En 2022, los franceses eligieron al Presidente de la República y, a continuación, a los diputados de la Asamblea Nacional. En las últimas elecciones presidenciales y legislativas aumentó el índice de abstención. Sin embargo, los franceses se sienten preocupados por el futuro de su sociedad: prueba de ello son las manifestaciones y los importantes movimientos sociales de los últimos años. Pressenza entrevistó entre 2017 y 2022 a Sabine Rubin, diputada de France Insoumise por la 9ª circunscripción de Seine-Saint-Denis, sobre su experiencia como representante electa, su percepción del estado de la democracia en Francia y las formas de mejorar su funcionamiento. Sabine Rubin ha decidido no presentarse a la reelección.

1- ¿En qué condiciones decidió presentarse a las elecciones legislativas del 2017?

Ante esta primera pregunta, debo hacer una aclaración importante: yo no «decidí» presentarme a las elecciones. Como militante humanista de larga trayectoria, simplemente apoyé con entusiasmo el programa l’Avenir en commun (El futuro en común) presentado por Jean-Luc Mélenchon en las elecciones presidenciales de 2017; al hacerlo, y tras una serie de circunstancias no exentas de malentendidos, fui designada por militantes locales para formar parte de la pareja de candidatos a las elecciones legislativas; después, investida oficialmente como «candidata» por los órganos de decisión de France Insoumise, a pesar de que les había hecho saber que solo quería ser suplente; finalmente, fui elegida diputada de France Insoumise por la 9ª circunscripción de Seine-Saint-Denis.

Este es un punto fundamental, porque «decidir» presentarse a diputada es un proyecto personal, un «yo quiero», que no era mi caso, a diferencia de la mayoría de las personas que luchan por ser candidatos. Y tengo que decir enseguida por qué: tengo -como muchos otros antes que yo- una visión bastante crítica del sistema representativo. Además, durante este mandato, no pensaba que representaría a nadie, sino que tenía el mandato de defender un programa.

2- Usted fue elegida en junio de 2017 por primera vez. ¿Qué fue lo que más le sorprendió al iniciar su labor como parlamentaria?

Antes de sorprenderme por el trabajo parlamentario en sí, me sorprendió la notoriedad concedida a la función. Convertirme en «Señora Diputada» me confirió de repente un cierto estatus, una respetabilidad que no esperaba. Durante mis primeros pasos en la Asamblea Nacional, recuerdo haberme sentido desconcertada por la consideración casi anticuada que el personal de esta «noble» institución tenía hacia los diputados. Pensé: «Si nuestros ciudadanos fueran acogidos con la misma atención en los diferentes servicios sociales o públicos de nuestro país, sería un gran progreso». Dicho esto, más allá de los honores del cargo de los que uno se beneficia personalmente, la función permite a veces resolver situaciones de conciudadanos cuando falta el derecho común. Y como a menudo falta, este «pequeño poder» no es desdeñable.

En cuanto al trabajo parlamentario propiamente dicho, es a la vez el interés de los temas tratados, la gran riqueza y diversidad de las tareas y al mismo tiempo el vacío de todo este trabajo lo que me ha marcado.

En efecto, es muy interesante tener que analizar proyectos de ley gubernamentales, enmendarlos presentando argumentos, preparar los discursos; es fascinante escuchar a distintos actores, ya sea para llevar a cabo misiones de información o para elaborar proyectos de ley; es rico en enseñanzas para ayudar a los ciudadanos o para apoyar las luchas; todo es fascinante o podría serlo.

Utilizo el tiempo condicional, porque todo este trabajo me deja una sensación de vacío; y esto no es una verdadera sorpresa. Esta experiencia confirma más bien el carácter formal del debate democrático en nuestras instituciones, especialmente en esta Quinta República, y más particularmente bajo este mandato. La asamblea (llamada de Godillot, por cierto) quedó reducida a ser una mera cámara de grabación de los deseos del gobierno. Además, (o a causa de ello), los debates se redujeron (y siguen reduciéndose, para oír a los de este nuevo mandato) a menudo solo monólogos; las enmiendas de la oposición apenas se discuten, despachadas con un lacónico «rechazadas» por los ministros de la bancada. A veces se toman la molestia de afirmar argumentos de autoridad, contradichos por hechos, cifras o razonamientos, pero esto no da lugar a ningún debate, salvo inventivas. El hemiciclo es el lugar por excelencia de la nove-lengua, de los remates y, para los más hábiles, de los sofismas. Y para mí es insoportable.

