Comencé a escribir este análisis el domingo 19 de diciembre. Pensaba que un buen análisis no debiera ser afectado por la situación coyuntural de una elección. El ambiente estaba expectante. Problemas de locomoción para ir a votar y se esperaba una confrontación en el conteo de las mesas; a mediodía se hizo silencio, el ambiente se tornó como si Boric fuera el vencedor y el gobierno estuviera haciendo todo tipo de manejos para disminuir la distancia entre los candidatos. A las 7 pm ya sabíamos y a las 9 pm se anuncia el porcentaje de 56 contra 44% en la elección con la mayor participación de la historia del país.

Reconozco esa idiosincrasia nuestra de sentir cada vez que estamos en estas inflexiones políticas, que nos jugamos no solo la historia de Chile, sino que la mundial. Pero así me parecía; estábamos decidiendo algo muy importante. Muchos estábamos inquietos, la oscuridad de los tiempos de la dictadura nos amenazaba, la normalización de los antivalores, el cinismo de decir una cosa sabiendo que se hará otra, y la violencia justificando la violencia.

La primera vuelta electoral fue un balde de agua fría. Los resultados nos enrostraron que de procesos sociales sabemos casi nada. Qué sucedió entre la revuelta social y esa elección que parecía más bien una contrarreforma. La primera vuelta electoral, quebró la tendencia que venía desde el estallido del 2019, el plebiscito del apruebo y la elección de los constituyentes. Entre medio ocurre una pandemia y el virus Covid-19 produjo cambios en el comportamiento que todavía estamos asimilando.

Connotados artistas y políticos internacionales nos animaban para esta elección. ¿Qué era tan importante? Todos sintieron la necesidad de tomar posición, nadie creía en la neutralidad. Todos apoyaban a Boric. Nunca vi artistas apoyando a Kast y mis hijos me explican que así funcionan las redes sociales. Sus algoritmos me encierran en una burbuja digital y me proveen sólo la información que me hace sentir cómodo y quiero creer.

Antes de ser tomado por la onda y la alegría de la juventud que invadió las plazas de Chile en la celebración, alcancé a puntear el contexto mundial en que sucedía esta elección.

Estamos enfrentados a conflictos globales como la pandemia, el cambio climático, la inmigración, la pobreza y la desigualdad, pero los estados nacionales no parecen tener la conciencia ni la voluntad de coordinarse en serio. Por otra parte, la riqueza se concentra cada vez en menos manos, y logran corromper gobiernos, o colocar a sus empleados en cargos públicos para ajustar los mecanismos legales a su favor. Estos son problemas mundiales, no de este país. El cambio tecnológico que se viene es de tal magnitud que produce vértigo. Muy pronto la reproducción humana ya no dependerá del vientre de las mujeres, los robots y la inteligencia artificial nos superará en muchos de nuestros empleos, además del control psíquico que ya intentan con los algoritmos de big data. Por supuesto, la irrupción de China desplazando a Estados Unidos como potencia económica y militar está provocando nuevas alianzas mundiales y un gasto sin freno en armamento sofisticado y en investigación para la destrucción.

En este torbellino de la historia ocurre un fenómeno político y social en Chile que hasta hace pocos años era la cobaya del modelo económico neoliberal.

La revuelta del 2019 fue un fenómeno psicosocial que sintonizó a la población que se manifestó con creatividad y poesía; logró poner en jaque al sistema establecido que se vio obligado a negociar una convención constituyente paritaria entre hombres y mujeres, con participación de pueblos indígenas y con independientes de partidos políticos. Se discute mucho si fue la violencia o la poesía social lo que obtuvo este logro; no es el caso justificar mi punto de vista ahora, pero lo transparento. La violencia para contrarrestar la violencia económica o política en los procesos sociales es retardataria y solo ayuda a las elites a continuar con su esquema de dominación. Nunca (y subrayo nunca) ayuda a los pueblos. Lo que movió la historia de este pueblo fue un ímpetu poético y espiritual, que los analistas tratan de opacar al confundirlo con los desbordes de violencia que ocurrieron simultáneamente.

