En la segunda entrega, de esta serie de cuatro crónicas, Ruth de las Misericordias regresará 22 años para narrar la historia de su hijo Nodier Alberto, quien despareció en el barrio Santo Domingo Savio ubicado en Medellín, Antioquia.

 

Centinela

Ruth de las Misericordias Sosa de Sosa llegó antes de las diez de la mañana, justo a tiempo para su cita en la oficina de la Asociación Caminos de Esperanza Madres de la Candelaria, el 9 de marzo de 2020. Ella se toma un agua aromática mientras espera a sus compañeras, para iniciar un proyecto en el que aprenderán a crear una huerta en casa, a través de medios sustentables.

Ruth viste una blusa roja, un pantalón negro y un par de tenis del mismo color del pantalón. Su cabello blanco y las arrugas que surcan su rostro revelan parte de lo que ha sido su vida desde hace 19 años, momento en el que su hijo Nodier Alberto Sosa Sosa, desapareció.

El guardián

 Nodier, en aquella época era un joven de contextura gruesa ancha, de cabello castaño y ondulado, tez morena, tenía una cicatriz encima de la ceja derecha y sus ojos eran cafés, según la descripción de su madre. Hacía tres años había perdido un diente incisivo en la parte superior, tras una caída realizando oficios varios. Era un hombre de pocos amigos y no tenía hijos ni una pareja. Su madre lo recuerda como una persona alegre y un buen hijo que siempre la ayudaba económicamente. Conocido entre los vecinos como “Pachito”, Nodier era colaborador y, en muchas ocasiones, el pago que recibía por sus servicios era un simple plato de comida.

En el año 2000, Ruth había recibido una amenaza de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), por no colaborar con el grupo. La obligaron a irse de la Comuna 1 de Medellín (Popular), para salvaguardar su vida y la de sus demás familiares que quedarían en aquella zona de la capital antioqueña.

Ruth recuerda que su hijo mayor de 31 años se había quedado cuidando la casa de su tía — Martha Elena— en el barrio Santo Domingo Savio, después de que ella falleció en agosto del 2000. Al tiempo, Nodier ya se dedicaba a labores de construcción para su sustento diario.

Los días sábado, como lo recuerda su hermana Mariana de Jesús, “Pachito y yo compartíamos la tarde y parte del domingo cuando llegaba de trabajar. Él tenía arreglada la casa y el almuerzo listo. Yo trabajaba como interna en una casa de familia en el sur de Medellín y todos los fines de semana iba a verlo y le contaba a mi mamá cómo se encontraba”.

Mariana de Jesús aún recuerda el primer fin de semana de noviembre de 2001. Ella llegó en horas de la tarde a la casa que cuidaba su hermano y no lo encontró; “yo pensé que habría ido a algún lugar cercano a trabajar”. Así pasó el sábado y el domingo. Ella, al regresar el lunes a la casa donde trabajaba, llamó a su mamá, quien vivía en Santa Rosa de Osos, en el norte de Antioquia, para decirle que “Pachito” no había llegado a casa de su difunta tía el fin de semana y, además, los vecinos no sabían nada de él.

Pacto de silencio 

Ruth de las Misericordias y su hijo Nodier

Y así transcurrió un año desde aquel fin de semana de noviembre del 2001 en el que Ruth, angustiada por no saber de su hijo no podía dormir, se sentía impotente y el llanto la acompañaba cada día. Esperaba que su hijo apareciera en cualquier momento, pues contemplaba la idea de que la guerrilla se lo hubiera llevado y, por lo tanto, en algún momento él la buscaría o, siendo pesimista, lo encontraría herido o muerto en un pedregoso y desolado camino del barrio Santo Domingo.

Al no tener noticias de su hijo después de 2 años de su desaparición, Ruth regresó en 2003 a Santo Domingo a buscar pistas de Nodier y a darle vuelta a la casa que había tenido que dejar abandonada. Al llegar encontró que ésta no tenía techo ni baño, había sido saqueada. De Pachito, al parecer nadie recordaba haberlo visto. Era como si en el barrio se hubiera impuesto a la fuerza un pacto de silencio colectivo provocado por la desaparición de varios jóvenes de la zona, según le comentó una vecina.

