31 de enero 2023, El Espectador

Esta historia comienza hace más de 500 años en un pueblo donde la piel de su gente y las fachadas de las casas han sido tejidas por hilos de sal y de arena; maderos gastados por las olas, recogidos por las atarrayas de los pescadores del Caribe y las voces de los bisabuelos de la Ciénaga Grande. El municipio se llama Pueblo Viejo; queda en la isla de Salamanca a 38 kilómetros de Santa Marta, Colombia, y tiene unos 33.000 habitantes.

Allí vivían los pextaguas; recogían lo que les daba el mar y en esa franja delgadita, que es su única tierra, sembraban maíz y yuca; ahí los encontró en 1526 Fray Tomas Ortiz. Él “fundó” el pueblo (sigo sin entender lo que significa fundar algo que ya existe) y otro misionero español les dejó de patrono a San José. Pero el mar no sabe de catequesis ni de colonos y varias veces las mareas se devoraron el pueblo y, otras tantas, sus pobladores lo volvieron a construir.

Pueblo Viejo ha muerto y vivido entre apneas y renacimientos. Bohíos, moradores y canoas han aprendido a sobrevivir a desastres de toda índole; a imposiciones de predicadores, a batallas de la independencia y a la guerra de los Mil Días que los arrasó por liberales. La carretera hecha en el siglo XX violentó las conexiones naturales entre la ciénaga y el mar, y un remedo de progreso –mal pensado y mal ejecutado– resultó devastador para los pueblos palafitos, donde el agua ya no tiene por dónde fluir; además, la ganadería y cultivos de plátano y palma han secado y contaminado ríos que bajan de la Sierra Nevada. En el año 2000 el Bloque Norte de las Autodefensas (Auc) cometió dos masacres en el municipio de Pueblo Viejo: la del 22 de noviembre dejó 50 pescadores muertos en Nueva Venecia, corregimiento de Sitionuevo; y nueve meses antes, en la vereda Trojas de Cataca, las Auc habían asesinado a maestros, niños, sacerdotes, indígenas, mujeres embarazadas, funcionarios y líderes sociales.

El 6 de julio del 2022 en Tasajera (municipio de Pueblo Viejo), un camión cisterna se accidentó, y como la informalidad y la pobreza son angustiosas, intentaron robar la batería y la gasolina del camión en llamas: 40 muertos y más de 50 heridos.

¿Saben? En Tasajera el suelo no es firme porque el nivel del agua cambia con el invierno y el verano, y sus pobladores utilizaban la concha de las ostras como piso para levantar sus viviendas. Hasta que se acabaron las ostras, y tuvieron que remplazarlas por desechos plásticos y basura. Imagínense por un minuto, vivir flotando sobre un basurero, sin agua potable ni luz eléctrica, y todavía tener ánimo para pintar las casas de colores y celebrar carnavales.

Pueblo Viejo es una de las regiones más pobres del país. Ojalá comprendamos que la paz también pasa por la Ciénaga, pasa por la recuperación del río Magdalena, pasa por los palafitos y los pescadores… Y respaldemos las iniciativas privadas y solidarias que le dan la mano a la región con proyectos de pesca, nutrición y artesanías, como la fundación Eduardoño, Tras La Perla (de Carlos Vives) y la Tienda de la Empatía.

En diciembre la revista Cambio nos regaló a los suscriptores fundadores unas canoas preciosas, –alargadas, como la franja de tierra que les conté al principio– hechas por las mujeres de Pueblo Viejo, las primeras talladoras de maderas náufragas.

Una amiga suscriptora dijo que se podría hacer una “Armada invencible” con las canoas recibidas… Hagámoslo. Naveguemos en nuestras canoas de 27 centímetros. Comencemos por desarmar los espíritus, y “almar” –pero de verdad– la decisión de reconstruirnos en paz.

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