Han pasado casi dos meses desde el triunfo de Gabriel Boric en segunda vuelta, una victoria electoral que causó impacto no sólo en Chile sino también internacionalmente. Tal impacto provino de distintas miradas, desde la mirada geopolítica anunciando el fracaso del re- aglutinamiento de la derecha en América Latina; la sociopolítica enfatizando en el primer triunfo presidencial de los progresismos germinados durante la ola de los Indignados que el 2011 recorrió el planeta incomodando a las izquierdas tradicionales, o desde la mirada generacional que sitúa este triunfo en la llegada al poder de la generación millenial, aquella generación de las redes sociales y los temas emergentes como el feminismo, el animalismo o las disidencias sexuales, por mencionar algunos.

Por eso es necesario preguntarse por las características de este triunfo, pero desde una mirada de nuestro proyecto humanista: ¿Es un proyecto de una izquierda revolucionaria o una nueva y tibia socialdemocracia? ¿Es el signo de una nueva sensibilidad que irrumpe en la política, o un simple recambio de las elites que seguirán postergando las demandas de un pueblo siempre olvidado? ¿O acaso sea el anticipo de un nuevo ciclo, mucho más virtuoso y profundamente más humano?

Despejando mitos, el gobierno de Gabriel Boric será socialdemócrata.

Días antes de la segunda vuelta presidencial (ballotage), la entonces jefa de campaña y futura ministra del Interior, la doctora Izkia Siches, señaló con nitidez y sin complejo alguno: “Estamos pensando en una socialdemocracia, en mínimos civilizatorios, que son derechos que requiere cualquier país moderno”. También durante esos días, la economista Stephany Griffith-Jones, integrante del equipo asesor de Boric, señaló con meridiana claridad: “Boric es lo que en Europa se llama socialdemócrata” y está “…preocupado de desarrollar un Estado de bienestar y fomentar la inversión, particularmente verde”. Y a mayor abundamiento, inmediatamente después de ser nombrada como vocera del Presidente Boric, la diputada comunista Camila Vallejo señaló: «Creo que este es un Gobierno principalmente de la centroizquierda. Tiene un programa que recoge aspectos de la socialdemocracia europea, pero atendiendo a las demandas contemporáneas”.

A lo anterior hay que agregar que el partido que tendrá mayor presencia ministerial será el Partido Socialista, ajeno a la coalición Apruebo Dignidad, y que ha sido uno de los partidos símbolos de los criticados 30 años de democracia neoliberal. El Partido Socialista encabezará los importantes Ministerios de Hacienda, Cancillería, Defensa y Vivienda. Es decir, el gobierno de Boric asume sin complejo alguno que será una administración socialdemócrata siguiendo los modelos europeos, pero explicitando que será un gobierno transformador.

¿Puede la socialdemocracia constituir un cambio transformador?

Para responder esta pregunta es bueno contextualizar que durante más de 50 años Chile ha sido el país símbolo del neoliberalismo más extremo. Acá no solo están privatizados los servicios de electricidad y autopistas, sino que en las propias universidades públicas las familias deben pagar cerca de mil dólares mensuales para pagar la educación de sus hijos u optar a un crédito con la banca privada para financiarla. Y que en medio de una sequía que dura ya más de 10 años y con más de la mitad de las comunas declaradas en sequía hídrica, el Estado debe comprarle el agua a privados para abastecer ciudades completas, pues el agua es un bien que se vende y transa, y no estamos hablando de la potabilización y distribución de agua (también privatizadas) ¡¡sino de la compra y venta de los derechos de aguas provenientes de acuíferos, napas subterráneas, ríos y lagos!! Para qué hablar de las pensiones y las nefastas AFPs, la salud pública y un sistema tributario diseñado descaradamente para que los ricos paguen menos y los pobres paguen más impuestos. En definitiva, Chile se transformó en la Corea del Norte del Neoliberalismo y el verdadero “milagro chileno” resultó ser la capacidad de paciencia del pueblo para soportar un modelo excluyente y marginador durante más de cincuenta años, entre la dictadura y la democracia neoliberal.

A todo lo anterior hay que sumarle que, durante estos 30 años de democracia neoliberal se conformó un sistema político duopólico con solo dos grandes coaliciones que se turnaban para gobernar el país. Y esta situación llevó a que estas dos coaliciones, la Concertación y la Derecha, fueran permeadas por la corrupción de los grandes grupos económicos, en un verdadero y descarado proceso colonizador que llevó incluso a la insólita situación que una gran empresa minera (cuyo dueño es el yerno del dictador Pinochet) apareciera registrada oficialmente como un militante del Partido por la Democracia (PPD). Es decir, la empresa símbolo del despojo económico del dictador era un militante del PPD, que a su vez – se supone – era el partido símbolo de la lucha en contra del dictador y que, para empeorar más las cosas, en ese entonces era presidido por la hija de una de las víctimas más emblemáticas de la represión de Pinochet. Lo que estoy intentando describir es que, en el Chile de la transición, el maridaje entre la política y los grandes grupos económicos se amalgamó con una corrupción tan descarada e impúdica que se actuaba y exhibía como algo muy normal de la actividad política.