Así que sí, debatimos, pero en el vacío, y no tiene ningún efecto.

Dicho esto, si no se ha escuchado y considerado en el hemiciclo, la palabra de las oposiciones, en particular la de los Insumisos, ha encontrado eco fuera de los muros de la Asamblea a través de las redes sociales. Y esto no es baladí para el avance de un determinado pensamiento político; por no hablar de la satisfacción que uno siente al poder exponer claramente sus ideas y puntos de vista.

3- El miembro de la Asamblea Nacional debe proponer, debatir y votar proyectos de ley. ¿En qué consistía su trabajo diario como diputada? ¿A qué tareas dedicaba más tiempo?

Acabo de mencionar la diversidad de misiones y tareas del diputado. Pero no se pueden llevar a cabo todas con el mismo grado de compromiso. Depende de lo bien que conozcan el funcionamiento de la Asamblea; de si están en un grupo mayoritario o en la oposición; del tamaño del grupo; de si son elegidos por la región parisina; de la comisión a la que pertenezcan y de sus propios intereses.

Como diputada por primera vez, procedente de la región parisina, como miembro de un pequeño (17) grupo de oposición y como Comisaria de Finanzas, pasaba la mitad de mi tiempo en el hemiciclo o en comisión, sobre todo viendo las leyes de finanzas.

La otra mitad la dedicaba al trabajo en las circunscripciones, reuniéndome con los ciudadanos, las instituciones locales o apoyando las luchas y movilizaciones, que fueron especialmente numerosas durante este quinquenio. También estuve muy implicada en el tema de la educación (audiencias, reuniones, debates, etc.).

Hay que añadir que las tareas de un diputado serían imposibles de llevar a cabo sin el trabajo del personal de apoyo: desde el descifrado de los proyectos de ley hasta la redacción de enmiendas y discursos; desde la organización y el seguimiento de las audiencias hasta la redacción de proyectos de ley; desde el control legislativo hasta el seguimiento de la actualidad política, las movilizaciones sociales y el trabajo de comunicación, son los ejes del diputado.

4- Los ciudadanos de a pie tienen a menudo la impresión de que los políticos están muy alejados de sus preocupaciones. Aunque puedan reunirse con su diputado en su despacho, éste parece vivir en otro mundo. ¿Cómo mantenía el contacto con los habitantes de su circunscripción?

El ciudadano de a pie tiene razón. Es incomprensible que un Presidente de la República no sepa lo que cuesta una barra de chocolate, como era el caso del Sr. Sarkozy; es inaceptable que un Ministro de Economía y Hacienda como Bruno Lemaire se arrepienta de haber bajado el APL (Aide personnalisée au logement) y haya seguido los comentarios de su peluquero, en lugar de tomar en cuenta las advertencias de la oposición en la Cámara.

Pero no todos los políticos, aunque estén bien emplazados, están desconectados de la realidad de la gente común y corriente. Los diputados, en particular, están regularmente en contacto con sus conciudadanos, como lo estuve yo misma, interpelada por problemas individuales de vivienda, papeles o derechos inaccesibles por la desestructuración de la acción pública; o por grupos de habitantes, profesionales (profesores, enfermeras, comerciantes, etc.) que se ocupan de las dificultades de su profesión. Así pues, la mayoría de los políticos son conscientes de las preocupaciones de los ciudadanos, aunque no puedan -a nivel individual- aportar soluciones, sobre todo cuando están en la oposición.

El problema no es tanto el «político» como los «políticos» que llevan 40 años en el poder y que, desde hace 15, defienden sin pudor los intereses de la CAC 40 y de las finanzas, indiferentes (¿insensibles?) a las consecuencias de sus políticas sobre el bienestar de la mayoría de los ciudadanos.

Durante los encuentros con mis conciudadanos, no dudé en explicarles el vínculo entre «sus preocupaciones» y las decisiones políticas de estos secuaces de la CAC 40. Añadí que para no tener que quejarse de los políticos, sería mejor que ellos mismos se hicieran cargo de los asuntos públicos, no sólo para aportar soluciones a sus preocupaciones, sino para pensar en el bien de todos.

