimiento estaba poblada y gobernada en un 100 por ciento por armenios.

A principios de la década de 1990 Azerbaiyán perdió el control ante los armenios en una guerra étnica brutal cuando la Unión Soviética Unión se derrumbó. 30 años después, Azerbaiyán inició una guerra (sin declaración) para eliminar a la población armenia, durante seis semanas mediante un ataque sorpresa que, en palabras de los senadores estadounidenses Menéndez y Rubio, “fue un ataque de las fuerzas azerbaiyanas que mató a más de 6500 personas y desplazó a casi 100.000 armenios étnicos”.

Estados Unidos y la mayoría de sus aliados se mantuvieron neutrales en esta guerra provocada y librada por Azerbaiyán, lo que significó un claro cambio de política ya que
EE. UU., Rusia y Francia ya habían invertido casi 30 años en mediar en el conflicto bajo el Grupo de Minsk de la Organización para la Cooperación en Seguridad en Europa
(OSCE).

Dicha actitud fue un mal antecedente cuando la guerra Rusia – Ucrania (que en realidad en una guerra Rusia – “Occidente”) pues pudo interpretarse como una señal de que las democracias occidentales y la ONU, la OTAN, la UE y la OSCE no interferirían en áreas vecinas de Rusia.

A pesar de la reacción mucho más fuerte de Occidente a la invasión rusa de Ucrania en 2022, Azerbaiyán ha seguido poniendo a prueba esos límites mediante el bloqueo del
corredor acordado tras la guerra de los 44 días como la directa invasión a parte del territorio soberano de la República Armenia y que aún continúa.

En los hechos se ha evidenciado, entonces que no existen normativas o formalidades que puedan contener guerras o resolver disputas. Es más: en Artsakh y en Ucrania, la
comunidad internacional dio dos respuestas diferentes a enfrentamientos que tienen varias similitudes. Estas situaciones han llevado al régimen dictatorial de Azerbaiyan a continuar con su política oportunista de ganancias maximalistas a través de la fuerza pues comprueba que ni Occidente ni Rusia responderán sumándose también a la falsedad diplomática.

Esta realidad es aún más evidente con la resolución favorable de la demanda presentada, ante la Corte Internacional de Justicia de la ONU, por la República de Armenia contra la República de Azerbaiyán y que no se ha cumplido, aunque las resoluciones de la Corte son vinculantes, finales y sin posibilidad de apelación. El art. 94 de la Carta de las Naciones Unidas contempla la posibilidad de los Estados de recurrir frente a un incumplimiento de una resolución de la Corte al Consejo de Seguridad, que tiene la potestad de hacer recomendaciones o dictar medidas con el fin de que se cumpla lo fallado por parte de la Corte en el caso particular. El Consejo de Seguridad debe respaldar a la Corte con la adopción de medidas coercitivas con el fin de lograr el cumplimiento de las sanciones, aunque en la práctica rara vez éstas llegan a ser eficaces.

Como ejemplo del uso espurio que las grandes potencias hacen de este Tribunal, Estados Unidos aceptó previamente la jurisdicción de la Corte desde su creación en 1946, no obstante, retiró su aceptación tras el juicio de 1984 que obligaba a los Estados Unidos a cesar y abstenerse del uso ilegal de la fuerza contra el gobierno de Nicaragua.

La Corte afirmó que los Estados Unidos se encontraban incursos en una infracción de su obligación bajo el Derecho internacional consuetudinario de abstención del uso de la
fuerza contra otro Estado y le fue ordenado pagar compensaciones, aunque nunca cumplió su obligación.

Se debe tener en cuenta y analizar que el Consejo de Seguridad se compone de 15 miembros: 5 miembros permanentes: China, Francia, Rusia, Gran Bretaña, Estados Unidos y otros 10 no permanentes (Albania, Brasil, Ecuador, Emiratos Árabes Unidos, Gabón, Ghana, Japón, Malta, Mozambique, Suiza).

Por la comunidad internacional está pasivamente observando como la asfixia y el cercano desastre humanitario de más 100 días de los 90.000 adultos y los 30.000 niñas y niños de Artsakh por parte de Azerbaiyán se observa, desde un cómodo palco, por todos los países del mundo cual espectáculo dado por personas asaltadas por hienas.

Tal agresión es un peligro para la comunidad internacional pues el aspecto humanitario en este conflicto no ha sido abordado. Es manifiesto el racismo de Azerbaiyán hacia los
armenios, la brutalidad públicamente celebrada, los crímenes de guerra documentados y la clara intención genocida contra todos los armenios, aquellos en la República de
Armenia, así como a la población de Artsakh (Nagorno-Karabaj).

El Instituto Lemkin para la Prevención del Genocidio actualizó una advertencia existente de «Alerta de bandera roja» el 16 de septiembre de 2022, declarando: “Dada la otredad extrema racializada sobre los armenios por parte del gobierno, el ejército, la prensa y el sistema educativo de Azerbaiyán, se puede esperar que cualquier incursión de
Azerbaiyán en territorios que incluyan personas de etnia armenia se caracterice por atrocidades genocidas”