Resulta fascinante que la reunión de Acción Climática de las Naciones Unidas (COP27) de este año coincida con las elecciones de mitad de mandato en Estados Unidos. Las organizaciones progresistas han estado denunciando el historial de derechos humanos de Egipto, anfitrión este año de la reunión de la COP27, mientras que al mismo tiempo animan y recuerdan a todo el mundo que acuda a las urnas para estas elecciones «cruciales». Sí, se anima a votar a esta democracia «formal» que fue la que creó la catástrofe climática.

Los occidentales-blancos están muy preocupados por la erosión de su vieja e inadaptada democracia. Imagínense pedirle a un joven de 19 años que vaya a votar: es como pedirle que haga los deberes en una máquina de escribir. Esta democracia ha sido controlada durante un siglo por una minoría (hombres blancos y viejos) que bloquean, por cualquier razón que inventan, el voto de la gente común, justificando sus restricciones en el color de la piel, el género o cualquier precedente judicial. La batalla para limitar el derecho a voto sigue muy viva. Esta despreciable democracia es adicta a gastar más y más dinero. Todo ese dinero gastado para elegir a personas que casi no tienen poder, pero que están ahí para facilitar las voluntades de las corporaciones y los mercados financieros.

Nuestra crisis del cambio climático es producida principalmente por estos países llamados democráticos que no han sido capaces en los últimos 27 años (y 26 reuniones de la COP) de cumplir sus promesas de hacer lo correcto. ¿Por qué no hablamos de los derechos humanos de las naciones insulares que se están hundiendo? Nicholas P. Simpson en The Conversation publicó un artículo titulado «Climate change will force up to 113 million people to relocate within Africa by 2050-new report». El Occidente blanco siempre utiliza la misma técnica de manipulaciones proporcionales. Habla de los cientos de casos de derechos humanos en Egipto pero apenas menciona los 113 millones de personas obligadas a reubicarse en África. Y lo que es aún más repugnante es que llamaremos inmigrantes a estas comunidades desplazadas y pediremos a cada una de ellas que justifique ser aceptada como refugiada en nuestros países «democráticos».

No podemos seguir votando al mismo sistema y organizando las mismas reuniones internacionales, año tras año, protestando por la inacción de nuestros gobiernos y esperando medidas drásticas sobre el cambio climático. Esto me recuerda a la famosa definición de locura de Einstein: hacer lo mismo una y otra vez y esperar un resultado diferente.

Vamos a tener que hacer algo más que votar y protestar si queremos cambiar la dirección destructiva a la que nos dirigimos. Tenemos que transformar profunda y urgentemente nuestra democracia y nuestra comprensión de los derechos humanos para hacer frente a la crisis climática. ¿Tiene el Occidente Blanco el «derecho humano» de destruir nuestro hábitat?