10 de mayo 2022, El Espectador

Escribo esta columna el día en que Carlos Gaviria –maestro y filósofo de la vida, de la política y la verdadera justicia– habría cumplido 85 años. Trabajó, leyó y enseñó para intentar un país menos inequitativo, más libre de la arrogancia de sus gobernantes y del marasmo de la mediocridad con poder. Pero no lo hemos logrado.

Montes de María está –otra vez– tomado por el horror y los disparos; se desgonzan los muchachos asesinados y se devuelven los sicarios a rematarlos; en los pueblos sitiados aparecen consignas de odio escritas en la piel de los perros, en los troncos de los árboles y en los muros de los hogares de Bienestar Familiar. Otra vez los clanes y las autodefensas (hijos de la misma aberración) intimidan y matan a sus anchas en Chocó, Sucre, Córdoba, Cauca, Bolívar, Antioquia y Putumayo. 89 municipios tomados por una acción paramilitar que el Estado (tan violento contra los muchachos de la primera línea) parecería no estar interesado en detener. Colombia echó décadas de reverso y uno se pregunta, a tres semanas de las elecciones, ¿a quién le conviene el miedo?

Gaviria no alcanzó a ver la firma del Acuerdo de Paz, la felicidad que trajo y el dolor cuando la implementación quedó en manos equivocadas. Está por terminar –entre cortinas de humo propiciadas vaya uno a saber por quién y para qué– la presidencia más indolente de la historia; los clanes de las mafias multiplican su tiranía, aíslan bajo amenaza de muerte a niños, jóvenes y abuelos. Mientras los clanes asesinan a quemarropa a campesinos y a líderes comunitarios, el presidente del cinismo va por el mundo mintiendo en perfecto inglés sobre sus “logros” en temas de paz.

Hace tanta falta Carlos Gaviria… emocionado hasta las lágrimas con los dilemas de la ética y la textura de la estética. En cada historia había pedacitos de las calles de Viena, librerías de barrio y perfumes del Mediterráneo, montañas y tangos de arrabal; cada mirada suya era un acto de convicción, una invitación a estar vivos, a bebernos sorbo a sorbo el cariño y la valentía, y llenarnos de entereza, democracia y libertad.

Mientras escribo me llega como un regalo suyo y de un amigo a quien un día conoceré, una sentencia de Sigmund Freud, de quien tantas veces Gaviria me habló con los ojos iluminados: “Si realmente el sufrimiento diera lecciones, el mundo estaría poblado solo de sabios. El dolor no tiene nada que enseñar a quienes no encuentran el coraje y la fuerza para escucharlo”.

Parece una fotografía. Sufrimos, no aprendimos, nos volvimos adictos al dolor y dejamos el camino abierto para que los amos de la violencia espantaran la paz. Nos faltó el coraje del que habla Freud y nos acostumbramos a ver pasar desde una egoísta “otredad” la muerte de los demás; el disparo en cuerpo ajeno, la mordaza a la orilla del río, el miedo como protagonista.

Este país parece y perece sumido en la niebla, en el sedimento de cuatro años negando la realidad. Por eso circula un mensaje de urgencia, una carta pública a los candidatos presidenciales, en la que cientos de colombianos y organizaciones claman por un compromiso del próximo gobierno con los derechos humanos, la paz y las medidas humanitarias.

Coraje, dijo Freud. Para escuchar el sufrimiento, no para quedarnos atrapados en él. Estamos ad portas de las elecciones y quiero creer que todavía es tiempo de vencer la oscuridad.

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