Pero lo que no consideró la elite gobernante, es que “hay que tener mucho cuidado con la furia de un pueblo paciente”. Así fue como luego de más de 30 años de una democracia limitada y un extremista y corrupto modelo neoliberal, en octubre del 2019 fueron millones las personas que salieron a las calles, iniciando un imparable e impactante proceso destituyente que devino, casi dos años después, en la elección de una Convención Constitucional con la misión de redactar una nueva Constitución. Esta fuerza destituyente fue tan potente que logró elegir una Convención inédita en el mundo, con paridad de género y presencia incidente de los pueblos originarios y, si esto fuera poco, con una correlación de fuerzas en que la derecha, por primera vez en la historia de Chile, no tiene posibilidad de veto ni influencia política alguna y con una Democracia Cristiana, la tradicional fuerza de salvación de la derecha, que logró elegir solo un constituyente dentro de los 155 electos.

Pero si el proceso destituyente iniciado en octubre de 2019 fue una fuerza telúrica capaz de cuestionar las bases del modelo chileno, el consiguiente proceso constituyente encabezado por la Convención Constitucional ha sido torpedeado y ha ido perdiendo legitimidad a una velocidad preocupante. Este proceso de deslegitimación social de la Convención está encabezado por la derecha económica, pero también – hay que reconocerlo – ha sido ayudado por errores y algunos horrores de la propia Convención y se acelera luego de los resultados obtenidos en las elecciones de Noviembre del año pasado. En tales elecciones la derecha logró quedarse con la mitad del parlamento y la ultraderecha, sorpresivamente, salió victoriosa en la primera vuelta presidencial. Y aunque en el ballotage Boric se impuso con una amplia mayoría, el 44% obtenido por el candidato proveniente de un partido de la ultraderecha demuestra que el poder de la oligarquía sigue latente y amenazante.

Además, en los últimos meses hemos sido testigos de las cientos de «fake news» (falsas noticias) que circulan por las redes sociales y la amplificación obsesiva que realizan los medios de comunicación de los errores cometidos por algunos convencionales. Esta campaña de desprestigio ha llegado a límites intolerables y, peor aún, todo indica que irá en aumento en la medida que el trabajo de la Convención siga avanzando. Lo que estamos diciendo es que si la energía social liberada tras el desborde social de octubre permitió avanzar a gran velocidad en el proceso destituyente, el consiguiente proceso constituyente, encabezado por la Convención, está seriamente amenazado por la derecha económica y el gran poder que aún mantiene. En definitiva, lo que está sucediendo con la Convención y los resultados de las elecciones parlamentarias y presidenciales, demuestran que desmontar todo el poder oligárquico y sus redes de corrupción es una tarea extremadamente compleja y difícil, pues este entramado de corrupción institucional no solo viene de los últimos 50 años sino que está enquistado desde el origen mismo de la República.

Por todo lo anterior, y más allá de que el programa de gobierno sea un programa socialdemócrata, la consolidación de lo avanzado tras el desborde social de octubre resulta vital, pues de lo contrario, la amenaza latente de la ultraderecha neofascista puede transformarse en una macabra realidad, y si alguien no lo cree o lo considera muy alarmista, es que ignora lo que ha pasado con Trump en Estados Unidos luego del triunfo de Biden.

Una camada que giró la rueda generacional

Ocurrió en el mes de enero recién pasado, en el Encuentro Nacional de la Empresa, el foro que reúne a todos los grandes empresarios de Chile y al cual había sido invitado Gabriel Boric en su calidad de Presidente electo. La escena era muy extraña, ahí estaban los 400 más grandes empresarios que se creen dueños de Chile, acostumbrados a hablar de cifras macroeconómicas, de tasas de interés, del valor del dólar y del comportamiento de los mercados, todos esperando con ansiedad y curiosidad escuchar el discurso del Presidente, cuando de pronto observan que este joven de 35 años y sin corbata comienza su discurso leyendo… ¡un poema! Gabriel Boric, rompiendo todas las tradiciones y costumbres, frente a esos fríos empresarios acostumbrados a las impersonales cifras económicas, había optado por leer un texto de un poeta chileno para hablarles a los grises hombres de negocios acerca de la brutal desigualdad existente en Chile.

Una semana después Gabriel Boric presentó su nuevo gabinete conformado por 14 mujeres y 10 hombres, dos de los cuales se han declarado públicamente parte de la comunidad LGBTQ+. Ambas situaciones, un gabinete mayoritariamente femenino e integrado por ministros de la diversidad sexual, son inéditas en la historia de Chile y unos pocos años atrás hubiesen sido un verdadero escándalo para la prensa conservadora. En esa misma ocasión circuló por las redes sociales la comparación de la foto del primer gabinete del Presidente Patricio Aylwin, integrado completamente por hombres serios, todos vestidos con trajes oscuros y predominantemente calvos o de pelos blancos, mientras que la foto del Gabinete de Gabriel Boric mostraba una diversidad de edades, con rostros sonrientes, coloridas vestimentas y más de un ministro o ministra con sus pequeños hijos en brazos. El contraste entre ambas fotos era enorme y sintetizaba muy bien el salto cuántico entre el Chile del año 1990 – patriarcal, viejo, gris y homogéneo – y el Chile actual, diverso colorido, feminista y con una nueva generación que llega al poder.