Antes de partir de nuevo a Santa Rosa de Osos, Ruth recuerda que Socorro, una vecina de su hermana, le comentó: “dicen que su hijo no quiso guardar unas armas, por eso unos hombres vinieron a la casa que cuidaba Pachito a la una de la mañana y lo sacaron con las manos amarradas”. Con esa escasa información, Ruth se tuvo que devolver para Santa Rosa de Osos.

Las lágrimas ruedan por las mejillas rosadas de Ruth cuando recuerda ese momento. Hace una pausa y respira profundo para poder seguir hablando de su hijo: “no es fácil levantarme cada día sin saber de él”; Toma un poco de agua, hace silencio por unos minutos y seca las huellas de las lágrimas que han empezado a evaporarse.

De regreso a Santa Rosa de Osos, la sombra de los grupos armados seguía detrás de la familia de Ruth. Esta vez iban por su hijo menor, Jhon Fredy, a quien los paramilitares habían ido a buscar hasta su casa el 3 de marzo de 2003, para reclutarlo a cambio de trescientos mil pesos mensuales. En un primer momento Jhon se negó, sin embargo, a los cinco días no tuvo opción.

Pasaron cerca de tres meses de estar trabajando para los paramilitares en la vereda San Pablo, un corregimiento de Santa Rosa de Osos. En una ocasión que Jhon debía ir a recoger leña, una de sus labores diarias, decidió volarse con dos compañeros. Él corrió a esconderse a través del monte; mientras que los dos jóvenes se dirigieron a un río cercano. Allí los encontraron y los asesinaron.

Al enterarse de la noticia, Ruth presentía que su hijo también estaría muerto. La ansiedad se apoderó de ella y otra vez el desvelo se apoderó de sus noches. Cerca de las ocho de la mañana del 11 de junio de 2003, sonó su celular. Ella ahora suspira y sonríe antes de seguir su relato. La voz de su hija Mariana al otro lado del teléfono le devolvió el alma: “mamita hermosa, sé que está preocupada por Fredy, pero él llegó hoy a la una y media de la mañana donde los abuelitos, entonces no se preocupe”.

Ruth vuelve a sonreír al recordar ese momento de alivio y agrega: “yo no podía dejar de pensar que se me habían llevado dos hijos y no volvería a saber de ellos. Y cuando ya supe que Jhon Freddy estaba vivo, pude dormir sin olvidarme de mi otro hijo”.

Ocho días después que Freddy se fugó de las filas de los paramilitares, Ruth fue amenazada y desplazada por segunda vez. En esta ocasión, solo pudo llevar consigo la ropa que tenía puesta; “no tuve tiempo de empacar nada. En principio mis otros hijos y yo fuimos a vivir a Moravia. Ya luego en 2017, regresamos a Santo Domingo a la casa que tengo allá”.

Una puerta se abrió

Tras las duras pérdidas que la guerra le dejó, Ruth sufrió una depresión. Sus hijos la animaban a seguir adelante, a pesar de la desaparición de Nodier y los dos desplazamientos de los que fue víctima. Recuerda Ruth que “no salía de casa, no quería pararme de la cama, solo lloraba”. Así que Socorro, la vecina de su hermana en Santo Domingo Savio, al saber que Ruth se sumía en su tristeza, la invitó a la oficina de Madres de la Candelaria, ubicada en el centro de Medellín, pues la vecina había conocido de ellas por una hermana suya que recibía apoyo de la Asociación, tras haber desaparecido su hijo.

Ana de Dios Zapata, familiar de un desaparecido y encargada de recibir a las personas que acuden a la Asociación, recuerda que Ruth llegó el 26 de agosto de 2008 a la sede de Madres de la Candelaria. Comenta que “a ella se le dificultaba contar lo que le ocurrió a su hijo. Era muy callada y no miraba a los ojos”. Ella, ahora, conversa con las demás madres y familiares que asisten a los conversatorios, talleres y capacitaciones que recibe en Madres de la Candelaria.