Este ímpetu de la historia lo encarna una nueva generación que discute con la que vivió la dictadura y construyó el Chile post dictadura. Ellos, más precisamente elles, están en los movimientos feministas de liberación de la mujer y la diversidad género, en la sensibilidad ecológica que rechaza un modo de vida que prioriza el lucro sobre el cuidado de la naturaleza y el bien común, en los movimientos de reivindicación de los pueblos indígenas, en movimientos políticos espontáneos que rechazan a la “clase política”, y en diferentes movimientos sociales que se autoconvocan sin confiar en los líderes.

Al caso particular del conjunto político que conocemos como Frente Amplio vale la pena hacerle un doble clic. Ya los admiramos en la revuelta estudiantil del 2011, cuando cuestionaron el lucro en la educación. Algunos de ellos fueron electos como diputados. Pero el 2017 rompen la lógica binominal de la política chilena y entra una turba de muchachos al parlamento. Hasta aquí todavía seguíamos creyendo que se trataba de un proceso político tradicional con algunas anomalías. Nada auguraba el escenario actual.

Viene la revuelta del estallido social del 2019, Chile se paraliza por la gente en las calles, en los caceroleos, en la protesta. Una sintonía psicosocial une a millones. Surge el “acuerdo por la paz” que se comprometía a crear una nueva constitución, un nuevo marco para el trato social. Y uno de los firmantes principales fue Gabriel Boric. Todos sabíamos lo que eran esos acuerdos negociados entre cúpulas para engañar una vez más a la gente. Lo firma sin el permiso de su partido, sufriendo la escisión de algunos conglomerados del Frente Amplio. Era a todas luces una trampa del establishment y él caía. A muchos nos pareció que Boric entraba al club de los políticos tradicionales.

Luego vino el plebiscito en que el 80% aprobó una convención que crearía una nueva constitución. ¡Ochenta por ciento! Eso fue una reconfortante ducha para el pesimismo. Pero aun así, el 2/3 que se requería para aprobar cualquier norma constitucional era un escollo con el que los poderes se asegurarían el control y obtendríamos una constitución peor que la de Pinochet.

Pero la elección de los constituyentes tira por la borda todos los reparos al proceso de cambio, y surgen listas de convencionales independientes que lograron que nadie, ningún grupo de poder, tuviera el control sobre la convención.

Muchos tuvimos que decir con humildad o sin ella: Boric tenía razón, yo estaba equivocado.

Pero ese “tener razón” hay que desglosarlo un poco. Firmó un acuerdo con el enemigo. Vio algo que no veíamos. Hoy por hoy la convención es en lo que decantó la revuelta del 2019, que podría haber quedado solo en el caos y haberse diluido en la pandemia. Podría haber salido mal, es cierto, pero salió bien. Intuyó y actuó en consecuencia. Siguió una inspiración, razonó desde el futuro.

La convención constituyente, con sus 155 convencionales, es un nuevo germen que podría reconstituir el tejido de la comunidad chilena y eso es lo que se jugaba en esta elección: la continuidad de la convención constitucional, o su desacreditación hasta destruirla.

Y a riesgo de caer en nuestro chovinismo autóctono, ese proceso de la convención creo que tiene una importancia que nos trasciende, ya que de salir mínimamente bien podría servir de efecto demostración a otros pueblos que están en conflictos similares.

Volviendo al tema del ímpetu de la historia, observemos: la decisión del Frente Amplio de llevar candidato presidencial a último minuto y lograr las 35.000 firmas necesarias legalizando un partido político en muy pocas semanas; luego ganar a último momento la primaria presidencial al líder del partido comunista, Daniel Jadue, el favorito; finalmente cuando parecía que las estadísticas de la primera vuelta favorecían a una derecha ultra, los jóvenes fueron a votar como nunca antes en este país, volcando la elección a favor de ellos.

