Desde los antiguos filósofos y pensadores griegos hasta los modernas teorías humanistas, pasando por el cristianismo y todos los ísmos religiosos o no, la vida humana, su existencia sobre la tierra, se ha tendido a proteger, si bien que retóricamente, sobre todas las demás consideraciones (no seré yo quien lo critique), si bien en la práctica real esa vida humana ha valido bien poco: de todas las vidas perdidas en el mundo cada día, más del 40% son por agentes provocados: guerras, aplicación de políticas por intereses económicos, masacres, atentados, asesinatos… o simple desprecio por la existencia humana en ciertos casos, y no precisamente por motivos naturales.

Esa es la farisea circunstancia que el también humano cinismo intenta ignorar, disimular, esconder, e incluso, a veces, hasta tratar de explicar en contra de toda lógica y sentido común… Entre lo “sagrado de la vida humana” y/o el interesado valor estratégico de esa misma vida humana, la reconocida realidad es que hay un abismo difícilmente explicable.

Resulta lícito preguntarse en una sociedad – la nuestra – donde la vida del hombre ha cotizado como un valor en alza por el hecho de que una vida es un voto (reconozcámoslo de una puñetera vez) y un productor de algo que se vende, que, si así no lo fuera, la cultura judeocristiana le hubiera reservado el estándar que tiene dentro de las legislaturas de las naciones occidentales… En la edad media, por poner un simple ejemplo, el valor de esas vidas estaban en función a si morían de la peste, la explotación por el señor medieval de turno, o en las sacrosantas cruzadas. Esas vidas truncadas tenían un precio según el interés establecido por los que entonces mangoneaban, y en función de los motivos de sus mangoneos y sus réditos.

Hoy, todo eso se considera ya superado… Hemos evolucionado, nos decimos a nosotros mismos. De acuerdo, aunque para nuestro “nosotros” profundo no tenga el mismo valor la vida de un niño sirio que la de un niño ucraniano. Reconozcámoslo. Y seguimos sacrificando vidas en guerras, conflictos, luchas y revueltas, subliminándolas en nombre de ideales, o ideologías, o lo que puñetas sean, cuando en realidad son en nombre de jodidos intereses político-económicos o de pura influencia de poder. Y pueden llegar a ser hasta héroes los caídos, o también verdugos, o mártires, invasores, defensores, soldados, asesinos, ángeles o demonios… Dá igual el título. Son vidas disponibles que se sacrifican por cualquier causa determinada y las que pueden etiquetarse de noble o de ruín, lo sea o no lo sea… ¿es ese su valor real?..

Sin embargo, la propia ciencia, la medicina, que también se justifica a sí misma como que está para salvar vidas humanas (y tampoco diré yo que no), a veces pone también en evidencia tal concepto, y quienes la mantienen al menos, plantean lo que se ha venido en llamar una duda razonable… Pongo un ejemplo reciente y real: acaba de salir un fármaco que trata una rara enfermedad mortal. Es el Libmeldy, de la farmacéutica británica Orchard Therapeutics, y sirve para hacer frente a la leucodistrofia metacromática, una terrible enfermedad genética que detiene el desarrollo de los niños, con frecuencia al cumplir los tres añicos, y que es letal al destruir las conexiones neuronales. Por dar un dato, cada año nacen en España alrededor de cuatro críos con esa enfermedad.

La cuestión es que ese fármaco se considera el más caro del mundo. Cada dosis cuesta 2,5 millones de euros para cualquier sistema sanitario que quiera adquirirlo para salvar esas vidas… ¿o habrá que decir para comprar esas vidas?.. ¿O acaso no habrá disponible para salvarlas todas?.. Porque el tratamiento no se basa en una sola dosis… Así que, ¿cuáles se salvarán y cuáles se dejarán morir?.. ¿o, ante tal dilema moral, se terminará por no tener que elegir y optar por el siempre válido remiendo moral de “que sea lo que Dios quiera”?.. Y la pregunta del millón: ¿cómo se actúa en conciencia cuando hay que decidir?.. Y, sobre todo, ¿quién pone precio a esa decisión y a esa vida?..

Porque, al final, nos repugne o no, resulta que a las vidas humanas se nos tiene puesto un precio, por mucho que se nos diga que esa vida humana no tiene precio. Las religiones, los políticos, las oligarquías, las financieras, los que viven de dorarnos la píldora para que a ellos nos les falten las suyas, nos pueden vender la idea de nuestro incalculable y sagrado valor de seres humanos, pero, a la hora de la verdad, es que no es así. Que hay vidas que valen más que otras, y que, en definitiva, todas se ajustan a según qué intereses.

Que nuestra propia especie humana ha puesto un precio a las cosas, incluido a nosotros mismos, es lo único cierto… Gracias a Dios, de momento es a nuestra presencia, y no a nuestra esencia (eso es lo que yo creo, claro), aunque muchos de ellos, y de nosotros, y de esos que están allí y estos que están aquí, hayamos vendido también nuestra alma al diablo… Es que esa es otra, amigos míos, esa es otra…