Pero el sistema es un mundo de varones donde las mujeres no han podido tener acceso ……” Silo

La incesante lucha de las mujeres y la propagación del feminismo en el mundo ha sido gracias a un sinnúmero de valientes mujeres que incansablemente han exigido ser escuchadas y respetadas en sus derechos. Demandas que van desde el derecho al voto a la despenalización del aborto, de la resistencia colectiva contra la violencia estatal a la defensa conjunta contra el femicidio y que hoy se garantizan formalmente (la praxis es menos favorable) luego de un histórico proceso liderado y librado por distintas mujeres y organizaciones.

Los feminismos del Chile de hoy son herederos de aquellas que hace dos siglos se enfrentaron sin miedo a un Estado supuestamente laico y ante una sociedad profundamente católica que las restringía en todos los ámbitos y las condenaba a un rol social predeterminado. En ese tiempo la separación Iglesia-Estado era una bandera de lucha. Mujeres, de diversas clases sociales, cuestionaron el rol femenino, subordinado y subsirviente del masculino y comenzaron una lucha inclaudicable prolongada, que permanece en el presente, para conseguir derechos de los cuales hacemos uso hoy.

Desde la visita, en 1913 a Chile, de Belén Sárraga, española y reconocida feminista promotora de la libertad de pensamiento y del no reconocimiento del catolicismo y conservadurismo imperante, las mujeres de la época iniciaron un camino revolucionario partiendo con la creación de los primeros centros feministas en nuestro país. El siguiente paso fue la conquista por conseguir el derecho a voto. Elena Caffarena, abogada y jurista, junto a Flor Heredia redactaron el proyecto de ley que permitió la promulgación del sufragio universal femenino en el año 1949; desde ese año diversas organizaciones feministas se movilizaron promoviendo e incentivando la inscripción electoral de las mujeres. A pesar de este hecho histórico y de contar en nuestra historia política con una mujer presidente, ministerios paritarios (gobierno de Bachelet 2006-2010), una mujer en el cargo de presidenta del Senado y, recientemente, una convención constituyente paritaria; este avance se ve empañado con la clara desigualdad que aún viven las mujeres para acceder a cargos de representación, tanto a nivel nacional como local.

Conseguir el derecho al voto les daría el poder para acceder a una educación igualitaria; otra de las grandes luchas de las mujeres y cuyo acceso a la educación pública, en todos sus niveles, se concretó a principios del siglo XX. Como resabio de la Colonia, el Estado desatendió la educación de las mujeres instalando un sistema educacional excluyente durante gran parte del siglo XIX. La intervención de autoridades e intelectuales que postulaban “que la educación de la mujer era la base de la educación popular; si los hombres hacían las leyes, las mujeres eran las que formaban  las costumbres. Educar a la mujer era formar una familia, a diferencia del hombre en el que se formaba a un individuo”.

La educación primaria estatal se hace extensiva a las mujeres y en la década de 1880 su ingreso a la educación superior en parte de los países latinoamericanos. En Chile, el cambio de los programas educacionales, se dio en 1877 con la promulgación del llamado decreto Amunátegui, que autorizó el ingreso de las mujeres (niñas de colegios particulares) quienes tuvieron que preparar el examen de Bachillerato pero sin abandonar la tradicional formación para la maternidad y los quehaceres domésticos. Pasaron 14 años, la década de 1890, para que surgieron los primeros liceos fiscales femeninos; postergación producida principalmente por discusiones políticas acerca de la implementación de un sistema educacional oficial laico y el nuevo rol de la mujer en la educación y en la sociedad en general (pugna entre conservadores y liberales).

Pareciera ser que las barreras para acceder a la educación han desaparecido, avance muy importante pero no suficiente, pues aún vemos reproducirse en la sociedad, en parte gracias a la escuela, los comportamientos y actitudes sexistas que discriminan principalmente a las mujeres por su género, obligándolas a cumplir con roles predeterminados que limitan sus capacidades personales y la libertad de sus opciones individuales. Tomar conciencia respecto de cómo se producen y reproducen las desigualdades de género en la educación y después se perpetúan en la sociedad, junto con eliminar toda forma de discriminación y/o sesgos y estereotipos de género en los currículos y ámbitos de convivencias educativos, es una de las demandas de estudiantes secundarias, universitarias y docentes bajo el slogan Educación no Sexista.

