Por Rodrigo Ruiz Encina

Lo masivo
1. Lo masivo se ha comportado como una convocación espontánea, inorgánica. Pero no se debe asociar lo espontáneo a una emergencia sin causa carente de propósito. Dice Gramsci: “en todo movimiento ‘espontáneo’ hay un elemento primitivo de dirección consciente, de disciplina”. (Cuaderno 3, § <48>)
Si los análisis del pensamiento crítico y la sociología habían asociado de forma unidimensional lo masivo con el consumo y la primacía de los medios de comunicación, desde el 18 de octubre de 2019 asistimos a un fenómeno desafiante de una complejidad sin dudas mucho mayor, políticamente más denso. Aquí se debe realizar un análisis más a fondo.
La tradicional asociación de lo masivo como momento de avance de la lucha popular no es del todo correcta en la situación neoliberal. Aun así, lo es mucho más que aquella que asocia su disolución a la consumación de un cierre institucional y elitario. Lo masivo está allí, especialmente cuando resulta invisible, como una energía potencial, es decir, como la energía de una masa definida principalmente por su posición, que se vuelve disponible para su conversión en energía cinética y su entrada en escena como movimiento en situaciones muy específicas, raras podría decirse, esto es, cuando actúa como capacidad de modificación de las posiciones relativas de los demás actores en un proceso de crisis.
Decimos intencionalmente, proceso y no momento de crisis.
Esa es una cualidad de lo que podría llamarse el octubrismo.
Mientras ha existido esta posibilidad, los sucesivos intentos de cerrar la coyuntura en torno a un acuerdo por arriba han sido infructuosos. Pese a todo, el espacio para el movimiento de
lo masivo no ha sido clausurado. Ese es un dato fundamental en el proceso político que se ha abierto con la derrota de Kast.

2. No nos referimos solo a las situaciones de aparición disruptiva, como de hecho ha ocurrido en más de una ocasión en estos tiempos, en que lo masivo asume su representación tradicional como desafiante multitud en el espacio público. Hay que retornar a la idea amplia de movilización, que incluye por cierto a la movilización electoral.
Lo masivo pareciera acontecer ante requerimientos de sentido. Allí donde la movilización resulta inorgánica, una hipótesis es que la activación cinética parece responder crecientemente a interpelaciones simbólicas cuyo origen es muchas veces opaco, impreciso, móvil, más allá de las “órdenes de partido”.
En la primera vuelta presidencial votaron 7.114.800 personas, en la segunda vuelta lo hicieron 8.364.534. Es decir, votaron 1.249.734 personas más. Más allá de que resulta imposible saber cuántos fueron a uno u otro candidato, es un hecho claro que los 4.620.671 votos obtenidos por Gabriel Boric están relacionados con ese proceso de movilización electoral. Según análisis tempranos (La Tercera 20.12.2021), el crecimiento principal de Boric estuvo principalmente entre las mujeres jóvenes. Eso debería destacarse y no sorprender, dado el carácter desencadenante que han tenido muchas veces en las movilizaciones populares las mujeres y las y los jóvenes.

3. Tal como lo hemos conocido en este ciclo, lo masivo se comporta sin referentes duros. El gran crecimiento de la candidatura de Boric en segunda vuelta no puede encajarse en las formas en que se habla tradicionalmente de los liderazgos, menos aun de los liderazgos electorales. No hay una especie de “boricismo” más allá del boricismo. Eso es bastante evidente.
De alguna forma, la ausencia de un liderazgo tradicional único que fue propio de la Revuelta se hizo presente también en el tipo de masividad que explica el crecimiento electoral de la segunda vuelta. Ese es un dato fuerte para el próximo gobierno, y para una política de izquierda democrática constituye un problema, un desafío, sobre todo una oportunidad.
El crecimiento electoral puede leerse entonces como el esfuerzo de autosalvación de un amplio segmento que comprendió que salvando la candidatura de Boric salvaba, al menos inicialmente, sus propias condiciones de existencia y reproducción.

4. Se trata de un segmento no partidizado. No responde a las convocatorias partidistas ni a sus interpelaciones discursivas. El Frente Amplio efectivamente se incorporó muy temprano al sistema político de una forma que destacó por su adaptación acrítica. Dicho en términos duros, en solo cinco años logró convertirse en una fuerza tradicional que, sin embargo, lograba proyectar liderazgos no tradicionales, cuya apariencia fue eficientemente desvinculada de las formas tradicionales de su ascendiente genético: la Concertación.
Esa lógica política fue capaz de registrar un crecimiento muy importante, vertiginoso, cuyo límite se evidenció en la primera vuelta. Las serias limitaciones de su voluntad destituyente
quedaron, además, evidenciadas en la Convención.
La derrota electoral –y solo electoral, debemos subrayar– de la derecha ultraliberal autoritaria fue posible solo con el desborde que lo masivo implica respecto de las reglas y los bordes del sistema político. Ese desborde “irracional” fue la clave para la derrota de la irracionalidad del ultraliberalismo.

Foto Enzo Blondel – 19 diciembre 2021

El cambio
1. El anhelo de lo masivo es el cambio. La estabilidad y la previsibilidad son una necesidad real, que sin embargo en este momento se conjugan en el lugar de una ansiedad. Ambas cosas no discurren en las mismas intensidades ni en las mismas canalizaciones. Lo importante es el cambio. En el momento constituyente lo fundamental es el cambio. En plena crisis prolongada del neoliberalismo lo relevante es el cambio.
El cambio es el problema principal del presente, pero ¿qué pasará con el cambio?
Esa pregunta no se responde de forma automática con el triunfo electoral. Su persistencia resulta fundamental para la acción política en las condiciones que vienen.