Ruth no había denunciado los dos desplazamientos forzados, el reclutamiento forzado de su hijo Jhon Fredy ni la desaparición de Nodier. Ante esta situación, Ana Zapata abrió una carpeta con su caso, guardó la foto de Nodier y recuerda que “la acompañé a instaurar la denuncia ante la Fiscalía, la Procuraduría, la Defensoría del Pueblo y la Unidad de la Fiscalía General denominada Unidad de Búsqueda de Personas y a practicarse la prueba de ADN”.

En las semanas posteriores, Ruth Sosa empezó a participar de los plantones que, en principio, eran los miércoles, pero posteriormente los cambiaron para los viernes*. También asistió a asesorías con las psicólogas y las trabajadoras sociales que laboran en Madres de la Candelaria.

Estando allí, Ruth aprendió a bordar, asistió a talleres para ser emprendedora, comenzó a conocer de la legislación existente sobre el crimen de desaparición forzada, así como sus derechos como víctima y, poco a poco, se integró con las demás madres.

La fosa común

Ruth esperaba que la desaparición de su hijo fuera esclarecida; no obstante, el tiempo pasaba y la Fiscalía y la Unidad de Búsqueda no tenían adelantos en su caso. Sin embargo, en 2009, ocho años después de su desaparición, una pista de una posible fosa común en donde, presuntamente, estarían los restos de Nodier Sosa Sosa, llegó a Madres de la Candelaria.

Claudia**, quien indicó el lugar, le comentó a Ana de Dios Zapata que “Pachito” después de ser obligado a salir amarrado de la casa de su tía, fue llevado cerca de la Institución Educativa Gente Unida junto a otros jóvenes. Luego los armados ilegales pusieron al grupo a cavar una fosa que, posteriormente, llenaron con sus cuerpos.

Antes de entregar las coordenadas a la Fiscalía, Teresita Gaviria, directora y fundadora de la Asociación, recuerda: “yo fui con el escolta que tenía asignado y la persona que nos dio las coordenadas, a Santo Domingo Savio, lugar donde presuntamente estarían los restos de Nodier”. Al regresar a la sede de la Asociación, Teresita redactó una carta para Gustavo Duque, en ese momento Fiscal de Justicia y Paz de Medellín, informándole las coordenadas y solicitándole la conformación del equipo de búsqueda y exhumación de los restos de “Pachito”.

El Fiscal Duque aceptó la solicitud de Teresita Gaviria y dispuso un equipo dos semanas después. Así, el 20 de julio de 2009, Teresita y la ex vicepresidenta de la Asociación, Dolores Rengifo, junto al equipo de exhumación y el Fiscal Duque, fueron a la fosa donde esperaban encontrar los restos de Nodier Sosa Sosa; mientras Ruth Sosa se quedó en su casa esperando noticias de Teresita Gaviria.

Mientras la mañana transcurría, los profesionales de la Fiscalía realizaban la exhumación, diligencia que, según recuerda Teresita Gaviria, tardó alrededor de cuatro horas. En esta se encontraron los restos de tres personas, los cuales fueron llevados a Medicina Legal para hacer pruebas de ADN.

Pasaron dos meses desde la búsqueda sin que Medicina Legal diera un dictamen sobre los procedimientos realizados a los restos óseos. Por ello, Teresita solicitó a la Fiscalía seccional de Medellín, encargada de los casos de desaparición forzada y, ante Medicina Legal, conocer en qué estado estaban las pruebas. “Yo iba una vez a la semana a la oficina del Fiscal Duque y allá estaba hasta que él se comunicaba con Medicina Legal y le daban una respuesta, porque Ruth se había enfermado al no tener respuesta de las pruebas que le estaban practicando a su hijo”.

Ruth empezó a recibir acompañamiento por parte del servicio de psicología de la Universidad de Antioquia, desde el momento en que la Fiscalía le indicó a Teresita Gaviria que estaba listo el equipo de búsqueda de los restos de su hijo Nodier Sosa; sin embargo ella “no podía dormir de pensar que debía hacerle bonito entierro a Pachito”.

