Más que una opción, votar a Lula se convierte en una necesidad histórica.

Por Adriana Doyle Portugal¹ y Eduardo Alves

Alguna vez Gramsci, un hombre comprometido con la vida y con las mejores condiciones para la existencia humana, dijo que «odiaba a los indiferentes». El compromiso del revolucionario italiano, de origen muy humilde, no le permitía ser indiferente. Así es Pressenza, un colectivo con diversidad y múltiples visiones, posturas y convicciones, pero que se unifica en el camino, sin violencia, hacia la transformación de la política para el buen vivir. Dicho esto, y reafirmando la importancia de la unidad y el debate para la inteligencia colectiva que nos amplía y fortalece, vale la pena preguntarse: ¿por qué votar a Lula en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Brasil en 2022?

Tenemos algunos motivos fundamentales para afirmar la necesidad de votar y elegir a Lula para la presidencia de Brasil en 2022. Entre las razones fundamentales destacamos, en este momento, sólo cuatro que consideramos centrales y decisivas para el debate en este territorio de unidad que nos constituye.

La primera razón se deriva del análisis objetivo de la realidad, desde el punto de vista de la coyuntura mundial y también del contexto político en Brasil. Lo abordaremos desde la problemática teórico-política del imperialismo y su desarrollo. Pues bien, a grandes rasgos sabemos que la reciente amenaza de las nuevas potencias emergentes en el escenario mundial al imperio estadounidense desencadenó, entre otros fenómenos históricos, la guerra híbrida contra Brasil, más concretamente desde 2013. Dicho de otro modo, el gobierno de los Estados Unidos –frente a la amenaza oriental encabezada por China, junto a India y Rusia en la disputa territorial imperialista–, buscó tomar por asalto América Latina, en la que Brasil, en los últimos gobiernos, cumplía una función de liderazgo estratégico, no solmente económico, sino especialmente político.

Con los gobiernos liderados por Lula y Dilma, el diseño de un bloque latinoamericano fortalecido tuvo sus contornos cada vez más definidos, en un proceso histórico que se apoyaba en el modelo de desarrollo económico adoptado en Brasil durante este período. En este sentido, Brasil exportaba un capital considerable a los países de América Latina, concentraba y centralizaba el capital y se insinuaba como una potencia-imperio en el continente. La exportación del capital petrolero se hizo central ya que la cuestión energética es fundamental para el desarrollo del capitalismo en los países emergentes, dentro del escenario imperialista: sin potencial energético, el desarrollo industrial queda comprometido mientras China, por ejemplo, seguía a base de carbón. No es casualidad que el imperio estadounidense, bajo la farsa de defender la democracia, invada Oriente Medio buscando dominar el territorio y cortar el flujo de petróleo destinado, también desde América Latina, al desarrollo industrial de China. Así que, sintéticamente, para invadir y dominar América Latina y terminar, entre otras cosas, con la geopolítica de los gobiernos de Lula y Dilma, los verdaderos poderosos promovieron el golpe de Estado y –con una inversión robusta y apoyo de las oligarquías económicas y financieras– eligieron a Bolsonaro como presidente de Brasil. Bolsonaro no fue –ni será– el candidato perfecto para esa empresa, pero sirvió como un guante bonapartista a la necesidad del imperio estadounidense amenazado. Y así se hizo.

¡En este sentido, Lula y Bolsonaro tienen funciones muy diferentes en la coyuntura mundial de disputa imperialista en proceso, y tienen un papel absolutamente distinto en la geopolítica del continente americano! No es posible considerarlos equivalentes. Lula tiene la capacidad política de dirigir el proceso de fortalecimiento de América Latina frente al imperialismo, sobre todo por su base popular de apoyo, teniendo la capacidad de reposicionar al Brasil de forma favorable en la geopolítica mundial.

La segunda razón es específica del contexto nacional, aunque se explica por lo dicho anteriormente. Se refiere al síntoma de la amenaza fascista en Brasil, liderada por la estética beligerante de Bolsonaro. También sabemos –¡y siempre podemos aprender de la historia!– que el ascenso del fascismo en Europa fue objeto de análisis, debate y orientaciones tácticas importantes para el movimiento obrero. Una de las cuestiones planteadas al movimiento obrero, era si había diferencia entre la democracia burguesa y el fascismo, como dos caras de la moneda de dominación burguesa contra los trabajadores. Sabemos que el régimen democrático vigente en el mundo es una expresión de regímenes burgueses, al igual que el fascismo. Sin embargo, hay una diferencia sustancial entre ambos, no por casualidad destacada oir Trotsky en ese debate: la democracia presupone nuestra existencia, el fascismo requiere nuestra aniquilación.

Foto de Oliver Kornblihtt /Mídia NINJA

Vale la pena recordar que fueron los estalinistas quienes argumentaron que la democracia y el fascismo eran indistintos. ¡No, no lo son! El fascismo pretende garantizar los intereses de los sectores hegemónicos de la burguesía a costa de destruir la existencia de las organizaciones obreras, populares y críticas al sistema.

El fascismo, como máxima expresión del autoritarismo en todas sus dimensiones, busca destruir a los sectores organizados así como a los múltiples colectivos y movimientos sociales correspondientes.

Quieren destruirnos, aniquilar nuestra existencia.

En la democracia hay lugar para la disputa y posibilidad de existir y organizarse. En el fascismo, no.

Así que, considerando la amenaza fascista, votar a Lula supone una gran diferencia. Lula y Bolsonaro son expresiones antagónicas de la superestructura jurídica, política e ideológica y, para nosotros, esto hace toda la diferencia.

