Un viajero que cruce las inmensas estepas del suroriente europeo, de lo que antes era la URSS, no diferenciaría su parte rusa de la parte ucraniana, ni por el paisaje natural ni por el humano. El nombre de estas tierras, Donbass, es la abreviación de la “Cuenca del Donets”, por el río que la atraviesa, y representa un territorio minero y obrero, la zona de los enormes yacimientos de carbón y el histórico centro de la industria metalúrgica, cuando la todavía soviética Ucrania, era el principal productor de acero de Europa.

Si profundizamos algo en la historia, veremos en estos lugares las huellas de las caballerías de la guerra civil entre los rojos y los blancos hace poco más de un siglo, y retrocediendo un poco más, escucharemos los gritos y cantos de los cosacos que cumpliendo la voluntad de la zarina Catalina la Grande, a cambio de su promesa de libertad y autonomía, se movían desde la república rebelde de Zaporozhskaya Sech (ahora Ucrania) hacia el norte del Cáucaso para hacerse cargo de la defensa de la frontera austral del imperio ruso. Justo aquí se formó la división geográfica dentro de la cultura cosaca, un ejemplo más de la enorme cercanía entre dos pueblos vecinos, aunque los del lado ucraniano se llaman “cosacos” y los del lado ruso “casacos”, los unen las mismas palabras, las mismas canciones y los mismos recuerdos.

El pasado más reciente del Donbass, el de la Segunda guerra Mundial que para nosotros siempre será la Gran Guerra Patria, está asociado con la historia de la “Joven Guardia”, una organización clandestina de las juventudes comunistas que resistieron la ocupación nazi y al final de la guerra fueron delatados, detenidos y, después de brutales torturas, fusilados.

Es una tierra infinita, apacible, de múltiples colores y temperaturas, abierta a los vientos, que parece atraer por su riqueza y su ubicación, y es apetecible para todos.

Ahora la palabra Donbass se repite en los medios, tratándose esta vez del nombre del epicentro de una guerra en el corazón de Europa. La parte principal de la Cuenca del Donets ha pertenecido a Ucrania. Sin embargo, casi toda su población ha sido de familias rusas o de la zona donde los ucranianos siempre han hablado ruso y culturalmente poco tienen que ver con las regiones occidentales del país. Cuando Ucrania era un país bilingüe y pacífico, cuando era una de las repúblicas soviéticas y hasta las primeras décadas de su independencia, nadie aquí estuvo preocupado por revisar los mapas ni las fronteras históricas. En el medio de una enorme diversidad cultural, lingüística y religiosa dentro de las repúblicas de la ex URSS, todos entendíamos que las cosas que nos unían eran muchas más y que en el mundo no existían pueblos más cercanos que el ruso y el ucraniano, que varios consideraban partes inseparables del mismo pueblo. La región del Donbass era la última frontera y el punto de la confluencia entre los dos.

Todo cambió en febrero del 2014. El golpe de estado en la capital ucraniana Kiev, mundialmente publicitado como la “Revolución del Maidán”, llevó al poder las fuerzas de la ultraderecha nacionalista. El proyecto de las nuevas autoridades consistía en imponer a toda costa y a todos, su única agenda antirrusa, pro-occidental y extremadamente anticomunista, y a todos los que no estuvieran de acuerdo se les declaraba traidores, separatistas o agentes de Putin. Ante la desobediencia de la población de Donbass a las órdenes del nuevo gobierno de Kiev y el masivo desconocimiento de su legitimidad, sucedió una verdadera rebelión civil (una especie de “antimaidan”). El gobierno nacionalista de Kiev, el 14 de abril de 2014, empezó la “Operación Antiterrorista” atacando con todo su poderío militar a los territorios rebeldes. La gente del Donbass, como pudo, con y sin la ayuda militar y logística rusa, resistió. Se proclamaron dos repúblicas populares independientes: la de Donetsk y la de Lugansk, por el nombre de sus capitales municipales. Hasta el 22 de febrero de 2022, Rusia no reconocía la independencia de estas repúblicas, dando la oportunidad al gobierno ucraniano de integrarlas al país, cumpliendo los Acuerdos de Minsk, firmados por Ucrania en 2014, donde estaba previsto el esquema de solución al conflicto armado sin perder estos territorios. Se planeaba la posibilidad de una autonomía cultural, devolviéndole al ruso la categoría del idioma del estado en esta región, donde es nativo para todos: rusos, ucranianos, judíos y decenas de otras nacionalidades.

