Limpiando legajos, noticias, informes… descubrí una carpeta. No conocía su contenido, casi sin más la tiro a la papelera para reciclar, pero algo en mi interior me dijo: «No cuesta nada, abre su contenido». Mis manos comenzaban a picarme, ya que eso me ocurre en todos esos libros o papeles que son ya viejos y el polvo y los años han hecho que los ácaros puedan acampar a sus anchas y al parecer soy algo sensible a ellos, sobre todo los que se encuentran en los libros. Claro, ellos también quieren aprender. Pues bien, abrí la carpeta y encontré una serie de hojas escritas  en máquina de escribir, las antiguas, de mis años de juventud, cuando ya me llamaba el mundo de la información y el ser un escritor. Los libros han sido siempre la compañía de mi juventud y siguen siéndolo en mi madurez.

A continuación, rescato uno de ellos que creo es actual, a pesar de los años transcurridos, y lo comparto con mucho cariño.

 

Solo sé que nada veo

 Tímida y frágil va despertándose la aurora en la luz florecida del aguerrido paisaje. Sudor, nostalgia y alegría de tiempos vividos en frondosos parajes.

Levanto mi vista erguida y, quedándome sin aliento, puedo entonar con alegría los cánticos de una flor nacida, de un bosque Cupido o de un cóndor majestuoso, dueño del aire y del viento, mientras duerme en el cielo con ojos de acecho.

Cuánto aprecio esta paz infinita, estos campos, bosques, montañas y lagos.

Cuando miro un águila o un conejo asustado, no los miro con pasión nefasta de poderles derribar con una escopeta de caza. Los miro con amor y cuidado, con mimo y ternura, pues ellos son el ejemplo y la ciencia, la resistencia y la vida, el cariño y la justicia. De ellos hemos aprendido a volar, a sumergirnos bajo las aguas, a crear inventos del futuro y a no ser fieros trotamundos. Pero de ellos no hemos aprendido el matar por matar, arrasar por disfrutar, contaminar por ahorrar.

Me alumbra el sol enriquecido de benditos rayos y me siento entre piedras calientes y sombras de árboles callados, mientras el cielo, las nubes y el viento, van derramando sobre mi cuerpo gotas de sudores empañados en sueños.

Suspiro entre estrellas inflamadas de mantos perfectos y hermosura aislada. Las miro, me hablan y, en el umbral de la noche, se preguntan cansadas sin son bellas a las tristes miradas.

Mi alegría estalla cuando en el interior de un bosque perfumado, me doy cuenta que aún quedan rincones reducidos que disfrutan de caminos perfectos, vírgenes del hacha o de fuegos ocasionados por confundidos patrones.

No quiero pensar en tinieblas que enturbian mis ojos sin ver la verdad. Quiero creer que aún queda esperanza iluminada, una pregunta no contestada o una sombra que nos lleve por fuerza a cambiar nuestra mente paralizada.

Muchos hablan de paz y otros de guerra fría, enmascarando la verdad. ¿Qué opción tomar? Miro hacia atrás y solo veo con nostalgia una zona verde que se apaga, un aire limpio que se marchita huyendo de la soledad y unas aguas que eran libres y que ahora únicamente son cloacas de basura mugrienta. Miro el presente y solo veo armas con potencia nuclear, hambre, guerras que nos hacen callar y a una humanidad que se agota entre muerte desolada junto al fango contaminado. Siento el futuro y, por más que miro, no veo nada y, por ver, no veo ni la flor marchita del tejado. Solo sé que nada veo y el no ver, es no sentir ni soñar.

…………….

Pero ahora me conecto con ese yo de entonces que escribía esas palabras posiblemente en medio de un bosque o una acampada. Y sí, sigo sin ver un futuro en el que podamos subsistir con felicidad, ya que hay mucho dolor en el mundo, millones de personas sufriendo por un motivo u otro, violaciones de los derechos humanos en todos los países sin excluir ninguno… ¿Cuál es la solución? Por desgracia no la tengo. No sé cuál es, solo sé que nada veo y el soñar es nuestra esperanza.