5- El mundo de la política tiene fama de ser un mundo duro en el que todas las artimañas, y sobre todo las bajezas, están permitidas. ¿Cuál es su relación con sus compañeros diputados?

En nuestro mundo competitivo, los golpes bajos surgen por todas partes, ya que unos buscan ganarle a otros. En este sentido, el mundo de la política probablemente no sea diferente del de los negocios o el espectáculo.

En política, se trata de ganar unas elecciones, de hacerse con el «poder»; y en este juego, todos los trucos sucios están permitidos: humillaciones o inventivas personales en lugar de debates de fondo, como hemos vuelto a ver durante las últimas elecciones. A nivel individual, se trata de ocupar un puesto importante en el «partido», de acercarse al centro del poder o de ganarse la estima del líder.

Me he mantenido alejada de los medios de comunicación y, por tanto, de los trucos sucios que les caracterizan; también me he mantenido alejada de los juegos de tribunales, manteniendo relaciones cordiales con todos mis colegas.

6- Con la Constitución de la V República, el Parlamento francés desempeña un papel menos importante que con las constituciones anteriores. ¿Tiene realmente poder el Parlamento? En caso afirmativo, ¿cuáles son sus límites?

Ya he mencionado cómo el Parlamento, especialmente durante la legislatura en la que participé, ha quedado reducido a no ser más que la cámara de registro del Gobierno. En efecto, esto es posible tanto por la Constitución de nuestra V República, que confiere una gran legitimidad política al Presidente, elegido por sufragio universal directo, como por la proximidad de las elecciones legislativas (sólo un mes después de las presidenciales), que refuerza generalmente la elección de una mayoría parlamentaria perteneciente a la del Presidente, que avala así la acción del gobierno que éste ha designado.

Así pues, sí, nuestra Constitución favorece el régimen presidencial. Incluso permite la omnipotencia del presidente, sobre todo si busca la autoestima en el cargo como hace el Sr. Macron; y sobre todo si la mayoría parlamentaria de este presidente -compuesta además por principiantes políticos, como fue el caso durante mi mandato- está totalmente sometida a él. El propio principio teórico de la separación de poderes, en el que deberían basarse las democracias, ya ni siquiera intenta ser una ilusión.

Sin embargo, nuestra Constitución no impide que el Parlamento tenga un papel importante. Incluso puede tener un papel decisivo, ya que aprueba o no la acción del Gobierno, segunda cabeza del ejecutivo, al que puede derrocar. Esta era la intención de J.L. Mélenchon para estas últimas elecciones legislativas. Además, si de las urnas no sale ninguna mayoría absoluta, la Asamblea puede convertirse en el verdadero espacio de debate que debería ser, obligando al ejecutivo a enfrentarse a ella.

Dicho esto, el poder legislativo sigue estando bajo el control del ejecutivo, que inicia la mayoría de las leyes debatidas y co-decide con las Asambleas su orden del día. El Gobierno también dispone de varios procedimientos para acelerar el debate legislativo (procedimiento acelerado), o incluso para impedirlo (artículo 49.3 de la Constitución); puede pedir una «votación bloqueada» en la que sólo se debatan las enmiendas aceptadas o propuestas por él; o puede exigir una segunda deliberación sobre una enmienda que lamentablemente se haya aprobado en contra de su parecer. De todas estas formas, el poder del Parlamento es limitado.

7- ¿Cómo valora como ciudadano su experiencia como parlamentaria?

Seré breve. Una experiencia personal muy rica en aprendizajes y encuentros. Sin embargo, esta experiencia me refuerza en la urgencia de poner fin a la democracia formal que se juega en instituciones polvorientas y anticuadas, en particular las de la V República. También me confirma en los hechos de que hay que acabar con el hecho representativo, que también se socava en cada elección.

8- La democracia representativa es muy criticada actualmente. En su opinión, ¿cómo podría mejorarse?

