Por Óscar Mercado Muñoz*

Celebramos el “Día Mundial de los Océanos”, instaurado por Naciones Unidas en 2009, para resaltar la importancia de las masas de agua salada que cubren el 70% de la superficie de la tierra, motores vitales del equilibrio ecosistémico global. Hoy, aunque sea difícil de creer, los grandes, profundos e inconmensurables océanos, están en riesgo debido a la acción antrópica que los ataca desde varios frentes, generando que en 2021 hayamos alcanzado tristes marcas: los mayores registros de nivel del mar (con el consiguiente riesgo para territorios bajos e insulares), el contenido calorífico (con la consiguiente decoloración de los corales) y la acidificación de los océanos, todos a consecuencia de la emergencia climática que vivimos.

Sumemos a estos poco alentadores indicadores, otros aspectos críticos del estado de los océanos: el estado de sobreexplotación de la mayoría de las pesquerías, la contaminación por plásticos y el derretimiento de los casquetes polares, es decir, la tormenta perfecta. ¿Cómo el ser humano puede ser capaz de generar tanto daño al ambiente en el que vive?

Todos los daños mencionados son producto de nuestro actuar. Detrás de la contaminación atmosférica y de océanos, somos millones las personas que contribuimos, por ignorancia o comodidad, con modos de producción y consumo insostenibles para el planeta y los océanos. La ignorancia obedece a la carencia de educación de calidad en todos los niveles y, solo aquellos que se han educado en el tema, pueden llegar a cambiar sus conductas producto de su sensibilización. Mientras quienes no tienen o no quieren educarse al respecto, seguirán actuando como si nada pasara, mientras no haya incentivos concretos que los hagan cambiar su actuar.

La comodidad es el otro villano, y la mejor expresión de aquello son los envases plásticos no retornables que inundan amplios sectores de los mares. El comprar algo que después se puede tirar, existiendo la alternativa de usar envases retornables, responde claramente a la comodidad de la persona. ¿Para qué cargar un envase si puedo no hacerlo? Ante esta conducta, nuevamente la solución es educar, y la segunda es que exista una normativa legal que desaliente esas conductas. Lo esencial sería prohibir los envases no retornables, pero bien sabemos que esto no le gusta al poder económico, y, por lo tanto, al político. Si no se prohíbe, se podría cobrar impuestos que desalienten el consumo, pero también es terreno vedado por los intereses económicos.

Al final, realmente debemos celebrar que aún existan océanos. ¿Hasta cuándo? Difícil de prever. Mientras la codicia, la ambición y la comodidad no sean reemplazados por valores sustentables, no se ve solución y nuestros océanos van camino al colapso, que evidentemente será el nuestro también.

 

*Director Programa de Sustentabilidad UTEM