Imagínenselo: una persona está parada en el margen de cualquier calle (de ahí debe venir lo de marginal), está vestido de harapos, tiembla de frío, tiende la mano y mira al suelo, pues se le ve avergonzado por tener que pedir… puedo añadir algunos detalles más, como un perro, tan apaleado como él, pegado a sus perneras, y unos cartones amontonados junto a sí que se adivinan como la “suite” en la que pasa la noche. Otra persona se le aproxima, habla con él sin saberse qué, le pone en la mano cierta cantidad de billetes, mientras posa la otra en su hombro huesudo, sonriéndole… Puede notarse cierta estupefacción en el rostro del mendigo, mirando un dinero que no se cree tener; los ojos llenos de lágrimas; el azoro comprensible de no saber qué decir, qué hacer, cómo comportarse; y la boca musitando unas gracias que se repiten una, y otra, y otra vez más…

Ahora siga imaginando: esa buena persona se vuelve y camina muy lentamente hacia un objetivo que permanece oculto, y que es la cámara que está rodando esta secuencia. Sonríe abiertamente, alza el dedo pulgar como símbolo de misión cumplida, o de satisfacción, o de triunfo, o de O.K., o de lo que sea eso… abre los brazos con cierta ostentación, como abrazándose a sí mismo, y dice, casi que a medio grito, algo así, o parecido, a “tampoco cuesta tanto hacer una buena obra” … Luego, después, ese sucedido se subirá a las redes, y será también tendencia en Tick-Tock, o en Instagram, o vaya Dios y compañía a saber dónde.

No me dirá usted que no resulta interesante analizar – sociológicamente hablando – este gesto de altruismo, o lo que fuera que sea… Estoy seguro que habrá para todos los gustos, y les pido que no se priven en manifestar sus opiniones, aunque sea para sí mismos. O entre amigos, familia, en la intimidad o en abierto, es igual. Pero es una especie de “acaso” al que merece echar una pensada por lo que plantea: ¿ha hecho una caridad al necesitado, o se la ha hecho a su propio ego? ¿o puede llegar a ser ambas cosas a la vez? ¿a quién, o a qué, sirve ese acto de, aparente o no, generosidad? ¿manda el motivo sobre la consecuencia?

Aquí tienen ustedes hilo que desovillar. No cabe la menor duda que la persona necesitada, esa noche habrá podido dormir bajo un techo digno tras alimentarse convenientemente. Seguro. Quizá que durante un par de días, o tres, o puede que una semana, no sé… Luego habrá vuelto a las calles, al hambre, al frio, a la vergüenza, o a lo que sea. Es lo que hacen los Jesús-Abandonado y las instituciones de caridad que se dedican, tan loablemente, a restarle a la inconsciencia social cuánto pueden, y hasta dónde pueden. Lo verdaderamente injusto es que tengan que existir estos centros porque los Estados no saben, no pueden, o no quieren, evitar estos horrores que nos salpican a todos los que tenemos un jodido y puñetero atisbo (aún por mínimo que sea) de conciencia.

Porque la historia que cuento, aún basada en un hecho real, es un símbolo universal de nuestro comportamiento humano, y lo de menos es su realidad o irrealidad. Si de verdad nos ponemos a pensar con la suficiente honestidad, veremos que esa es la forma de encarar el problema de la pobreza por parte de todo el mundo, metiéndonos todos, por supuesto, en ese mundo…Cuando algún ente, sea el que fuere, monta alguna campaña, porque es Navidad, por ejemplo, de recogida de recursos para los que no tienen que llevarse a sus mermadas dignidades, aparecen sus majestades… y las manos se alzan, se acude al evento y a su foto, se dan los nombres, y se airean y publican cuántas caritativas aportaciones. Y eso no está mal, si bien acaba como dice el refrán… pero, reconozcámoslo, es un poco, o un mucho, como acercarse al mendigo con el otro inmortalizando la “hazaña” solidaria que ha de grabarse con el “sépase” de obligado uso.

Yo creo… y es posible que esté equivocado, que en esto existen, o mejor, coexisten, dos clases de valores distintos, que, si bien sirven a la misma causa, obtienen frutos diferentes. Uno es que lo importante sea el objetivo logrado, que se cumpla el fin que se persigue, aunque sean remiendos, pues es lo que es a nivel global, pero bienvenido sea del modo que sea… Y el otro es el de la moral, el de la conciencia, el de convertirse en “ten tops” del buenismo o, si acaso, el quedarse a bien con uno mismo. Y que nuestras tripas-sonajero no vibren hasta que las tripas del hermano no protesten.

Entiéndanme: yo no quiero ponerme de ejemplo ni dar lecciones de nada, porque yo soy igual a todos y un reflejo de esos mismos todos, en mayor o menor grado, y participo del mismo show, y me cobijo bajo la misma manta, y utilizo el mismo mantra, de los tapaconciencias… Lo que intento es poner en valor que acabar con la pobreza, que es el resultado de la desigualdad, no es cuestión de hacer caridad, si no de ejercer justicia… Lo que quiero decirles es que esa caridad, sea fingida o sentida, no deja de ser una autojustificación de sentimientos, porque no somos capaces de implantar la auténtica y genuina justicia social, y entonces vamos y nos aplicamos el ungüento de la limosna, que nos alivia las escoceduras del alma…

Así es como yo lo veo, y así es como yo lo siento, y así es como y lo digo, aunque ustedes todos, o muchos de esos todos, me respondan que no es así como lo cuento… “¿Y qué podemos hacer?”, es la pregunta-bálsamo, típica y tópica, de siempre… Pues quizá exigírselo a nuestros políticos como una prioridad… pero, claro, naturalmente, ¿acaso es que es nuestra prioridad, en verdad? Pues va a ser que no, que la prioridad es el “selfie”. Entonces, por eso mismo…