Durante casi 8 años de guerra en el Donbass, que tuvo sus fases calientes y frías, varios organismos de derechos humanos permanecieron sordos y ciegos ante cientos de denuncias de las repúblicas rebeldes sobre los asesinatos y torturas de miles de civiles por parte del ejército ucraniano. Y mucho más que el ejército regular, los sembradores de terror fueron los batallones paramilitares de la ultraderecha ucraniana: “Azov”, “Aydar”, “Dnepr” y otros.

Del paramilitarismo callejero de los tiempos revueltos del Maidan, ellos llegaron a ser parte del ministerio de defensa de Ucrania y se convirtieron en los principales grupos de choque de las fuerzas armadas ucranianas en Donbass. En los territorios bajo control ucraniano crearon verdaderos campos de concentración y centros de tortura para los rebeldes presos y civiles sospechosos de simpatizar con Rusia.

Cuando los combates en el Donbass terminaron con los acuerdos de Minsk, jamás cumplidos por Ucrania, las partes beligerantes llegaron a una línea de división armada en la región de Donetsk y de Lugansk. Aunque las capitales regionales y sus alrededores quedaron bajo dominio rebelde, casi 2/3 del territorio del Donbass ucraniano quedó controlado por el gobierno de Kiev y las fuerzas militares, apoyadas por los batallones de ultraderecha, que se instalaron allí como un ejército de ocupación.

En casi 8 años las repúblicas independientes, a pesar de todo el apoyo de Rusia, que el gobierno ucraniano siempre presentó como una invasión y una injerencia en sus asuntos internos, no fueron reconocidas políticamente por ningún país del mundo; muchos de sus habitantes optaron por salir a Ucrania y a Rusia y los que se quedaron obtuvieron pasaportes que no tenían validez en el exterior, mientras la situación económica de la región seguía deteriorándose. En los últimos años, antes del reconocimiento de las repúblicas el 22 de febrero, el gobierno ruso facilitó los trámites para entregar la nacionalidad rusa a todos los habitantes del Donbass interesados, despertando una reacción furiosa de Kiev. En Ucrania todavía quedaban las esperanzas de reintegrar estos territorios, ya que al gobierno de Kiev sólo le faltaba empezar a cumplir los acuerdos de Minsk. Mientras tanto, la OTAN aprovisionaba a Ucrania con las armas más modernas y sus instructores entrenaban al ejército y a los paramilitares para matar, y todos los medios, las 24 horas, sembraban el odio hacia Rusia.

A mediados de febrero de este año la situación del Donbass cambió. La artillería ucraniana abrió fuego intenso contra el territorio rebelde causando decenas de muertos civiles. Se declaró la evacuación de los niños hacia Rusia. Putin reconoció la independencia de las repúblicas, poniendo fin a la larga espera por el cumplimiento de los acuerdos de Minsk, y el parlamento ruso aprobó el uso de las tropas en el extranjero. Los gobiernos de las repúblicas rebeldes exigieron el inmediato retiro de las tropas ucranianas de todo el territorio del Donbass. Frente a la previsible negativa ucraniana, la noche del 24 de febrero las fuerzas rusas y de Donetsk y Lugansk  atacaron las instalaciones militares en todo el territorio de Ucrania y las fuerzas terrestres entraron a lo largo de casi toda la frontera.

De inmediato los medios de todo el mundo armaron una campaña antirrusa sin precedentes. Ojalá todas las guerras de las últimas décadas hubieran tenido una décima parte del fervor pacifista de esta. Es la primera operación militar iniciada, no por las potencias occidentales, sino contra su más fiel súbdito en Europa. Es legítimo estar contra la guerra, pero habría que ser muy ingenuo para creer que los EE.UU., Inglaterra y sus aliados, aplicando todo tipo de sanciones contra Rusia, mostrándole al mundo su versión de la tragedia, realmente buscasen defender alguno de los valores que sistemáticamente han pisoteado durante toda su historia. Hay una campaña mediática preparada con mucho cálculo y antelación, y más que el pacifismo, su fin es deshumanizar a Rusia y todo lo ruso, preparando el terreno en el subconsciente colectivo mundial para acabar con este país, considerándolo como fuente de todos los problemas para “el mundo civilizado”.

La magia negra de la guerra cambia los colores y las percepciones de la realidad. Con los primeros misiles rusos caídos en Ucrania, su presidente – un estafador, delincuente, payaso y cómplice de los nazis – se convirtió en un héroe nacional. Volodymyr Zelensky por fin hace lo único que sabe hacer bien: actuar. El control de los medios, multiplicado por el miedo y la ignorancia hace olvidarlo todo. Y “el mundo civilizado”, como nunca, “solidario y pacifista”, se “solidariza” con Ucrania enviándole toneladas de armas y municiones, incentivando más muertes y satanizando a Chéjov, Chaikovski, Gagarin y a otros “votantes” de Putin.