La democracia representativa ha sido criticada desde que se habla de democracia. Remitiéndose a la etimología de la palabra, algunos han dicho -y siguen diciendo- que el sistema representativo no puede ser democracia. En cualquier caso, las carencias y limitaciones de esta forma de democracia quedaron patentes en el referéndum de 2005, y luego en las promesas incumplidas de Hollande contra las finanzas. Traición de los cargos electos, falsas promesas, conflictos de intereses, corrupción y peso de los negocios, profesionalización de la vida política, los agravios contra este sistema son numerosos, y explican en parte la desconfianza hacia los cargos electos y la creciente abstención. A ello se añade la excesiva «peopolización» de la política, fomentada por los medios de comunicación y las redes, de modo que los representantes representan menos de lo que están en perpetua representación.

Por supuesto, no todos los políticos incurren en estos abusos. Pero el mal comportamiento de algunos mancha toda la esfera política, y al final, esto es algo bueno. Porque si ser ciudadano consiste simplemente en depositar un voto, es una lástima para la democracia.

Así que, por supuesto, podemos mejorar la «democracia representativa». Este es uno de los proyectos emblemáticos del programa de la France Insoumise: una constituyente para una Sexta República que -además de dar más peso al Parlamento- intentaría dar más espacio a la voz del ciudadano (Referéndum de iniciativa ciudadana RIC, destitución de cargos electos, limitación de mandatos, etc.). Son avances, ciertamente; pero no reexaminan los fundamentos del sistema representativo. Y en mi opinión, esto es lo que deberíamos hacer: acabar con los representantes profesionales, o incluso con los representantes del todo.

En este sentido, me parece muy interesante la experiencia de la Convención Ciudadana sobre el Clima. Porque más allá del golpe de comunicación que supuso para Macron, demostró que era posible confiar a ciudadanos de a pie la elaboración de propuestas de ley de interés general, lejos de la influencia de lobbies o partidos.

9- Francia ha sido testigo de potentes movimientos sociales en los últimos años (chalecos amarillos, marchas por el clima, manifestaciones contra el pase sanitario, etc.). ¿Cómo establecer el vínculo entre estos movimientos y las instituciones?

En general, las instituciones pretenden mantener un cierto orden, preservar las normas establecidas. Por lo tanto, no se llevan bien con los movimientos sociales espontáneos y contestatarios. Sería casi paradójico que formaran un vínculo.

Y además, estos movimientos se han mantenido alejados de cualquier «institución», si consideramos a los partidos políticos, o incluso a los sindicatos, como instituciones. «No dejarse tomar» era el lema de estos movimientos, a pesar del apoyo -más o menos sincero- de partidos o sindicatos.

Sin embargo, se forjaron vínculos, de los que el reciente parlamento de la Unión Popular es una especie de traducción: reúne a políticos, dirigentes de movimientos sociales, sindicalistas (e intelectuales y artistas) en torno a un proyecto y un programa políticos.

Así que, por supuesto, los vínculos no son entre «movimientos e instituciones», sino entre individuos pertenecientes a unos u otros en torno a un proyecto común. Además, este parlamento ha creado algo más que vínculos, ya que muchas de las figuras o líderes de estos movimientos han entrado en la «Asamblea Nacional», ¡la institución de las instituciones! ¿Institucionalizarán allí sus luchas? Sé que intentan -como lo hice yo misma- ser sus portavoces en su seno.

Pero cualquiera que sea la buena voluntad, me parece necesario que estos movimientos escapen a toda forma de institucionalización. Y si ha de haber un vínculo, éste debe limitarse a una situación concreta.

10- Los partidos políticos han perdido la confianza de los ciudadanos. ¿Es posible renovar esta forma de organización y de expresión, o hay que inventar otra cosa?

Tenemos que entender por qué los partidos políticos han perdido la confianza de los ciudadanos. ¡Quizá porque han llevado al poder a hombres que han traicionado sus promesas! Quizás porque, independientemente del partido que esté en el poder, de derechas o de izquierdas, ¡la política es siempre la misma! Quizás porque los partidos ya no tienen ningún fundamento ideológico, ningún proyecto de sociedad que no sea existir para promover la carrera de tal o cual persona: ¡En Marche para Macron, Horizonte para el Sr. Édouard Philippe! Además, inventan nuevos partidos (o nuevos nombres de partidos) para cada elección: En Marche se llama ahora Renaissance. Esto es marketing que no tiene nada que ver con la política: se cambia el logotipo, pero el producto es siempre el mismo.

