El mundo se percibe convulsionado. Después de dos años de una pandemia atroz, que dejó la economía mundial patas para arriba, una guerra despiadada en las puertas de Europa lo puso en vilo. ¿Será que el destino de la humanidad es ser arrasada por la violencia? ¿Habrá salida? ¿Hay alguna esperanza? Sobre este punto reflexiona con nosotros el arquitecto Roberto Kohanoff, humanista siloísta que hace más de medio siglo trabaja infatigablemente por la no violencia.

Por  Isabel Lazzaroni

¿Cómo ve el momento actual?
El proceso evolutivo de la Tierra va en aceleración creciente. Como todo organismo, la Tierra también está en proceso. Fue así que permitió el desarrollo de la vida cada vez más compleja y luego, el desarrollo de las especies más evolucionadas hasta llegar al homo sapiens sapiens actual. Y este homo es capaz de pensar, sentir y actuar de un modo cada vez más consciente. De hecho, alcanzar el desarrollo de la conciencia será el paso más avanzado de ese proceso evolutivo, que transcurre cada vez con mayor rapidez.

¿Y qué consecuencias puede tener esa aceleración?
Los historiadores que definieron lo que se conoce como la megahistoria (un intento de explicar la historia en máximas escalas temporadas y espaciales, según definición del historiador mendocino Gabriel Peralta) ubican hacia el final de esta década un momento que llaman de singularidad. En ese momento, debido a la velocidad del cambio, todo el aprendizaje humano actual va a quedar obsoleto. Entonces, como especie, vamos a tener que inspirarnos para poder dar ante los conflictos del mundo, justamente, una respuesta propia de una nueva especie. Hasta podríamos decir una respuesta surgida más allá del homo sapiens sapiens, que todavía somos.

¿Y qué ocurrirá entonces?
Entonces, los conflictos derivados de las antiguas estrategias de “ordenamiento social”, que se basan en el uso de la violencia, o en la creencia de que una mayor violencia puede acabar con la violencia que le asignamos al enemigo, van a terminar perjudicando tanto a los que reciben la violencia como a los que la ejercen. Es simple: estamos en un sistema cerrado, como consecuencia de la aceleración de la que hablaba anteriormente, y que nos lleva a la concentración. Y en un sistema cerrado, la violencia vuelve sobre el que la ejecuta.

¿Urge superar la violencia?
Claro. Frente a ese panorama, el nuevo paso evolutivo que tiene que dar la especie humana es la fuerte ampliación de la conciencia. Y en esto, vienen en nuestro auxilio las últimas investigaciones llevadas a cabo por la neurociencia. Los neurocientíficos explican que el aprendizaje se acelera cuando es más empático. Esto quiere decir –porque ellos lo han comprobado- que tanto niños como adultos aprendemos mejores conductas, que nos llevan a una adaptación creciente, por medio del buen trato. La gran novedad es esta: si uno lleva la paz en sí mismo y la lleva a los demás, el cambio de paradigma tendrá una implementación veloz. Esto será posible debido a que la fina red de comunicaciones que actualmente cubre todo el planeta va a permitir un cambio instantáneo –o en muy corto tiempo- de aquellas viejas estructuras organizativas (o antiguas estrategias de “ordenamiento social”).

¿Cómo se lleva la paz en uno mismo?

La paz en uno se consigue difundiendo con el ejemplo el más antiguo de los procedimientos, ya recomendado por las distintas espiritualidades, religiones y filosofías, al que se llamó –y se sigue llamando- Regla de Oro. En su versión occidental o judeo cristiana esta regla dice: “ama a tu prójimo como a ti mismo”. En su definición más extrema reza: “ama a tu enemigo, él eres tú”. Y ha sido rediseñada como: “aprende a tratar a los demás como quieres ser tratado”. En la versión práctica de la Regla de Oro, según Silo, es: “busca el lado bueno de tu enemigo”.

Entonces, cuando se vea la inutilidad de que con más violencia no se puede acabar con la violencia, emergerá para todos ese aprendizaje, el aprendizaje de que con la paz interior se puede lograr la paz en el mundo.

¿Es eso posible?
Esto requiere la renuncia al uso de la violencia entre países y regiones, pero también entre comunidades, entre amigos, entre familiares y con uno mismo.
Si hay una naturaleza en el ser humano, es la capacidad de cambio. Ninguna especie en la Tierra ha tenido un cambio y una aceleración tan grande en el cambio como el ser humano. Y la violencia que parece propia de lo humano es una herencia primitiva. Pero, tan fuerte como esa herencia es la herencia de la creciente capacidad de cooperación que nos está llevando a una nueva civilización, la primera que involucra a toda la Tierra, la primera que es universal.