Cuando hablamos de imágenes futuras qué cambien significativamente la situación precaria de las mayorías, estamos hablando de tener voluntad política para ir en esa dirección.

En ese contexto, cuándo revisamos lo que se está haciendo por parte del ejecutivo actual, lo hacemos desde la perspectiva de la dirección y de la voluntad política, no desde las acciones sin contexto. No se trata de críticas personales ni tampoco de desconocer las dificultades de las funciones de gobernanza en sí misma. Creemos firmemente en los procesos, y esto implica reconocer las acciones anteriores de quienes nos precedieron y, en ese sentido, coincidimos con Boric cuándo reconoce la acumulación de políticas públicas qué se han venido construyendo en nuestra historia.

Pero en el contexto descrito, diferenciamos claramente, de otras, las acciones referenciales que llevan históricamente una dirección y una voluntad política de realizar los cambios requeridos, para el mejor vivir, de quienes han sido sacrificados en su dignidad y calidad de vida, a pesar de su aporte significativo para construir la riqueza de nuestro país, que según indicadores económicos a logrado entre 16.000 y 25.000 dólares per cápita en los últimos años.

Así, no estamos especulando cuándo afirmamos qué la desigualdad monstruosa se debe a una acumulación enfermiza por un pequeño grupo de personas en el país. Tampoco lo hacemos cuándo develamos la inercia del Estado en estos asuntos. Con voluntad política estamos marcando el punto de que no se puede esperar cambios mecánicamente y que por tanto un cambio de situación pasa por revolucionar el actual estado de las cuestiones públicas en una nueva dirección.

Tales cambios requieren del reconocimiento, de una vez por todas, de que la supuesta imparcialidad y condición de apolíticos de los distintos poderes reales que están operando en las definiciones de nuestra sociedad, (entendiéndose por poderes el financiero, el de las multinacionales, el militar, el judicial, de los partidos políticos y las iglesias) no es tal, y existe bastante evidencia de sus intervenciones para detener los programas de gobierno que tenían la expectativa de modificar la dirección y comprometerse con las necesidades de las mayorías. Es el caso de Aylwin, Bachelet y hoy el presidente Boric.

Los cambios que se requieren, y a los que con justicia la gente común aspira, no son extraños, inentendibles ni desproporcionados. Son claros y precisos en sus características, definidos en las agendas de los movimientos y organizaciones que vienen luchando por ellos. Tal cual cómo Boric y sus compañeras y compañeros, en la época de las movilizaciones de estudiantes universitarios, los tenían respecto a la gratuidad universal, el fin al lucro, cómo formas para superar el endeudamiento monstruoso de las familias chilenas. Esto afirma, qué las cosas a implementar ya están delineadas en el seno de las organizaciones ciudadanas. A saber:

Acuerdos reales de dignidad salarial entre trabajadores-trabajadoras y patronales y en los cuales se eliminen los agentes financieros especulativos y la usura de la banca.
Priorizar la inversión en soportes reales para niñas, niños y adolescentes, con escuelas que proveen educación integral, no sexista, salud preventiva, cultura, comunicaciones, investigación científica, deporte, afectividad, solidaridad, espiritualidad, y formación ciudadana con atención en promover conciencia crítica.
Un sistema de jubilación, compensación en servicios básicos, recreacionales, de salud e integración de sus saberes para adultas y adultos mayores que les permita una etapa final con alegría de vivirla.
Un sistema de Salud integrado, que priorice los centros familiares comunales, en los que prevalezca la acción de cuidados preventivos, y hospitales zonales con las especialidades operativas.
Un plan de viviendas y urbanismo descentralizado, con regulaciones de precios que no excedan pagos de un porcentaje razonable de los ingresos, ya sea en cobros de dividendos o arriendos.
La dirección de la voluntad política, necesariamente tiene que integrar a la ciudadanía organizada, a los centros de estudios, a la academia, a los emprendedores, es decir, a toda chilena y chileno que pueda participar de distintos modos en promover los cambios. Hoy no se puede pensar un mejor rumbo sino es inclusivamente. Sin un proyecto país que dé cuenta de las necesidades y de la participación de todas, todos y todes, será improbable que se pueda salir de la situación de desigualdad, empobrecimiento y alienación en que hoy nos tiene sumido el modelo imperante.

En este punto, en que, de extremo a extremo del arco político, todos están de acuerdo que sería deseable un Chile que diera respuesta a las necesidades de su pueblo, al menos en los discursos de buena crianza, luego comienzan los peros. Principalmente se habla de falta de recursos disponibles y de fugas de la inversión extranjera.

Lo que no se dice es que en realidad el modelo económico político, en sí, no puede plantearse tal dirección, pues su concepción y dinámicas van en una dirección opuesta. Es por ello que con independencia de quien llegue a La Moneda, de tiendas políticas A o B, tal administración (como correctamente hoy se autodesignan) deja en status quo las posibilidades de un cambio significativo para las mayorías necesitadas.

Esta es la encrucijada real de Chile, es el desafío a resolver, y aquí se define concretamente la voluntad política, la dirección que se está dispuesto o no a tomar, colocando por delante y como eje central el bienestar común, acomodando el resto de cuestiones para que apoyen y no entorpezcan la dirección que se requiere para alcanzarlo.

Hoy la disyuntiva a la que nos enfrentamos es ir hacia una crisis social y económica en expansión o intencionar revolucionar el sistema, dando paso a ese nuevo mundo que no se le permite terminar de nacer, porque aún no muere el actual viejo mundo.

 

Redacción colaborativa de M. Angélica Alvear Montecinos; Guillermo Garcés Parada y Sandra Arriola Oporto. Comisión de Opinión Política