Por Manuel Letzkus y David Álvarez*

Las metas establecidas por las sociedades modernas en materia de bienestar, no se han cumplido en la cantidad y dimensión que esperaban las personas, generando un malestar social. La responsabilidad de alcanzar estos logros se ha depositado en las dirigencias políticas; sin embargo, ante el constante fracaso en el cumpliendo de las expectativas, se ha puesto en cuestionamiento a la misma clase política. Por un lado, se cuestiona la honestidad de sus intenciones y acciones en relación con alcanzar los objetivos declarados, insinuando una psicología perversa en las personas dedicadas a la actividad política, quienes mentirían sobre sus reales motivos y los efectos esperados de sus comportamientos; por otro lado, también se cuestionan las orientaciones políticas que, si bien podrían ser honestas, se consideran como equivocadas o ineficaces en el cumplimiento de sus propósitos.

En este contexto, independiente de la honestidad o eficacia de las orientaciones políticas, se puede observar a una clase dirigente al vaivén de los cuestionamientos de diferentes grupos sociales, los cuales demandan soluciones que requieren capacidades que parecieran inexistentes en los políticos; o, si cuentan con estas capacidades, no tienen intenciones honestas de utilizarlas según los requerimientos de la sociedad moderna.

Quitando del análisis la posible deshonestidad de los dirigentes políticos, nos queda únicamente el cuestionamiento sobre las capacidades de ser responsables de las metas establecidas por las sociedades modernas. Los actores políticos tienen recursos que pueden ser utilizados en una estructura burocrática estatal, sin embargo, las sociedades se componen de estructuras económicas y culturales que no están al pleno alcance de la voluntad política.

De esta forma, la sociedad moderna demanda de su clase política capacidades económicas y culturales que ninguna clase social tienen por si misma, siendo la sociedad un entramado contingente de grupos e interacciones sociales las cuales no son plenamente controlables. En este escenario, la voluntad política no es una causa del orden social, sino una variable más de un conjunto mayor que le supera, la cual es sobreestimada en su real poder de transformación social.

 

*académicos chilenos del Departamento de Gestión Organizacional UTEM