Las voces de la Unión Europea, que vienen imponiendo un modelo de sociedad por décadas, hoy alertan sobre el crecimiento de partidos de ultraderecha, como en Italia, Suecia, España, en Polonia y la Hungría de Orbán, y dicen que el fenómeno tendría su origen en el aumento de la inmigración. Lo que no asumen, es que tal migración viene de los países que han sido destruidos por la OTAN.

En medio de esta situación actual, nos dicen, que estas corrientes antihumanistas han modificado varios de sus postulados históricos, lo que no quita que tales partidos de ultraderecha se reconozcan en el movimiento posfascista.

Su estrategia, nos aclaran, es transmitir un discurso aceptable con códigos de centro derecha, pero sin perder su retórica emocional firmemente fijado al culto de la tradición, el miedo a la diferencia, el populismo selectivo y el machismo. Consecuentemente tienen un discurso fuerte contra la inmigración y contra los derechos de las mujeres, están en contra del aborto y quieren aumentar la tasa de natalidad en una Europa envejecida.

Pero, tenemos que decir, que no habrá legitimidad en los discursos contra la violencia política de ultraderecha, proveniente de la elite política y económica que se ha sostenido por años en el poder, hasta que ésta no reconozca que la violencia se ejerce y avanza hacia los extremismos, desde un modelo que ellos mismos instalaron, y que históricamente vienen defendiendo, y cuando lo definen necesario, incluso con la brutalidad de la represión interna y la invasión de territorios ajenos.

Es un cambio de mirada sobre la crisis actual lo que se requiere, es aceptar profundamente que la desigualdad que está a la base del modelo instalado y su lógica de sociedades en que no sólo se acepta, sino, que se promueven los privilegios para unos pocos, es lo que irremediablemente termina proyectando un futuro en que se avizora el progreso de nadie.

Se requiere en estos días, aclararle a esa elite, que la violencia no se restringe a las acciones de violencia física de la guerra, sino que se manifiesta de múltiples modos.

Existe una violencia económica, en la que los poderosos no trepidan en acumular exorbitantes ganancias, a costa de tener a las mayorías de la población mundial sumidos en una humillante situación económica, mientras tienen que soportar que los noticieros de las cadenas de medios masivos de información, les machaquen, en voz de sus inefables economistas, acerca de que la riqueza medida en indicadores macroeconómicos es siempre maravillosa.

Existe una violencia de género, que mantiene a las mujeres como ciudadanas de segunda y tercera categoría, con paga inferior a los hombres por una misma labor, que les exige la procreación, la crianza, el cuidado de enfermos y ancianos de la familia, no sólo sin compensación, sino que, con consecuencias nefastas para su desenvolvimiento económico, social, político y de seguridad; así, las cifras de femicidios se naturalizan, y se desatan sin control en todas las latitudes.

Existe una violencia racial, en la que los pueblos del sur mundial, soportan la discriminación, la humillación, la degradación de sus culturas y estilos de vida, y se les fuerza a homogenizarse, criminalizándoles, desprestigiándoles con líneas editoriales de todos los medios de comunicación, que casualmente, están en manos de esa elite “socialdemócrata”.

Existe una violencia generacional, en que se despoja a la gente joven de su condición de ser humano, viendo en ellos seres inacabados, lo que permite el maltrato, el olvido y el asesinato de niñas, niños y adolescentes, con cifras mundiales espeluznantes, ante las cuales las instancias de poder dan respuestas falsas, dilatorias, que no resuelven el futuro monstruoso que se les ofrece a las nuevas generaciones.

Ni hablar de la violencia que padece la disidencia sexual.

La violencia ecológica, en donde su expresión icónica, en un contexto caótico de destrucción ambiental, es el cambio climático, y que las medidas unilaterales de castigo comercial y financiero contra Rusia, impuestos desde la OTAN a los liderazgos políticos de la Unión Europea, posterga indefinidamente los compromisos asumidos en los sucesivos encuentros internacionales en el tema climático, y cuyos costos tendrán que ser pagadas por toda la población asalariada, incluyendo la europea.

Otras formas de violencia contra la población mundial son la cultural, la psicológica y la moral.

Además, estas potencias del primer mundo, son responsables de la violencia brutal de la guerra, la transgresión a los DDHH de la ciudadanía en distintos puntos del planeta. Son escandalosas las cifras de víctimas de asesinatos masivos de civiles, torturas, golpizas, y encarcelamiento en recintos al margen de toda ley, sin que todo ello implique asumir alguna responsabilidad.

Por cierto, que las responsabilidades de los males que padece la ciudadanía mundial, no son exclusivamente achacables a la elite. Son décadas de conciencias dormidas, y en ese sopor ciudadano, éste asumió los antivalores del consumismo y el individualismo.

No es el llamado de la elite, a no comulgar con el discurso violento de la ultraderecha lo que se critica, sino la hipocresía. Para que sea escuchado, tal llamado no puede provenir de los máximos violentistas de hoy, aun cuando sea una gran necesidad para nuestra sociedad.

Cómo quisiéramos que el llamado de la élite fuera sincero, pero es falso. Pues han permitido que la irracionalidad propia, la razón de la sinrazón de sus actos en el poder, empujen el surgimiento y la validación de discursos ultras, que se promueven en base al temor inculcado a las poblaciones en todo rincón del planeta.

Si de verdad quieren enfrentar estas atrocidades, y no sólo hacer discursos, necesitan superar la profecía autocumplida, de que no podremos escapar a un futuro con gobiernos en que se mezclan el poder autocrático y policíaco, con la imposición de una economía globalizada que vive el día a día, sin atender a la dinámica de los desastres de un individualismo y un consumismo desquiciado sin límite, que oscurece las posibilidades de la humanidad.

Se requieren acciones concretas para cambiar la situación de desigualdad, reconocer el fracaso del modelo, y repensar las opciones verdaderas de salida; y para ello, tener la valentía de cambiar radicalmente la dirección, dejando de someternos al poder especulativo financiero y al del complejo militar industrial internacional.

Y como no es posible seguir esperando, que quienes crearon los problemas sean quienes lo resuelvan, tal cambio, aunque sea complejo, está en las manos de las personas que, en toda latitud, asuman la responsabilidad de llevar adelante acciones ejemplares, denunciando los atropellos a los DDHH con valentía, reconstruyendo el tejido en la base social, colocando fe en el largo futuro de la humanidad, con afecto sincero y con alegría de vivir.

 

Redacción colaborativa de Sylvia Hidalgo, Guillermo Garcés y César Anguita. Comisión política.