Todos estos hitos me parece que son manifestaciones de algo nuevo, una fuerza desconocida, una nueva sensibilidad que está siendo representada por los grupos del Frente Amplio, que hoy llegan al poder político. Pero esta fuerza de la historia está siendo interpretada no desde una ideología, sino desde una afectividad. Los más viejos vemos cómo nuestros hijos comienzan a ocupar el centro social, pero sin la confrontación radical con la que enfrentamos a nuestros padres a esa edad. Son muy inteligentes y discuten sus ideas con vehemencia, pero las ideas no se usan para esconder la fragilidad. Viven una paridad humana no sólo entre sexos, sino entre generaciones, clases sociales, y en cualquier corte sociológico que hagamos, sobresaldrá la paridad.

No están exentas del resentimiento, esa enfermedad en que culpo de mis frustraciones al otro y no me hago responsable de mi vida. Esta enfermedad de la venganza viene desde hace miles de años con la instauración del patriarcado y quizás sea el resabio del pasado más difícil que tendrán que enfrentar.

La interpretación del momento social desde una afectividad es el aporte de esta nueva generación; un aporte del feminismo en que la mujer y de la diversidad de género tiñe el paisaje social. Un fenómeno que muestra el cambio de época, “nunca más sin nosotras”. Y elles están tiñendo la vida de tono multicolor. La expresión política de esta nueva generación lo está sabiendo interpretar y traducir en acción de cambio.

Un factor muy importante para la segunda vuelta fue la incorporación de Izquia Siches, conocida por enfrentarse al poder masculino para defender la salud del pueblo. Ella comenta que, mirando a los ojos de su hija recién nacida, Kala, en un momento supo exactamente lo que debía hacer y renuncia al colegio médico y se suma como jefa de campaña de Boric. Mirar a los ojos de su hija recién nacida es mirar en lo más amado del alma. Y desde ahí toma una decisión que comprometerá su vida entera y, al mismo tiempo, influirá en un proceso social que hoy tiene a un joven como presidente de la nación.

Todos vimos cuando Boric antes de salir al escenario del triunfo electoral para enfrentar al millón de personas que lo esperaba, toma una bocanada de aire para encontrar su paz interior.

Esta generación que está llegando a ocupar el poder, toma decisiones desde un lugar que no es sólo intelectual, del cálculo o de lo razonable. Busca la inspiración, su propia alma, y toma decisiones que afectan grandes procesos sociales. Hacen a un lado lo personal y deciden un camino que sintoniza con los conjuntos.

La segunda vuelta electoral “enfrentó al miedo con esperanza”. Este verso sintetizó a pocas horas de la derrota de la primera vuelta, un análisis político y sociológico que podría haber tomado meses. ¿Qué había pasado entre el estallido social y la primera vuelta electoral? Una pandemia; la muerte a la vuelta de la esquina, las deudas mostraron la fragilidad de las economías familiares, la deslegitimación de la policía y una delincuencia que parece sin freno, hordas humanas cruzando las fronteras y un desgobierno total que no se sabe si fue por ineptitud o por intención. El temor creció y tuvo candidato. Pero captar que eso se enfrentaba con esperanza, con amistad, con afecto y con futuro, nuevamente tocó la fibra que hizo vibrar a la historia.

Y llegamos al momento actual. Los jóvenes están felices, sienten que son los protagonistas de la época y se la van a jugar. Los más adultos estamos chochos con nuestros hijos y los vamos a apoyar, ayudaremos a despejar el camino y aprenderemos de ellos ese modo afectivo, inspirado y esperanzador de vivir la vida.

En un próximo artículo habría que proyectar este modo de actuar desde la esperanza y la inspiración para ver cómo se apoya este momento. Cómo se logra cohesión social frente a los embates del poder cínico que se apresta a cornear. Cómo se enfrenta a la violencia con descentralización, con nuevas lógicas económicas y financieras, con movilizaciones creativas y artísticas, con la convergencia de la diversidad más diversa que pudiéramos imaginar. Hasta que la dignidad se haga cultura.

Dario Ergas

Investigador Parque de Estudio y Reflexión de Punta de Vacas

 

Publicado originalmente en la recién lanzada Revista Ciclos