Apenas tres días después, en una festiva y cálida noche de sábado, en un restaurante repleto de alegres jóvenes irrumpe súbitamente el Presidente electo, caminando, y vestido con pantalones cortos y bototos. Las decenas de jóvenes presentes no dudaron en acercarse a Boric para saludarlo y sacarse selfies, que inundaron las redes sociales mostrando al presidente electo como una persona común y corriente, cercano y alejado de toda solemnidad. La escena termina con un Gabriel Boric saliendo del restaurante siendo aclamado por los jóvenes como si fuera un verdadero rockstar.

Describo estas escenas que bien pudieran parecer intrascendentes o parte de un inteligente marketing político, pero que muestran con nitidez un quiebre importante con la forma en que se había venido ejerciendo el poder en el Chile de la transición. Todos sabemos que la política es poder y que el poder es algo que no se ve pero que se experimenta, por lo cual se requiere mucho de lo simbólico para expresar los cambios que se requieren llevar adelante. Y si antes era necesario exhibir en la plaza pública la cabeza guillotinada del monarca para demostrar el cambio de un régimen por otro, ahora en nuestras sociedades aparentemente más civilizadas es necesario atender a los símbolos que (de)muestran las características del cambio en curso.

Así como el año 1973 el dictador Pinochet bombardeó e incendió el palacio de La Moneda para demostrar de manera brutal que era él quien tenía el poder; así mismo, varios años después, pero ahora de una manera mucho más civilizada, miles de mujeres se pusieron la banda presidencial para demostrar que Michelle Bachelet, la primera mujer presidenta de Chile, llegaba a La Moneda con el apoyo y el poder de las mujeres. Ahora es un presidente que no habla de cifras macroeconómicas, sino que recita poemas, que reconoce sus equivocaciones y que es capaz de salir en pantalones cortos y bototos a comprarse un sándwich, tal y como lo haría cualquier persona.

La presidencia de Boric es la expresión más notoria del cambio generacional, pero llega al gobierno junto a la doctora Izkia Siches quien, con sus 35 años, se transformará en la primera mujer que dirigirá el poderoso Ministerio del Interior. Como Ministra Vocera de Gobierno, Gabriel Boric designó a la militante comunista y ex líder estudiantil Camila Vallejo de tan solo 33 años y como Ministro Secretario General de la Presidencia a Giorgio Jackson, militante de Revolución Democrática de 34 años. A todo lo anterior, hay que agregar que la nueva Cámara de Diputadas y Diputados, que en toda su historia ha tenido un 2% de presencia femenina, estará conformada por más de un 35% de mujeres y que, por primera vez, seis diputades han declarado abiertamente ser parte de las disidencias sexuales. Además, recientemente se eligió una nueva mesa directiva de la Convención Constitucional quedando presidida por una mujer de 40 años y un joven vicepresidente de 32 años, quien también forma parte de las disidencias sexuales.

Es evidente que está en curso un gran recambio generacional. Es una nueva camada de distintos colores políticos, que se hace cargo de los destinos de todo un país. Pero, ¿estamos en presencia de un cambio revolucionario?, ¿de una nueva sensibilidad que anticipa la llegada de un nuevo mundo? Personalmente creo que no, pues tal como decía Silo: “Toda generación tiene su astucia… pero también tiene su trampa”. Todavía hay mucho de la política antigua y no es bueno ni es sano romantizar excesivamente a esta nueva camada de dirigentes. Tal como dicen en México: “ni tanto que se queme al santo ni tan poco que no se vea” Lo notable y tremendamente valioso de esta generación es que ha sido capaz de hacer aquello que las generaciones anteriores fuimos incapaces u otros simplemente no quisimos hacer: sacar los conservadurismos, correr los cercos y acercar las utopías.

Es cierto que el gobierno de Gabriel Boric será un gobierno socialdemócrata y estará bajo la amenaza del chantaje económico, el histórico garrote y zanahoria que la oligarquía sabe utilizar muy bien para la cooptación, pero simultáneamente digo que es un tremendo y radical cambio con lo que existía en el Chile de hace solo tres años atrás, y – lo más importante – esta nueva generación no puede fracasar pues el neofascismo está ahí, esperando la oportunidad para entrar. La simbología que usará para ejercer su poder no será de poesía o pantalones cortos, sino que será de represión, tanques y metralla. Por todo lo anterior, los humanistas que estamos en Acción Humanista y fuimos fundadores de la coalición de Gobierno Apruebo Dignidad, apoyamos la candidatura de Gabriel Boric y seremos parte del Gobierno que iniciará sus funciones el próximo 11 de marzo.

Efren Osorio Jara

 

Este artículo salió en la recién lanzada Revista Ciclos (haz clic para abrirlo allí)