Este domingo 12 de diciembre de 2021 Lewis Hamilton podría haber sido el mayor ganador de Fórmula 1 de todos los tiempos. Sin duda un hito, principalmente porque este joven es el primer y único hombre negro que logró ingresar y consolidarse en este deporte de élite. Pero no fue así. Sin embargo, incluso sin haber ganado su octogésimo campeonato, ese increíble piloto mostró al mundo, siete veces, que los negros pueden ser buenos no solo en deportes en los que la fuerza física es crucial, como muchos querían (y todavía quieren) hacernos creer. También demostró que la mayor cualidad que puede tener un deportista es su humanidad.

Habilidad, inteligencia (incluida la emocional), concentración, resiliencia, agilidad, actitud de liderazgo, autonomía, disciplina, coordinación, reflejos, compromiso, capacidad para trabajar en equipo son solo algunas de las muchas características que un atleta de alto rendimiento necesita reunir.  Y Lewis Hamilton las tiene todas.

Contra el estereotipo de la fuerza física

Antes de Hamilton, el estadounidense Willy Theodore Ribbs Jr. marcó una época al ser el primer negro en pilotar un coche de Fórmula 1. Pero no lo hizo en una carrera real, sino en un test en el circuito de Estoril, en Portugal, en el 1986, por el equipo británico Brabham, que, al fin y al cabo, no lo fichó. Por lo tanto, Lewis es considerado el primer piloto negro en esta categoría.

Para mí, que soy negra, Hamilton es inspiración, orgullo, catarsis, fuerza y lucha. Es, sobre todo, la continuación de la resistencia que nuestros antepasados esclavizados pusieron en práctica hace siglos para combatir las opresiones que hoy en día aún afectan a nuestro pueblo negro en todo el mundo.

Recuerdo la primera vez que lo vi disputar un campeonato. Fue en 2008. Yo estaba en Aracaju, en el estado de Sergipe, en un bar lleno de gente. El lugar estaba abarrotado, con decenas de personas; todos apoyando al brasileño Felipe Massa, quien esa temporada estaba luchando junto a Lewis por la supremacía.

Miré a todos lados y vi gente animando al piloto brasileño. Pero mi corazón y mi atención estaban en todas las maniobras de Hamilton. No me importaba que no fuera brasileño. Mi identidad racial hablaba mucho más fuerte que la nacionalidad. Recuerdo que mi corazón estallaba de ansiedad y felicidad en cada oportunidad en que podía adelantarse, en cada momento en que demostraba su superioridad en la pista. Ese fue uno de los momentos más increíbles que viví en relación a los deportes.

Antes, mis mayores emociones deportivas vibraron en 1999, por la actuación de la gimnasta Daiane dos Santos, la primera mujer negra en Brasil en lo que también es un deporte de alto rendimiento, en el que negras y negros no tenían (y siguen sin tener) espacio. Ella estaba ganando sus primeras medallas en los Juegos Panamericanos de Winnipeg, Canadá.

De hecho, a partir de Daiane dos Santos comencé a prestar más atención a deportistas negras y negros, ya que confieso que estaba un poco “cansada” de ver a los atletas negros consagrarse solo en el fútbol, el atletismo y el baloncesto (en su mayoría estadounidenses). No es que esos deportistas o sus disciplinas carezcan de importancia, pero se trata de cierto estereotipo que se creó en torno a los negros en el mundo del deporte. Y siempre quise ver a mujeres y hombres negros competir y ganar en las más variadas categorías.

Portavoz de los oprimidos

Por eso, comencé a acompañar a la tenista estadounidense Serena Williams, a las jóvenes gimnastas Gaby Douglas y Simone Biles y actualmente a la joven tenista Namomi Osaka. Ésta, de hecho, porque, independientemente de cuántos campeonatos más pueda ganar, demuestra que tiene conciencia racial.

Y cuando se trata de Fórmula 1, la emoción no es diferente. Lewis Hamilton me conmueve con su genialidad y más en los últimos años, desde el momento en que se erigió como “vocero” en defensa de los derechos de los oprimidos. Cuando empezó a reclamar por la falta de diversidad en ese deporte y, sobre todo, cuando empezó a reivindicar esa diversidad y, como Naomi Osaka, pasó a “militar” por causas esenciales como la lucha antirracista.

Me gusta Lewis porque no tiene miedo de hablar sobre racismo; porque no tiene miedo de «exponerse». En mi opinión, a diferencia de lo que mucha gente piensa y defiende, un/a deportista sigue siendo una persona, un ser social portador de identidades y, por tanto, no debe dar la espalda a los «dolores del mundo», más cuando parte de estos dolores también son suyos. Y para aquellos que no sienten esto en carne propia, créanme: ¡el racismo nos causa mucho dolor!

Por eso Lewis, es una inspiración para muchos niños y niñas excluidas/excluidos de este planeta tan desigual. ¡Y para mí también! Su existencia es la victoria de todas/todos los que luchamos diariamente por nuestra propia humanidad. Sí, porque el racismo nos quita mucha energía y salud, por el hecho de que tenemos que demostrar, en todo momento, que somos humanos. Confieso que estoy bastante cansads de eso. Pero cuando lo veo a Lewis, mis fuerzas se reavivan.

Gracias, Lewis, por todos los maravillosos fines de semana que me diste. Gracias por ser este símbolo de lucha.