Entre las visitas constantes a la oficina del Fiscal Duque pasaron seis meses, hasta que Teresita tuvo el dictamen de las pruebas realizadas por el Instituto Nacional de Medicina Legal. “Cuando me llegó la carta, quedé sin palabras, tuve que leerla dos veces porque pensé que me había equivocado, pero no” La resultados eran negativos, “Pachito no estaba entre los restos encontrados”, afirmó Teresita.

A los tres días de saber el resultado de las pruebas, Teresita Gaviria recibió asesoría de la psicóloga que realizaba el acompañamiento a Ruth para saber cómo darle la noticia. Así, al día siguiente, Ruth fue citada a las nueve de la mañana en la oficina de la Asociación y, tras tomarse un agua aromática, Teresita y la psicóloga le contaron a Ruth que su hijo no estaba entre los restos encontrados. En ese momento, Ruth empezó a llorar y recuerda: “no podía creer que todo había sido una ilusión. Yo estaba de nuevo en el principio, sin saber nada de él”.

Después de esta fallida búsqueda, Ruth visitó en 2010 junto a Teresita Gaviria la cárcel de Bellavista en el municipio de Bello, Antioquia, con el objetivo de hablar con los paramilitares recluidos allí, para conocer si estos tenían información de la desaparición forzada de su hijo. Tras encararlos, recuerda ella que estos le respondieron: “No doña Ruth, nosotros no nos llevamos a su hijo ni lo matamos”.

Desde ese momento, la investigación por la desaparición forzada de Nodier Sosa no ha tenido avances por parte de la Fiscalía. Aún, Ruth de las Misericordias sigue esperando saber dónde está su hijo para darle una digna sepultura, a la vez que sigue asistiendo a los talleres de las Madres de la Candelaria que han sido su sostén en estos difíciles tiempos. Entre tanto, guarda como uno de sus más preciados bienes un saco de Nodier junto a su cama.

Teresita Gaviria como representante de la Asociación Madres de la Candelaria y otros expertos en el tema como Adriana Arboleda, abogada y directora de la Corporación Jurídica Libertad, coinciden en que “los resultados de las pruebas que realiza Medicina Legal a los cuerpos de las víctimas de desaparición forzada demoran más del tiempo establecido y, en múltiples ocasiones, no hay voluntad por parte de algunos funcionarios de la Fiscalía para la búsqueda de las víctimas de desaparición forzada”. Agrega Arboleda que “desde el inicio del gobierno de Duque aumentaron los casos de denuncias de desaparición forzada y 90 por ciento de estas que reposan en la Fiscalía están archivadas”.

A las diez y cinco de la mañana de ese 9 de marzo, llegó un ingeniero agrónomo a la sede de la Asociación Caminos de Esperanza Madres de la Candelaria. Reunió a las asistentes al taller y empezó a explicarles cómo sembrar lechuga en bolsas biodegradables en forma tubular, con aberturas laterales que permiten sembrar hasta 18 semillas, para tener un sustento diario. Ruth Sosa Sosa observa detenidamente cada paso para preparar el abono. Luego toma el receso con los demás y sonríe en medio de los chistes de sus compañeras de lucha y de sobrevivencia.

* Los plantones de la Asociación Caminos de Esperanza Madres de la Candelaria se realizaban los días miércoles, pero desde 2010 se llevan a cabo los viernes de 2:00 p.m. a las 230 p.m. frente a la iglesia de la Candelaria. El cambio se debe a que los días miércoles planean actividades o conversatorios.
**El nombre de la fuente fue cambiado por petición de la misma.

 

 

Esta crónica hace parte del trabajado de grado de Aldana, S. (2020). Mis ojos aún te buscan en la penumbra. Historias de desaparición forzada de la Asociación Madres de la Candelaria (Trabajo de grado. Universidad de Antioquia). Bibliotecadigital.udea.edu.co