Desde la guerra en Yugoslavia sabemos que los “misiles inteligentes” nunca son tan inteligentes, y sí, han muerto muchos niños y civiles y hasta los militares ucranianos engañados también son víctimas y eso es terrible y se entiende lo que se siente. Pero, quizás, la peor mentira de los medios del mundo es insistir en que la “agresión rusa no es provocada”. Esta guerra la estaban buscando, provocando y llamando cada minuto desde el triunfo del golpe de Maidan. No fue Zelensky y sus guardias paramilitares, fueron los dueños de su poder, los que en sus círculos íntimos, quitándose las máscaras de pacifistas, se felicitan por el cumplimiento con su gran sueño: los eslavos matándose, porque para satisfacer sus apetitos deben desocupar estos enormes territorios con sus inmensas riquezas para poder llegar a la frontera norte de China. Una gran fiesta fuera de las cámaras y sus lágrimas de cocodrilo.

Para ellos, los ucranianos  son iguales a los rusos, solo una subespecie más domesticable. Tal vez hablando de las víctimas civiles de Ucrania sería justo mejor hablar de una vez por todas de los miles de muertos en esta guerra y cientos de miles de muertos por el desastre social planificado y organizado por este gobierno que ahora tanto miente sobre la independencia y soberanía. La sistemática destrucción del sistema de salud ucraniano es solo uno de los ejemplos del genocidio económico contra los jubilados, enfermos y otros sectores “no productivos” bajo las órdenes del FMI.

¿Cuántas personas están muriendo por día? ¿A cuántos miles de kilómetros de Kiev se tomaron estas decisiones para imponerlas a la administración del botín de guerra llamado Ucrania? Un galardón que hoy levanta las banderas de patriotismo y clama por “la defensa de su independencia” frente a un “ataque no provocado”.

Desde hace tiempo la manera más simple y precisa para explicar en Latinoamérica las realidades de Ucrania es hablar de una Colombia en el corazón de Europa. Un hermoso y riquísimo país, con una ubicación estratégica inmejorable, convertido por sus élites vendidas en una república bananera de los EE.UU., con una democracia formal que se basa en el estricto control de los medios, la desarticulación de las obligaciones sociales del estado, la destrucción de la memoria, una imposición de una historia falsa, y con grupos paramilitares al servicio del poder para amedrentar y acallar las pocas voces disonantes. Rusia – el país más cercano y más inseparable cultural, humana, económica e históricamente de Ucrania – fue declarado el principal enemigo de su pueblo.

Es sabido que nuestras ideas y convicciones se basan más que nada en nuestras emociones. Las emociones son una reacción de nuestra conciencia a las señales que nos llegan de nuestros sentidos. Aproximadamente un 90% de la información del mundo la recibimos por nuestros ojos. La dictadura mediática de hoy es prácticamente ilimitada. En las actuales guerras informativas una mentira directa es una herramienta del pasado. Es mucho más eficiente una correcta distribución y dosificación de las verdades. Cualquiera que haya tenido la experiencia de colocar sus productos en un supermercado sabe que el precio por ponerlos en determinados estantes, donde son mejor vistos, puede ser varias veces más alto, pero económicamente siempre se compensa. En las estanterías de los medios de hoy, existe prácticamente de todo, pero para la información más valiosa siempre tenemos que ir a los polvorientos estantes de atrás o detrás de las cortinas de la publicidad ajena, mientras toda la comida chatarra siempre está a la vista de todos y con rebajas. La demanda de estas verdades importantes suele ser bastante baja, ya que supone otro nivel de atención y educación general del ciudadano-cliente, cosas que en todas partes nos enseñan a desaprender. Es nuestra civilizada cultura occidental basada en drogas, fármacos y alcohol, que construye esta percepción de la realidad como un cómic o un tema de música pop, donde el sistema cultiva y reproduce sus carnes de cañón de la más alta calidad, llenas de patriotismo, orgullos nacionales y las respectivas banderitas auspiciadas y repartidas por las corporaciones y los oligarcas.

