David Sámano

En esta ponencia, intentaremos mostrar, cómo  en esos momentos de reencuentro  con  lo espiritual,   lo intencional  y  lo vivo,  la conciencia humana,  opera de manera diferente a la históricamente habitual.

Antes quisiera ofrecer un breve marco teórico. Permítaseme hacer equivalentes los conceptos de: noema y noesis, provenientes de la fenomenología,  con  los conceptos de: paisaje y mirada, respectivamente, elaborados por Mario Rodríguez.

Robberechts, comentando a Husserl nos dice: “La noesis, o el lado noético de lo vivido por la consciencia, es la presencia activa del sujeto en la elaboración de una percepción y en la constitución de una significación”.

Rodríguez, nos dice algo similar al hablar de miradas: son “actos del percibir”, “actos complejos y activos organizadores de paisajes”, y no simples actos pasivos de recepción de información.

Roberechts, también comentando a Husserl dice: “El noema o el lado noemático de lo vivido es el resultado de la actividad dialogante de la noesis: el objeto o sentido constituido, considerados en su dependencia esencial con respecto al acto constitutivo” de la noesis.

Rodríguez, entiende por paisaje algo equivalente: lo que resulta  de la “actividad organizadora de la miradas”.

Por ello, cuando en el título de  esta ponencia hablamos  de mirada interna,  nos referimos a un acto del percibir y dar significación a lo vivido, orientado por una  estrecha conexión con los registros internos más profundos de cada ser humano y no por presiones externas.

Nos apoyaremos entonces, desde el punto de vista teórico,  en  un enfoque fenomenológico de lo religioso, y desde el punto de vista de la  praxis,  en un caso de religiosidad popular, y en las propiedades identitarias del grupo que la sigue.

En  esta modernidad  avanzada  y materialista en que vivimos,   lo espiritual  resurge inesperadamente,   después de haber sido “exorcizado” de la naturaleza,  como diría Sheldrake (1994).

En su bello libro: “El renacimiento de la naturaleza. La nueva imagen de la ciencia y de Dios”, desde el campo de la biología, Rupert Sheldrake, encuentra la analogía para hablarnos del  renacimiento  del espíritu, algo urgente  en esta sociedad a punto de colapso. Y no se piense que estamos refiriéndonos a  lo espiritual  en términos religiosos, metafísicos o filosóficos,  sino en términos mucho más elementales,  como  los que están detrás  del  ritual más sencillo, o en   las acciones, mínimamente influidas, por algo más que la inmediatez  de los hechos y el dinero.

Sheldrake, hace un recorrido histórico, comenzando por  las  sociedades cazadoras y recolectoras, en las que  la  naturaleza y su observador humano, compartían el hecho de estar y sentirse vivos.  Esta imagen inicial, es la de una naturaleza viva y femenina,  pero que  admite recintos naturales poblados de otras entidades espirituales que se arraigan en ellos. Nomos, hadas, espíritus de las aguas y de los antepasados pululan por todas partes. Todavía, al finalizar la edad media, el catolicismo toleraba esta espiritualidad natural, dando pie a las primeras expresiones de lo que posteriormente se llamaría: catolicismo popular. En aquellos sitios donde se veneraban deidades, la estigmatización de idolatrías o herejías, cumplían la doble función de ubicarlas  en una cosmovisión basada en el bien y el mal,  e  inducir  su prohibición.

Pero, esta discriminación nunca la exterminó. Weber, afirmaba que ninguna religión monoteísta había logrado extirpar “de manera permanente el mundo de los espíritus y demonios, únicamente los había subordinado, por lo menos teóricamente, a la conciencia  del Dios único”.

Con la llegada del protestantismo, esta tolerancia disminuye.  Lo espiritual se recluye a lo humano y la naturaleza es despojada de cualquier atributo no material. No más lugares sagrados, no más animales o plantas sagradas, y no más objetos sagrados.  Ahora la racionalidad es el espíritu, expresión de la perfección de un Dios omnipresente.

En lo mencionado anteriormente, encontramos elementos para comprender, al menos un aspecto, de la  génesis  del pensamiento de la revolución científica del siglo XVII y posteriormente de la ilustración. La mente humana,  suponiendo un Dios único, ya venía siendo entrenada, desde la edad media hasta el momento del surgimiento del protestantismo, para desenvolverse bajo la vigilancia de una  mirada externa, una mirada de alguien como Dios. Esta mirada, presuponía una lógica  general extrahumana, como la que posteriormente se adjudicó a los sistemas racionales de la ciencia y la filosofía racionalista cartesiana,  inaugurando  un nuevo punto de observación externo al hombre.  Y con esto, por un lado, se colocó una nueva autoridad,  la de la diosa Razón por encima del ser humano;  al mismo tiempo, la naturaleza quedó bajo nuestros pies, totalmente cosificada y lista para ser progresivamente  manipulable.

