8 de febrero 2022. el Espectador

Desde el domingo tenemos en el ciberespacio y en el radar del criterio, una señora revista: se llama Cambio, y tiene vida porque sus gestores se le midieron a enfrentar los desafíos desde adentro, desde la noticia verídica y la opinión a conciencia. Llegó Cambio en un momento crucial (sí ya sé, nosotros vivimos “de crucialidad en crucialidad”) pero lo que tenemos en juego en los próximos meses —más que un resultado electoral— es la viabilidad social de nuestro país; la urgencia de lograr el alto al fuego en medio de esta erupción de violencias nuevas y acumuladas. Estamos ad portas de conocer y entender el rompecabezas de la verdad; mirarnos en nuestra propia historia y dejar de negar la responsabilidad de cada uno en los horrores cometidos. Por favor no se pierdan en este primer número la columna de Pacho de Roux: él es de las personas que Colombia necesita leer, para ver si algún día logramos sanar el corazón.

Hay que recuperar el tiempo perdido y avanzar en la construcción de una paz total. Será difícil mas no imposible, rehabilitar la confianza y la integridad de las instituciones, y convertir el descosido social en un tejido de fortaleza y dignidad. Nadie va a resucitar a nuestros muertos (al menos no en esta vida), pero urge desterrar la cultura del plomo, del tiro al blanco en la espalda y la amenaza constante acechando detrás y delante de las puertas. Llegó Cambio para ayudarnos a cernir y discernir. ¡Advertencia!: manténgase lejos de quienes consideran que la ignorancia y la mordaza son artículos de primera necesidad.

Llegó Cambio, porque el país necesita cambiar la forma de verse a sí mismo, hasta que 50 millones de colombianos entendamos que no somos carne de cañón, ni dumis en las trincheras; que no nacimos para ser víctimas ni es normal que a la gente la maten en la selva y en los resguardos, en los ríos y 2600 metros más cerca de las estrellas. Líbranos, Verdad, del smog de la costumbre, y de la sórdida niebla de la indolencia. Líbranos de los intereses creados, de las obviedades y las falsedades disfrazadas de redención. Llegó Cambio, y llegó fuerte, con una comunidad de editores, redactores y autores, suscriptores fundadores y miles de lectores de quienes se espera disposición para desaprender engaños y aprender realidades, por duras que sean. Aplaudo su línea editorial y a la inmensa mayoría de sus columnistas. Aplaudo a quienes tuvieron el sueño y supieron hacerlo realidad: se la están jugando toda para aportar elementos de análisis, democracia y crítica razonada; hicieron un pacto con la verdad, con el registro cierto y no con la venganza, ni con los títeres y los titiriteros que dejaron tan bajita la vara para presidir este desencuadernado país, y tan alta la dificultad de recomponernos.

Bienvenido Cambio. No sé cuántas noticias de las que nos presenten cada día serán dolorosas; cuántos de sus reporteros tendrán que llenarse el alma y las botas de penumbra, de escenas desgarradoras y testimonios amargos. Pero viéndolo bien, no hay nada más amargo que el silencio cómplice o la denuncia que se pudo haber hecho y no se hizo.

Con la llegada de Cambio he pensado mucho en un hombre que nació en San Pedro de los Milagros, en abril de 1854; él marcó en Colombia el derrotero del periodismo independiente y liberal. Le ha enseñado a seis generaciones a no tener miedo, y a defender la libertad sin más armas que el pensamiento, la palabra y la verdad. Se llamaba Fidel Cano y fundó esta casa de El Espectador.

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