Una de las luchas más fuertes, complejas y de resistencia fue la realizada por mujeres y organizaciones feministas durante la dictadura militar (1973-1990) debido a los terribles atropellos a los derechos humanos que se vivieron en esa época. Es en este período, de los años 80’, cuando se produce un gran proceso de desarrollo de la conciencia feminista y la lucha por la autonomía. Nuevamente, el fenómeno respondía a una demanda política: la recuperación de la democracia con derechos plenos para las mujeres, articulándose la formación de grupos dedicados a defender los derechos humanos, a palear la crisis de subsistencia y a planificar y ejecutar la movilización femenina (Hitos “Hoy y no mañana” 10.000 mujeres en el Teatro Caupolicán en 1983 y de aproximadamente 25.000 mujeres en el Estadio Santa Laura en 1989). El carácter feminista fue asentándose y permeando las organizaciones al incorporar, en las discusiones, la reflexión sobre la identidad femenina, el cuestionamiento a los roles de género tradicionales y la crítica a la condición desigual de las mujeres en la sociedad chilena; discusiones bizantinas que aún permanecen.

Es el derecho a condiciones de trabajo y sueldos mejores lo que dio origen a la conmemoración del Día Internacional de la Mujer, cuando en 1908, en medio de una huelga masiva por mejorar sus condiciones laborales, 146 trabajadoras de una fábrica textil murieron producto de un confuso incendio. La lucha por romper la desigualdad presente en los derechos laborales y, por ende la precarización de la vida, se expresa en las exigencias permanentes de mayor acceso al mundo laboral, superación de la brecha salarial, reconocimiento del trabajo doméstico y de cuidado, la seguridad social, la discriminación en planes de salud, el término del acoso y del doble rol dentro del hogar; factores que impiden que las mujeres desarrollen su vida de manera digna y saludable.

La lucha por abrir las barreras entre lo público y lo privado y cualquier crítica que se hacía desde la perspectiva de la mujer, en temas como la libertad sexual, aborto, acoso y violencia, cargó durante años con el discurso de intromisión en el ámbito de la vida personal (la ropa sucia se lava en casa). En ese sentido la primavera feminista de 2018 significó un hito por la capacidad de movilización y por evidenciar la persistencia de la violencia de género y discriminación que las mujeres siguen viviendo. La emblemática campaña ¡Cuidado! El machismo mata (2006) generó un punto de inflexión en la discusión sobre la violencia hacia las mujeres en nuestro país y dónde las leyes aún no se hacen cargo completamente de la violencia de género y muchas veces el Estado simplemente las deja a la deriva. “Los femicidios no son un fenómeno natural, son el último eslabón de una cadena de violencia” señala Bárbara Brito.

Asimismo, la fuerza de la marea verde ha colocado en la discusión política los derechos sexuales y reproductivos de niñas, adolescentes y mujeres logrando una ley que despenaliza la interrupción del embarazo, bajo tres causales, hasta las 14 semanas de embarazo pero que no cambia la lógica criminalizadora y que, a cinco años de promulgarse la ley, el 43% de las y los médicos obstetras son objetores de conciencia. Por ende, la lucha continua hasta alcanzar una ley que aborde y garantice todas las condiciones para un aborto legal, seguro y gratuito para quienes decidan optar por ese camino.

En el ámbito humanista, Laura Rodríguez, referente importante para las feministas humanistas y fuente de inspiración en nuestro intento por terminar con la violencia del patriarcado, fue la primera mujer en Chile en presidir un partido político, la primera diputada del PH y la primera parlamentaria post dictadura que colocó sin tapujos la discusión sobre el aborto en Chile, manifestando que era inmoral que murieran mujeres por no existir una ley que las protegiera; denunció la violencia y la hipocresía del mundo conservador en el poder; y en ese contexto epocal de extremo patriarcado en el parlamento chileno, levantó la discusión por los derechos reproductivos (control de la natalidad, anticonceptivos y educación que la promoviera con lenguaje directo y sin eufemismos). Su forma de hacer política “de cara a la gente y de espaldas al parlamento”, su principal preocupación por obtener derechos para las mujeres de nuestro país, su trabajo, coherencia, alegría y el amor por la propia vida y el destino de su pueblo, hace que sus acciones trascienden y que hoy se manifiesten como un gran fuego que se conserva y que ilumina el camino de nosotras, sus compañeras.

Y así, en este proceso histórico las mujeres y organizaciones que luchan por la ampliación de derechos de niñas, adolescentes, mujeres y diversidades han debido enfrentar una oposición agresiva pues su antagonista es el sistema patriarcal machista, sinónimo de opresión, privilegios y poder. Pero no cabe duda que la fuerza feminista permite abrir fisuras en él, gracias a la unión mundial y regional que marca, con lentos pero permanentes hitos históricos, cambios en la estructura psicológica, social y política de la humanidad.

 

Redacción colaborativa de M. Angélica Alvear Montecinos y Guillermo Garcés Parada. Comisión de Opinión Política