Además, los partidos políticos no sólo han perdido la confianza de los ciudadanos, sino también a muchos de sus miembros y activistas: traición de los valores básicos, lucha de poder entre arribistas, instrumentalización de los activistas…

Así que no sé si debemos renovar la forma de organización de los partidos políticos o simplemente abolirlos, como sugirió en su día la filósofa Simone Weil en Note sur la suppression générale des partis politiques: organizaciones totalitarias, escribió, partidistas, que adoctrinan más que despiertan el espíritu en la búsqueda de la justicia y el bien común.

Estos son algunos de los grandes valores (la justicia y el bien común) que podrían orientar la elaboración de un programa político, ¡al margen de los partidos!

11- Los medios de comunicación también despiertan desconfianza entre los ciudadanos. ¿Qué hacer para que cumplan mejor su papel de información y educación?

Por supuesto, los ciudadanos informados desconfían de los medios de comunicación «dominantes», propiedad de unos pocos grandes grupos industriales (Bolloré, Drahi, Arnault, Dassault, Pinault, Niel…). Y no confían en estos medios para informar o educar, ¡al contrario! Parece evidente que a los editorialistas y comentaristas de estos medios se les paga para que construyan la opinión pública, para que digan lo que hay que pensar, no para que aporten análisis documentados. Incluso me horroriza escuchar cómo estos periodistas se han convertido en auténticos inquisidores, y sus entrevistas en interrogatorios. Y, en mi opinión, esta manipulación sigue funcionando demasiado bien.

Por supuesto, varios proyectos de ley han intentado poner remedio a la concentración de estos medios en manos de unos pocos multimillonarios. También hemos asistido a la aparición de los llamados medios alternativos, que ofrecen otro tipo de información, y sobre todo otro tipo de análisis. Pero estos medios dependen económicamente de sus lectores, y por tanto son frágiles.

Sin duda habría que pensar en una financiación pública (que es diferente de un servicio público que también está sujeto al gobierno) para que puedan existir medios de comunicación de diversas tendencias. Esto sería un mínimo. Porque una democracia sin diversidad de información, análisis e interpretación de los hechos no es una democracia «honesta».

12- Entre los acontecimientos recientes en nuestra sociedad y, más ampliamente, en nuestro mundo, ¿cuáles cree que son los más prometedores para el futuro?

Hace más de 30 años, cuando empecé a participar en la vida social y política, era indecoroso decir que nuestra democracia era formal y estúpido denunciar el capitalismo por su lógica de acumulación de riqueza.

Ahora es un hecho para la opinión pública: la globalización, la financiación de la economía, la concentración de la riqueza, el desempleo estructural, la pobreza, la negación de la democracia y la emergencia climática muestran la verdadera cara del capitalismo y de la democracia formal que le sirve.

La gente entiende y relaciona todos estos problemas. Sobre todo, están experimentando lo absurdo de este sistema que condiciona nuestras vidas, nuestro comportamiento, mientras causa estragos ecológicos y humanos. Incluso los grandes medios de comunicación -que acabo de denunciar- programan reportajes o documentales que informan sobre estas catástrofes, su causa y la complicidad de los poderes políticos.

Por eso vemos cada vez más iniciativas que construyen alternativas a este sistema. Películas como Demain en 2015 han contribuido a darlas a conocer. Más recientemente, se oyen en las redes las voces de los jóvenes, sobre todo de los que tienen sus titulos superiores (Politécnicos, Agro-Tecnologías): se niegan a poner su talento al servicio de esta sociedad y de su sobre-consumo, despilfarro, individualismo y sinsentido; se sustraen de ella desarrollando otros modos de vida, anclados en los territorios. Utopías locales, por utilizar la expresión de uno de ellos.

Estas iniciativas no pretenden cambiar el sistema, sino trabajar a un costado, dependiendo de él lo menos posible, aunque a veces estas iniciativas se apoyen en mecanismos de «innovación» política.

¡Aquí es donde veo el futuro! En la multiplicación de este tipo de experimentos impulsados por la base social, y que deberían ser acompañados, alentados, apoyados y coordinados con más vigor por las políticas públicas, decididas a su vez por la base social.

Pero ese es otro asunto: necesitamos repensar qué es la política y cómo hacerla, volviendo al significado original, y mucho más noble, del término.