El tercer motivo para votar a Lula, es una respuesta a la confusión de concepción que puede producirse entre lo que es el proceso electoral y lo que es el gobierno. Las elecciones no son gobierno, son momentos muy distintos. Esto significa –y la historia también tiene mucho que enseñarnos al respecto– que las asociaciones y alianzas realizadas para el proceso electoral no definen el gobierno, el programa y la correlación de fuerzas que seguirán durante el mismo. Es evidente que las alianzas indican caminos, pero no los determinan. El gobierno es el proceso de construcción y realización de un programa que se materializa en la relación con los sectores sociales, con la clase trabajadora, con los movimientos y, sobre todo, con la posición en la geopolítica mundial, ¡algo en lo que Lula tiene diferencias significativas con Bolsonaro!

El programa de un gobierno no es lo que está escrito en el papel, ni lo que se dice en las elecciones. Es el resultado de la correlación de fuerzas que tenderá hacia el buen vivir en la medida en que nosotros, de este lado, podamos consolidar y amplificar la fuerza para que la vara de la historia se tuerza a nuestro favor y no en nuestra contra. Y con Lula eso es posible. Con Bolsonaro no lo será. Lula no es el candidato de los poderosos. Lula está siendo elegido por algunos poderosos porque el Bonaparte brasileño es más fuerte de lo que se esperaba y puede escapar a su control. Lula no es el candidato de la burguesía, Lula es el candidato de los trabajadores.

El cuarto motivo se refiere al significado político de los gobiernos de Lula y Dilma, que nos da respuestas importantes para los que piensan que «da igual». De hecho, tanto con Lula como con Bolsonaro la burguesía seguirá siendo la clase económicamente dominante, pero en condiciones muy diferentes. En el Manifiesto Comunista, Marx nos enseña la importancia que tuvo la lucha de los trabajadores para las organizaciones y el movimiento obrero, aunque fuera al lado de sectores burgueses en determinados períodos históricos. Hay momentos históricos en los que no hay fuerza política y organizativa para que podamos superar las contradicciones creadas en el propio capitalismo. Al fin y al cabo, para los sectores dominantes propietarios de los bienes comunes y también para nosotros, la política predominante no se hace apenas con voluntad. Es necesario que existan condiciones y fuerza acumulada socialmente, para que pueda existir la política deseada.

Por eso vale insistir en que es nuestra la tarea de ampliar derechos, democracia y condiciones humanas de vida.

Propuestas como la renta básica universal e incondicional, por ejemplo, fundamental para países como Brasil, ganan más fuerza y condiciones de ser conquistadas en un gobierno de Lula y, por lo tanto, la posición de votar por Lula es fundamental para las nuestras aspiraciones.

Después de todo, ¿bajo qué gobierno tendremos las condiciones para crecer, fortalecernos y avanzar en resquicios de libertad e inteligencia colectiva en camino al buen vivir? La fuerza de la base de apoyo de Lula hace toda la diferencia en esta correlación de fuerzas. Lula no es el candidato de la burguesía, ni mantendrá las agendas burguesas en las mismas condiciones en que lo hará Bolsonaro. Lula no aceptará ninguna agenda y esa resistencia será más amplia dependiendo de la fuerza que tengamos como territorio político, una tarea que, como ya dijimos, será nuestra. No estamos votando exclusivamente a un candidato con un programa, guiado por los logros de sus anteriores gobiernos. Nosotros, que no somos idealistas, estamos votando a partir del análisis objetivo del contexto nacional, de la coyuntura mundial, del análisis de la correlación de fuerzas y de las condiciones favorables y concretas para crear posibilidades objetivas y subjetivas de conquistar y hacer avanzar las agendas que defendemos.

Más que una opción, votar a Lula se convierte en una necesidad histórica. Y tu apoyo es fundamental, aunque sea crítico.

Comparsa «Sou Vermelh@». Febrero 2019, Belo Horizonte, MG

Por último, hay que decir que votar a Lula no es un «voto útil». Votar a Lula tampoco es votar al «menos malo». Votar a Lula es un voto consciente. Las personas comprometidas con el buen vivir tienen el deber de votar conscientemente a riesgo de caer en el idealismo, el izquierdismo o incluso en el coqueteo con el materialismo vulgar. El voto es un derecho conquistado, no es una concesión: no vamos a renunciar a ese derecho. No somos defensores de regímenes burgueses sino de los derechos conquistados en la historia, y este es un derecho importante que produce impactos significativos para nosotros y para nuestras posibilidades de existir políticamente. Y seguiremos en el camino de los que están del lado correcto de la historia.

No tenemos ninguna duda de que hará mucha diferencia salir de esta elección con Lula como presidente, sobre todo para que tengamos un ambiente en el que la organización, la formación, la recepción y la acción colectiva y solidaria, puedan avanzar cada vez más entre todas las personas.

Y sabemos –¡y debemos asegurarnos de que todo el mundo lo sepa!– que se dará con Lula la condición de un ambiente más favorable para acumular fuerzas hacia el Buen Vivir. ¡No nos confundiremos y mantendremos la asertividad y el compromiso de trabajar en esta campaña, para que las organizaciones comprometidas con la vida, –como Pressenza–, hagan lo mismo en este momento!

Después de todo, no servirá de nada tirar de los propios cabellos para salir del pantano, como intentó el barón de Münchausen. Nuestro punto de apoyo está en la multitud de personas que hacen girar la rueda de la vida, que venden su fuerza de trabajo para sobrevivir y que tienen las condiciones para actuar, con formación y conciencia, en esta unidad cada vez más humanista, solidaria y popular a favor de la vida y de la existencia plena de todos los seres sensibles, humanos y no humanos.

¡Vamos juntas y juntos!

¡Lula presidente!


¹ Adriana Doyle Portugal es profesora, socióloga, psicoanalista e integrante de la Coletiva Mulheres en la Serra de Nova Friburgo-RJ