Por Luis Casado

«Yo creo que los seres humanos venimos a la tierra a trascender. Yo no creo en la muerte. Uno viene, y viene a trascender. Y el que no trasciende está obligado a volver. Puede ser reencarnación, o puede ser castigo. Llámalo como quieras. Para nosotros, los pobres, el infierno está en la tierra. Después de haber hecho lo que hiciste aquí, trasciendes». (Luis «Polo» Lillo, fundador de Señal 3 de La Victoria, en una entrevista, en 2019).

Con Armando le conocimos en París, nos juntamos en algún bulevar y fuimos a compartir una cerveza. En sus ojos vi toda la desconfianza del mundo. ¿Quiénes eran esos dos tipos cuya apariencia hacía en pensar en un par de pijos extraviados?

Sin embargo rápidamente supimos que compartíamos lo esencial. Y trabajamos juntos, colaboramos en lo que pudimos para ayudarle a levantar Señal 3, conseguir el local, una modesta casita en La Victoria, dotarla de algún material que Polo se ingeniaba en hacer funcionar como por arte de magia.

Ese Polo incansable que recorrió Europa para convencer a medio mundo de la necesidad de crear canales de comunicación comunitarios en un país en el que un duopolio alimentado por el Estado mentía y miente día a día, negando la pobreza y la miseria.

De ahí en adelante, cada vez que nuestras ocupaciones respectivas lo permitieron, nos vimos para seguir trabajando en esa actividad que fue su obsesión: la comunicación, la difusión de la verdad vista por los pringaos. Así filmamos entrevistas con actores sociales, dirigentes estudiantiles, sindicalistas, luchadores que nunca renunciaron a hacer prevalecer el derecho.

Polo difundía todo ese material, y mucho más, en Señal3. Y se daba tiempo y maña para ayudar a la creación de otros canales comunitarios, en Chile y en el extranjero. Solidariamente, aportando a veces hasta el material electrónico que permitía dar los primeros pasos. Fantástico periodista, excelso organizador, improvisado entrevistador, profesor de técnicas de comunicación en los Seminarios gratuitos que organizaba para formar los jóvenes comunicadores de mañana.

El oficio en que Polo se ganaba la vida no podía ser más modesto. Polo era plomero, fontanero, o gas-fitter como decimos algo impropiamente en Chile, en nuestro inglés macarrónico.

Su sencilla existencia era una lección para las numerosas ‘universidades’ que cobran por deformar periodistas, a muchos de los cuales hay que explicarles que Iquique no lleva “H”, o bien cómo utilizar las herramientas informáticas más sofisticadas. Polo hacía todo eso con la misma facilidad con la que soldaba tubos de cobre.

Cuando llegué a Santiago, a mediados de noviembre, hice lo de siempre: le envié un mensaje para avisarle y organizar un encuentro. No me respondió, lo que debió alertarme de que algo malo estaba pasando. Le envié un segundo mensaje que también se quedó sin respuesta, y me tranquilicé pensando que Polo estaba de viaje, ayudando a una de las tantas comunas que sueñan con levantar un canal de TV comunitaria.

Desafortunadamente Polo estaba librando su último combate. Alejandro fue a visitarle a La Victoria. “No quiso que le viera en ese estado terminal”, me contó después. Agregando: “Eso se llama dignidad”.

A Polo se lo llevó un ALE, me explicaron. Tuve que mirar en internet. Una esclerosis lateral amiotrófica, sea lo que sea.

Y el mundo se me hace más pequeño, Santiago definitivamente una aldea. Desapareció un grande. Un admirable. Un imprescindible como decía Bertolt Brecht. Descansa en paz compañero.