Hace 50 años, un 27 de Enero de 1973, se daba fin formalmente a la guerra en Vietnam.

Con la firma de Nguyen Duy Trinh, ministro de asuntos exteriores de Vietnam del Norte, Nguyễn Thị Bình, líder del Frente Nacional de Liberación de Vietnam (Viet Cong), Charles Tran Van Lam, ministro de asuntos exteriores de Vietnam del Sur y William P. Rogers, secretario de Estado de Nixon, se sellaba el cese al fuego inmediato y el retiro de las tropas estadounidenses del país asiático en un lapso máximo de sesenta días.

El documento anticipaba que la reunificación de Vietnam se haría «paso a paso a través de métodos pacíficos y sobre la base de las discusiones y acuerdos entre Vietnam del Norte y Vietnam del Sur, sin coacciones o anexiones de ninguna parte, y sin intervención extranjera».

La guerra, que duró más de dos décadas, fue un conflicto bélico impulsado por la aspiración de autodeterminación del pueblo vietnamita contra los poderes coloniales e imperialistas (Francia y los Estados Unidos) enmarcado en el conflicto global impulsado por éstos para detener la expansión del bloque socialista liderado por la Unión Soviética y la República Popular China.

La errónea denominación de «guerra fría» queda expuesta ante la evidencia de los millones de víctimas del conflicto, principalmente de nativos de Vietnam, pero también camboyanos, laosianos y estadounidenses.

Desde 1964, las Fuerzas Aéreas estadounidenses arrojaron más de 14 millones de toneladas de bombas sobre Vietnam, Laos y Camboya, 10 veces más que todas las bombas lanzadas durante la Segunda Guerra Mundial sobre Europa.

Pese al abundante armamento, a la invasión directa, a los bombardeos de población civil y la utilización de armas químicas, los norteamericanos no consiguieron derrotar militarmente a la táctica de guerrillas del Vietcong junto al masivo apoyo popular del que gozó, debiendo aceptar su derrota y retirada.

Tanto en los Estados Unidos como en Vietnam hubo miles de activistas que se opusieron a la guerra, siendo esto también determinante para su término.

Mientras que en el continente americano, una importante fracción generacional elevó su voz en manifestaciones, conciertos y protestas callejeras frente a la intromisión beligerante de los Estados Unidos en Indochina, también en Vietnam hubo algunos que defendieron la No Violencia para enfrentar el abuso imperial.

Entre las personalidades que abogaron por la paz se destacó el monje budista Thich Nhat Hanh, quien se reunió en 1966 con Martin Luther King, Jr. y le urgió a denunciar públicamente la guerra de Vietnam. Algunos meses después, el 4 de Abril de 1967 el líder del movimiento contra el racismo, pronunció un famoso discurso en la iglesia de Riverside en Nueva York, en el que cuestiona abiertamente el involucramiento norteamericano en Vietnam.

Ya en 1965, el maestro budista había escrito a King una carta titulada «En busca del enemigo del Hombre» en la que señalaba: «Ahora, en el enfrentamiento de las grandes potencias que tiene lugar en nuestro país, cientos y tal vez miles de campesinos y niños vietnamitas pierden la vida cada día, y nuestra tierra es desgarrada inmisericorde y trágicamente por una guerra que dura ya veinte años. Estoy seguro de que, puesto que usted ha participado en una de las luchas más duras por la igualdad y los derechos humanos, se cuenta entre quienes comprenden plenamente, y comparten de todo corazón, el indescriptible sufrimiento del pueblo vietnamita. Los más grandes humanistas del mundo no permanecerían en silencio. Usted mismo no puede permanecer en silencio.

Se dice que Estados Unidos tiene una sólida base religiosa y los líderes espirituales no permitirían que las doctrinas políticas y económicas estadounidenses se vieran privadas del elemento espiritual. Usted no puede permanecer en silencio, puesto que ya ha estado en acción y está en acción porque, en usted, Dios también está en acción, por utilizar la expresión de Karl Barth. Y Albert Schweitzer, con su énfasis en la reverencia por la vida y Paul Tillich con su coraje para ser, y por tanto, para amar. Y Niebuhr. Y Mackay. Y Fletcher. Y Donald Harrington. Todos estos humanistas religiosos, y muchos más, no van a favorecer la existencia de una vergüenza como la que tiene que soportar la humanidad en Vietnam.

Recientemente, un joven monje budista llamado Thich Giac Thanh se quemó a lo bonzo [20 de abril de 1965, en Saigón] para llamar la atención del mundo sobre el sufrimiento soportado por los vietnamitas, el sufrimiento causado por esta guerra innecesaria -y ustedes saben que la guerra nunca es necesaria. Otra joven budista, una monja llamada Hue Thien estaba a punto de sacrificarse de la misma manera y con la misma intención, pero su voluntad no se cumplió porque no tuvo tiempo de encender una cerilla antes de que la gente la viera e interfiriera. Aquí nadie quiere la guerra. Entonces, ¿para qué es la guerra? ¿Y de quién es la guerra?», se preguntaba Nhat Hanh en aquella misiva.

Por sus cuestionamientos y seguramente sospechado como demasiado cercano al adversario por sus múltiples estadías en Estados Unidos, Thich Nhat Hanh fue expulsado luego de Vietnam y vivió las siguientes décadas en el exilio francés y estadounidense, donde predicó y expandió la enseñanza de la «consciencia plena» («mindfulness»), logrando la adhesión de muchos «ricos y famosos» de los Estados Unidos. Poco antes de su partida, regresó a Vietnam, donde terminó su ciclo vital en un monasterio como un sencillo monje.

En cuanto a los Acuerdos de Paz de la guerra en Vietnam, éstos representarían tan solo una pausa en los enfrentamientos en la península. La guerra continuaría en Laos y Camboya, hasta que en 1975 se constituiría la República Popular de Lao, Vietnam lograba su reunificación en 1976 y recién en 1991, luego de la irracional dictadura del Khmer Rojo (1975-1979) y los más de diez años de posterior y persistente conflicto armado en Camboya finalmente se firmarían, también en París , los acuerdos sobre un arreglo político amplio.

A partir de allí, la paz retornaría a revivir el futuro de estos castigados pueblos.