Pero el tratamiento de la naturaleza como cosa, obligó a reestructurar permanentemente los sistemas racionales, como nunca antes lo habíamos hecho, ya no sólo, el intento de coherencia general de un sistema o cosmovisión, es el impulso de transformación de los mismos, frente a los nuevos hechos que el mundo empírico presenta a los ojos humanos. La visión de la naturaleza como cosa, fácilmente induce a adaptar,  desechar o cambiar por otro,  cualquier sistema de pensamiento, si esto redunda en mayor control manipulativo. Al ser todo susceptible de usarse, según las necesidades y apetencias humanas, sean estas las  más dignas o las más deshumanizadas, los mismos sistemas racionales fueron convirtiéndose en instrumentos para manipular las cosas, o sea, en cosas también, y  se  integraron al mundo  del mercado  cuando el capital  se convirtió en medio de control y  poder.

En este imperio de las cosas  que no es otro que el  de la  mirada externa,   nos  encontramos con la religiosidad popular,   haciendo  a pesar de todo,  resurgir el espíritu  de manera inesperada. Entre otras cosas porque no reconoce compromisos con racionalidad teológica alguna  y en cambio facilita retomar la experiencia mística  original, la que toma forma solo cuando se adopta una mirada  interna aunque sea solo por unos instantes.

Muchos han destacado la conexión con lo divino, sin engorrosas  intermediaciones, que logra la religiosidad popular. Conlleva un acto de conciencia libre, en el que además, la injerencia de la jerarquía religiosa, en contraste con la que se desenvuelve en un marco oficial,  puede quedar entre paréntesis.

 

Tampoco se requiere la mediación de un intérprete,  es el acto  de conciencia, sin la imposición de un objeto que pueda manipularse por una voluntad externa al mismo sujeto de la religiosidad popular.

Ese momento, en el que la conciencia se relaciona con lo sagrado, sin intermediarios, centellea brevemente, pues así como una de esas  partículas sub atómicas,  es de vida muy corta, fácilmente puede diluirse en el campo de fuerza  de algún poder. Sin embargo, en el caso de la religiosidad popular, en contraste con la religiosidad oficial,  las posibilidades  de que  se prolongue  son mayores,  dadas las características de  los  espacios y relaciones de poder en que se desenvuelve.

Mario Rodríguez, autor del que hemos extraído también este modelo de: acto – objeto, señaló con base a este esquema, el peligro de manipulación que se  revela,  cuando se aplica al contexto religioso. Por ello, destacaba y apostaba a  una reconversión de todas las prácticas religiosas hacia una religiosidad interna. El fundamento de esta, radica  en el resurgimiento de la intención detrás del mero hecho religioso, que busca su objeto como todo acto de conciencia, pero sin pretender calmar esa búsqueda, imponiendo objeto “sagrado”  alguno desde fuera.  En una conferencia titulada: La religiosidad en el mundo actual, en 1986, plasmó un escenario en el que la religiosidad popular tiene cabida, lo bocetó en aquella ocasión  con las siguientes palabras:

“Podría ocurrir que una religiosidad difusa fuera creciendo en pequeñas y caóticas agrupaciones sin construir una iglesia formal, de manera que no fuera fácil comprender el fenómeno en su gran magnitud”.

Creo que algo de esta manera libre de concebir la vida religiosa de la humanidad  lo podemos apreciar hoy en día. Para ilustrar esto, y a manera de brevísimo homenaje – Rodríguez falleció  hace uso cuantos días -,  quiero presentarles algunas fotografías de ciertos ámbitos que se han construido, inspirados en sus ideas. Se trata de salas esféricas vacías,  sin ningún  objeto, salvo cosas muy  elementales como los asientos.  Quienes  han construido estos recintos dicen –interpretando a Rodríguez y  en analogía con los fenómenos neumáticos -,  que su función  es  hacer vacío, para succionar, desde  la interioridad  de aquel que busca lo sagrado, sin importar la creencia o religión a la que adhiera, y sin sugerir objetos externos para satisfacer tal búsqueda.

Estas formas de religiosidad,  también se pueden apreciar en muchos de los espacios que se definen a partir  de  la religiosidad  popular. Veamos el caso de la Cruz del  Árbol.

Este árbol, que creció en forma de Cruz, dio origen a una comunidad de seguidores, que cada tres de mayo, se congregan a su alrededor, para celebrar una misa y compartir un desayuno, con atole y tamales, que ofrecen las familias   nativas del Pueblo de Santa Cruz Atoyac, localidad urbana en la que  se encuentra  este sitio sagrado.  Para mayor referencia, diremos  que la  Cruz se encuentra  en la esquina de un rectángulo, dentro del  área verde  de las canchas de básquetbol,  de  la delegación  Benito Juárez, en el cruce de Zapata y Av. Cuauhtémoc, en la Ciudad de México.

