Tras las sobredimensionadas reacciones de las más altas autoridades de Estados Unidos ante el sobrevuelo de un globo aerostático chino, que a decir de Pekín era de observación meteorológica y que según Washington realizaba labores de espionaje, el gobierno que encabeza Joe Biden ha venido informando de episodios similares, alimentando la histeria colectiva.

Tras el derribo de ese artefacto por un avión de combate estadunidense, el pasado 4 de febrero sobre aguas del Atlántico, aeronaves militares hicieron otro tanto el viernes en Alaska y en el último fin de semana derribaron otros dos objetos voladores de gran altitud en zonas fronterizas con Canadá, sin especificar si se los adjudicaban o no a China.

Quizá para desviar la atención de la guerra en Ucrania y el nuevo financiamiento estadounidense y europeo para seguir matando civiles, el primero de esos incidentes desató una crisis diplomática entre los gobiernos chino y estadounidense y acentuó las tensiones entre las mayores potencias, en una coyuntura mundial de por sí volátil que tiene como telones de fondo la guerra en Ucrania y los crecientes gestos de hostilidad, alentados desde Washington, entre Taipéi y Pekín.

En lugar de explicar y a tranquilizar a la población, desde Washington se dedican a asustar a la opinión pública de su país con pretendidos amagos desde el cielo. China afirmó que al menos 10 globos de Estados Unidos entraron en su espacio aéreo desde enero de 2022, acusaciones que la Casa Blanca negó y replicó que es el país asiático es el que tiene un programa de globos de vigilancia para la recopilación de inteligencia.

La meta de desviar la atención de la guerra en Ucrania, de los actos de sabotaje en los gasoductos Nord Stream, de la enorme crisis interna y de la pérdida de credibilidad del gobierno de Joe Biden se fue cumpliendo; las relaciones entre Estados Unidos y China se han agravado después de que Washington derribó el primer globo, que según Beijing tenía fines civiles.

Desde entonces EEUU derribó otros tres artefactos que volaban sobre Estados Unidos y Canadá, aunque Beijing sólo ha admitido que el primero era suyo y que se trataba de un dispositivo meteorológico. Pero el gobierno chino sí acusó a Washington de enviar una decena de globos a su espacio aéreo desde enero de 2022. No es raro que Estados Unidos entre de manera ilegal en el espacio aéreo de otros países, declaró el portavoz del ministerio de Relaciones Exteriores, Wang Wenbin.

De acuerdo con el Departamento de Defensa de EEUU, para cumplir el objetivo ordenado por Biden se valieron del uso de un avión F-22 Raptor, proveniente de una base aérea en Virginia, mismo que disparó un misil AIM-9X Sidewinder. La operación se cumplió en cuestión de minutos, pero el costo total de la misión alcanza los 500.000 dólares, ya que una hora de vuelo del F-22 Raptor se valúa en casi 85.325 dólares, mientras que un solo misil AIM-9X Sidewinder alcanza los 380.000 dólares.

En tanto, el jefe del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, John Kirby, vinculó el reciente derribo de tres objetos no identificados sobre Norteamérica a la existencia de un programa militar chino de globos y declaró: “no estamos seguros de si los artefactos derribados tenían capacidad de vigilancia, pero no podemos descartarlo; asimismo señaló que desconoce su procedencia”.

Otros países occidentales dependientes de Washington pusieron su granito de arena para desviar la atención de la masacre de Ucrania. El primer ministro del Reino Unido, Rishi Sunak, aseveró que el gobierno haría lo que fuera necesario para proteger al país mientras anunciaba una revisión de la seguridad. Y su homólogo canadiense, Justin Trudeau, consideró que hay algún tipo de patrón en el globo y los otros tres objetos.

El ex analista de la Agencia de Seguridad Nacional Edward Snowden tuiteó que la aparición de los globos busca distraer la atención de la investigación de los actos de sabotaje en los gasoductos Nord Stream, que hace poco el periodista Seymour Hersh vinculó al gobierno estadunidense,

Por otra parte, la aparición de los artefactos y su destrucción por la fuerza aérea de Washington dio margen para una epidemia de avistamientos de objetos volantes no identificados que se extendió por Sudamérica, España y la propia China.

La incertidumbre es tal, que la portavoz de la Casa Blanca, Karine Jean-Pierre, consideró necesario aclarar al comienzo de su rueda de prensa diaria que no tienen indicios de la existencia de extraterrestres o actividades extraterrestres. ¿Serán extraterrestres disfrazados de chinos?

Hace varios días que las noticias desde Estados Unidos pasan por el avistaje o derribo de globos chinos u objetos voladores no identificados y ocultan, por ejemplo, un desastre ecológico en el estado de Ohio done un tren descarriló en East Palestine, un pueblo de cinco mil habitantes, y desparramó miles de litros de cloruro de vinilo, un químico altamente tóxico que se utiliza en la fabricación de PVC.

La población debió ser evacuada mientras se ponía en práctica una «explosión controlada» para evitar la propagación de mayores daños. Sin embargo, la liberación también generó peligrosos subproductos como cloruro de hidrógeno y fosgeno, un gas que fue utilizado como arma química durante la Primera Guerra Mundial.

Ahora se corre el riesgo de desarrollar cáncer de hígado y otros órganos para quienes estén expuestos a la «niebla ácida». Para colmo cientos de fotos de animales muertos por intoxicación aparecieron en las redes sociales.

En tanto que los adeptos a la ufología han aprovechado la circunstancia para regalarse un banquete de sensacionalismo, la esfera institucional y los medios de Estados Unidos han exhibido su proclividad a convertir casi cualquier cosa en amenaza a la seguridad nacional y han mostrado hasta qué punto la propaganda oficial y las historias de Hollywood son capaces de retroalimentarse con visiones tan apocalípticas como falsas.

En efecto, el asunto del globo chino y de los objetos volantes que le siguieron parece el prolegómeno de una de esas cintas de catástrofe, tan populares en EEUU, en las que una súbita y desconocida amenaza irrumpe de pronto en la vida apacible de los estadunidenses, la trastoca de golpe y coloca a su país –y, de paso, al resto del mundo– ante una perspectiva de inminente destrucción.

Por lo que puede concluirse de las declaraciones de altos funcionarios de la administración Biden, el objeto derribado el 4 de febrero, fuera científico o de espionaje, no representó en ningún momento una amenaza significativa para la seguridad de Estados Unidos. Pero el mero hecho de destruirlo desde una aeronave militar fue un acto de desmesura acompañado por discursos paranoicos desmesurados.

Lamentablemente, por la acción terrorista de los medios de comunicación, hipérboles de esta clase son tomadas al pie de la letra, y luego magnificadas, por sectores de la sociedad estadounidense que de por sí viven en estados de permanente agitación y temor por amenazas extranjeras ficticias y hasta por lo que perciben como tiranía de su propio gobierno, como en el caso de los grupos survivalists, que viven preparándose para alguno de los muchos posibles fines del mundo.

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