La gente en el Donbass es diferente. El mejor logro de la gran civilización soviética fue la humanidad de los seres que la vivieron. Es gente sencilla, verdadera, cercana, que no aparenta, que sabe mirar a los ojos, que no habla mucho y no pretende ser lo que no es. Solo en dos lugares sentí estar entre las personas así: en Siberia y en el Donbass. En el discurso nacionalista ucraniano a los habitantes del Donbass se les llama despectivamente “los vatnik”. “Vata” es algodón en ruso y en ucraniano, y “vatnik” es un abrigo de algodón, típica ropa sencilla y tosca de los obreros soviéticos. Desde el clasismo y el arribismo de la “clase media” de Kiev que apoyó al nacionalismo, “la ordinariez soviética” del Donbass era un equivalente del atraso e impedía al país avanzar hacia “la civilización europea”. También les llaman “los separatistas” o “los separ”. Es curioso que los que realmente dividieron y destrozaron a Ucrania, haciéndola invivible para la gran diversidad cultural que siempre representaba la región, acusan de separatistas a los que se rebelaron contra ello.

Fue extraño ver a mi país como sacado de las crónicas de la Segunda Guerra Mundial, pero a color. Los infinitos campos sin sembrar, manchados con cráteres de las minas y proyectiles de tanques. Decenas de kilómetros de franjas de árboles a lo largo de los caminos, con las ramas, la corteza y los troncos destrozados por metralla y choques de las máquinas pesadas. Los tanques, camiones y buses quemados entre los retenes militares y los viejos letreros indicando las distancias a diferentes puntos de los tiempos de paz, todavía en ucraniano.

El 14 de marzo de este año, a las 11:31, el centro de Donetsk se estremeció de una explosión. Fue un misil ucraniano “Punto U”, derribado por las defensas antiaéreas de la República. Estos misiles son para destruir maquinaria pesada, que no existe en el centro de Donetsk. Según su trayectoria calculada, el “Punto U” se dirigía hacia un centro comercial, a esa hora lleno de  gente. Los restos del misil cayeron al lado del edificio del gobierno, cerca de un banco, donde una cola de personas esperaba su turno para el cajero. Murieron 21 y más de 30 quedaron heridos, entre ellos varios niños. Por suerte una plazoleta de juegos infantiles al lado estaba en ese momento vacía. Es el misil número 15 que se derriba sobre Donetsk. “Punto U” es un arma de racimo. Cada misil contiene 50 dispositivos, y dentro de cada uno hay unos 316 fragmentos de metralla que se dispersan en un radio de hasta 400 metros. En este caso, felizmente (si esa es la palabra) se abrió solo un dispositivo de estos 50. Las autoridades de Kiev aseguraron que el misil fue disparado desde Rusia a modo de provocación contra Ucrania. Para los grandes noticieros del mundo, la noticia pasó prácticamente desapercibida.

En la escuela número 50 de Gorlovka, una pequeña ciudad en las cercanías de Donetsk, uno de los tristes símbolos de esta guerra que aquí empezó en el 2014,  hace un poco más de un mes cayó un proyectil en pleno día laboral, dejando muertas a dos profesoras que estaban en planificación de clases. Al lado de las víctimas, un texto de una crónica en ucraniano, recordando la importancia de la luz de la sabiduría de los libros.

Entre Donetsk y Mariupol, la importante urbe en la costa del mar de Azov, donde ahora siguen los combates más duros de esta guerra, se encuentra -o, más bien, se encontraba- Volnovaja. En el 2014 su población era de 23.164 habitantes.

La versión oficial ucraniana, que se puede encontrar en Wikipedia en español, cuenta que los combates por Volnovaja se iniciaron el 25 de febrero y terminaron el 12 de marzo de 2022 y que se dieron entre las Fuerzas Armadas de Ucrania, las Fuerzas Armadas de Rusia y las “Separatistas de Donbass” (¡cuyo nombre oficial es Ejército de la República Popular de Donbass!). Wikipedia nos cuenta: “Durante los primeros días de la invasión rusa de Ucrania de 2022, las fuerzas rusas participaron en bombardeos indiscriminados de Volnovaja y Shchastia, bombardeando áreas civiles. El bombardeo terrorista de las ciudades violó el derecho internacional y se hizo eco de las tácticas que Rusia había utilizado previamente contra objetivos civiles en Siria. Se informó que Volnovaja estaba al borde de la crisis humanitaria el 28 de febrero, y casi destruida el 1 de marzo, con alrededor del 90% de sus edificios dañados o destruidos. A los residentes sobrevivientes se les cortó la comida, el agua y la electricidad. Después del asalto, los cuerpos yacían sin recoger en las calles.”