Antes de que se construyera  la delegación Benito Juárez, existía una “ciudad perdida”.  Da  la impresión, que el origen del culto parte, no de un contexto pueblerino, sino de un ambiente urbano, preocupado  por  contar con un recurso simbólico para prevenir y amortiguar la violencia. Varias personas, nos han comentado, que el sitio en que hoy se puede ver  la Cruz, era la entrada a la ciudad perdida y un paso lleno de delincuentes y maleantes.

Todavía en los años ochenta, el  árbol que dio  origen a esta fe, reverdecía, cuando ya nadie lo esperaba. Algo parecido, inspiró a Sheldrake, volviendo a nuestro biólogo del principio,   para hablar del renacimiento  de la naturaleza.   Al observar una fila de mimbreras, de las que colgaban alambres oxidados en una finca de su familia, le explicaron: “que alguna vez había habido una cerca de alambre en  estacas de mimbrera, pero las estacas habían vuelto a la vida convirtiéndose en esas plantas”

Sheldrake, se sintió lleno de una reverencia tal, que lo llevo a  bocetar el camino para explorar una nueva imagen de la ciencia  y de Dios.

Pero volviendo al árbol.

En el tronco, podemos distinguir tres niveles, que inspiran el título de esta ponencia: en la base está el mundo natural, alegorizado por las  flores; en la parte media, nos encontramos con el mundo humano, un lugar reservado, primordialmente, para  manifestar los  pedidos y  milagros recibidos; finalmente en  la parte superior, lo  divino, simbolizado en el rostro de Cristo. Recurriendo a la estrategia metodológica de José Caballero, plasmada en su libro: Símbolos, signos y alegorías, podemos considerar, de manera general, que la cruz del Árbol, es un símbolo que genera una tensión vertical, en la  que se han emplazado tres tipos de alegorías.

El  tres  de mayo, llegan a la Cruz del árbol,  devotos de colonias, no tan cercanas, como Portales y aún más lejanas, como Héroes de Padierna.  Entre ellos se encuentran  los principales  organizadores de la celebración del día de la Santa Cruz, ahí, al  pie del árbol.  Gracias a ellos, el culto se ha mantenido, y ha  logrado una relativa autonomía de las autoridades locales, tanto  tradicionales como  eclesiásticas. Estamos, más ante una religiosidad popular de origen urbano,  que folk. Ese día, se genera un ambiente propicio para llevar acabo, tanto el culto privado, que se puede observar  a lo largo del año, como el colectivo, ambos coexisten  en forma armoniosa.

El cuidado material de la Cruz, que generalmente se intensifica en las vísperas del tres de mayo,  es un buen ejemplo de cómo dentro del caos siempre hay un orden. Sin plan alguno y de manera anónima, la gente va aportando lo que cree, puede ser necesario para el mantenimiento de la cruz. En el 2006, por ejemplo, alguien construyó una reja alrededor, y nadie puede precisar con exactitud quien fue.

Lo mismo sucede con el cuadro de cemento  en su base que es mucho más antiguo. Pero todas las versiones se aceptan.

A manera de conclusión diré que…

Esta, auto organización que observamos, la no dependencia de poderes y libertad, sin intermediarios, para conectar con lo divino, nos hacen pensar que, es muy probable, que la religiosidad popular, tenga propiedades que le den mayor capacidad de adaptación al mundo actual y futuro, que la religión oficial. Especialmente, por la facilidad con que sus devotos pueden adoptar una mirada interna de sus prácticas.

Mario Rodríguez, enfatizaba la necesidad de reconsiderar todas las formas de pensamiento, no sólo  las religiosas,  desde la mirada interna;  esto es,  desde la conexión con los registros profundos de la vida, que no son otros, más que los de alejarse del dolor y aproximarse al placer.  Así,  cualquier cosmovisión, cualquier teoría científica, doctrina filosofía o mito,  antes  de adjudicarse ser la expresión de  una coherencia general, de cómo y por qué suceden las cosas, se reconocerá humilde, y esencialmente, como una respuesta de la vida  en sus intentos de seguir siendo vida. Gracias.


Ponencia presentada en el Proyecto de Investigación Formativa de la ENAH, Pueblos entorno urbano, 2010.


David Sámano se desempeña como profesor  – investigador de tiempo completo en la Universidad Autónoma de la  Ciudad de México (UACM) e investiga temas vinculados a  la  epistemología, filosofía de la ciencia y  antropología de la ciencia.


Artículo del libro Interpretando al Nuevo Humanismo. Etnología, Epistemología y Espiritualidad. https://edicionesleonalado.net/es/producto/interpretando-al-nuevo-humanismo/


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