Wikipedia miente. Estuvimos en Volnovaja pocos días después de la tragedia. No sé si fueron destruidos 90%, o unos o 85%, como aseguran otras fuentes, pero la ciudad ya no existe. Estuvimos con decenas de los sobrevivientes y lo que nos cuentan TODOS, es que fue el ejército ucraniano quien destruyó Volnovaja. Retirándose de la ciudad bajo presión de los rusos, ponían tanques frente a cada edificio y disparaban. Destruyeron la clínica y la escuela, saquearon las casas y las tiendas. La población no podía salir porque los militares ucranianos no dejaban salir a nadie, usando a los civiles como escudo humano. Es la misma táctica que ahora están repitiendo en Mariupol. Por eso TODA la población de Volnovaja, antes dividida sin mayores fanatismos entre prorrusos y pro-ucranianos, ahora recibió al ejercito ruso como sus liberadores. Los militares rusos y de Donetsk reparten agua y comida, mientras la gente de esta ciudad fantasma les pide que no los abandonen.

De Volnovaja a Mariupol son 66 kilómetros. Por razones de tiempo y seguridad no pudimos llegar a Mariupol, pero todo el mundo – los civiles y los militares – no dejaban de hablar de esto, seguramente hasta el día de hoy el mayor drama de esta guerra. Muchos tienen en Mariupol amigos y familiares. Mariupol es una de las principales ciudades del Donbass, con casi medio millón de habitantes, y es un puerto con acceso al Mar de Azov, así que el control sobre esta ciudad es clave. También es el lugar de concentración más grande en el país del grupo paramilitar Azov, que aquí prácticamente controla al ejército ucraniano.

Nadie sabe cuántos son exactamente, pero las cifras oficiales dicen que son unos 700. Nadie lo cree, y se habla que solo en Mariupol pueden ser cerca de 5 000. También se sabe que son claramente fascistas y entre ellos hay varios mercenarios extranjeros, de EE.UU., Europa Occidental, Georgia, Rusia y otras partes. Han tomado como rehenes a toda la población civil, no dejan salir a nadie y disparan a cualquiera que trate de abandonar la ciudad. Decenas de civiles ya durante semanas están en los sótanos, muchos desde hace tiempo sin agua ni comida y debajo de los edificios derrumbados. Las víctimas pueden ser decenas de miles, nadie lo sabe. La ciudad está completamente rodeada por las tropas rusas y las de Donetsk, y siguen los combates callejeros. El ejército ucraniano prácticamente cada día trata de organizar el rescate de sus mandos con helicópteros que son derribados con el fuego ruso. Se rumorea que tratan de evacuar a los instructores militares norteamericanos e ingleses. La prensa mundial sigue mintiendo sobre la barbarie rusa.

En la plaza de la capital de la otra república rebelde, la de Lugansk, para el visitante hay varios puntos de interés: uno de ellos es el edificio del gobierno, que el 2 de junio de 2014 fue atacado por dos aviones ucranianos. Por los misiles murieron 8 personas, entre ellos la ministra de cultura, y 28 más resultaron heridos. El representante del gobierno de Kiev dijo entonces que fue una “explosión del aire acondicionado del edificio”. También hay un memorial a los periodistas rusos muertos cerca de Lugansk en 2014, una galería de fotos de los combatientes caídos, defensores de la república, y el monumento al poeta nacional ucraniano Tarás Shevchenko, que parece mirar esta locura desde otros tiempos, casi el único recuerdo de nuestro gran pasado soviético internacionalista en medio del medioevo de hoy.

Y también hay una pequeña muestra fotográfica improvisada sobre las atrocidades de los nazis ucranianos en el Donbass. Con el avance de las tropas rusas y las de las repúblicas hacia el territorio que hace poco permanecía bajo el control ucraniano, se van descubriendo nuevos crímenes nazis. Hay expuesto un detallado registro de terribles hallazgos, como restos humanos con huellas de torturas, simbólica fascista y otras cosas que tanta indiferencia y desconfianza generan entre los medios de información del “mundo democrático”. No se trata de justificar o juzgar esta guerra, sino de entender varios de sus porqués, que la prensa occidental simplemente oculta. Es también para entender por qué los habitantes del Donbass piden a los soldados rusos que por favor no se detengan.

Hay que pisar la tierra de Donbass para sentir cosas que no se sienten desde Moscú o desde Kiev. Para ver que lo del fascismo no es ninguna exageración. Y siendo absolutamente contrario a la guerra, una y otra vez hacerse estas jodidas preguntas: ¿La paz realmente sería paz?,¿Es posible la paz con un gobierno que hizo posible todo esto? ¿Realmente hubiera habido otro modo? …

Y luego despedir con la mirada a los tanques que siguen avanzando hacia el oeste y tomar un poco de aire del Donbass antes de volver a este otro mundo paralelo dominado por el Goebbels colectivos de los medios.

 

Todas las fotos son de Oleg Yasinsky