2. El cambio no se refiere tan solo, ni siempre, a la institución de derechos sociales. El primer cambio que se demanda es un cambio en las relaciones y los poderes que se definen en las relaciones de poder.

3. Pese a las asociaciones más comunes, hoy el cambio representa una dura prueba para las izquierdas. También para el Frente Amplio (que como ha quedado demostrado en esta segunda vuelta, se inscribe en ese campo aún bastante indefinido en sus contenidos, que se hace llamar socialdemocracia, y que no debe ser asociado a la socialdemocracia europea de finales del XIX y comienzos del XX, así como tampoco a una continuidad simple de aquello que se denominaba de esa forma bajo el liderazgo neoliberal de Ricardo Lagos, por ejemplo).
Cuarenta años de neoliberalismo han logrado operar una ruptura en la cultura política, que introdujo un desajuste profundo entre el anhelo de cambio y más, de justicia, con los lugares y los idearios de las izquierdas.
La Revolución silenciosa se proponía cosas como esta: “La modernización de la prensa escrita, conectada a redes de computador, permite que el diario El Mercurio pueda tener acceso, cada día, a lo que publicarán el Washington Post o Los Angeles Times al día siguiente, de tal modo que los lectores de dichos periódicos, en Santiago y en Estados Unidos, pueden leer el mismo artículo simultáneamente.
El nivel de información económica, luego de catorce años de libre mercado, es hoy significativo, ocupando espacios que los medios de comunicación masiva nunca antes le habían otorgado, y obligándolos a crear secciones especializadas que siguen no sólo los altos ejecutivos de empresas, sino los miles de depositantes, grandes y pequeños, y ahora los numerosos trabajadores que se han incorporado a la propiedad de acciones. Los trabajadores de Minera del Pacífico, filial de la Compañía de Acero del Pacífico, CAP, revisan hoy diariamente la sección ‘Economía y Negocios’, de El Mercurio, para ver si su patrimonio personal aumentó o disminuyó según lo ocurrido con el precio de las acciones CAP en la Bolsa de Comercio de Santiago.
En síntesis, la existencia de chilenos mejor informados, cultos, y con más conocimientos de la realidad económica, constituye parte importante de esta ‘revolución silenciosa’.” (Lavín.
Chile: La revolución silenciosa. 1987, p.19) Más allá de las muchas tonterías enunciadas en ese libro, hoy es un hecho la profunda modelación de lo público por lo económico, y el consiguiente impacto de eso en la construcción de toda una forma de conciencia social. En fin, la profunda capacidad modeladora de la cultura política del neoliberalismo, tantas veces omitida o subestimada por el pensamiento de izquierda; y la crisis de las izquierdas mismas, que, en los hechos, quedaron al margen en este proceso electoral (y esto puede decirse pese al papel secundario del Partido Comunista en todo esto), constituyen hoy una realidad que demanda ser encarada sin dobleces si queremos que las izquierdas recuperen el lugar del cambio. El afortunado ascenso de la candidatura y el liderazgo de Boric, de una sorprendente eficacia para detener la alternativa ultraliberal, supuso la supresión de todo espacio político para
unas izquierdas que, como sea, hemos sido notoriamente incapaces.
El tema de la crisis de las izquierdas tiene proporciones históricas y requiere también un análisis más largo y a fondo. Pero más allá de esas disquisiciones a debate, el hecho es que 3ese sorprendente 44% de Kast, que no debe ser en modo alguno soslayado, contiene en su interior amplios anhelos de cambio que deberían ser organizados por las izquierdas. Lo mismo, por cierto, con el importante del crecimiento inorgánico del voto Boric en segunda vuelta. Ese es un eje fundamental para una política de izquierda en el momento actual.
Una vez más, no es moderación lo que allí se busca. La moderación podría ser, a lo sumo, un adjetivo. El problema era y sigue siendo escuchar, decodificar, comprender esos anhelos de cambio, que en muchísimas ocasiones estaban pronunciados con las palabras del neoliberalismo, pensados con los conceptos del neoliberalismo, sentidos como deseos neoliberales, al punto que se requiere comprender en ellos no a voces enunciadas en un espacio fuera del neoliberalismo, sino en el corazón mismo de su crisis, que es donde surge realmente el cambio.

4. No hay continuidades simples, pero, no es malo recordar que, pese a todo, Pinochet obtuvo un 44% en el Plebiscito de 1988.

5. Repitamos aquí dos cosas:
Allende: “La historia es nuestra, y la hacen los pueblos”.
Marx: “[la burguesía] Produce, ante todo, sus propios sepultureros.”
Ambas sentencias representan hoy un quebradero de cabeza para cualquiera que quiera avanzar en una política de transformaciones, y por cierto para el Frente Amplio y las izquierdas. La combinación de las dos sentencias configura, como el famoso enigma de Fermat, una especie de teorema cuya demostración ha sido resuelta en la antigüedad y extraviada luego en los arcanos de la historia. Y sin embargo, dicha combinación significa para nosotros una urgencia.
Este asunto merece un desarrollo más profundo y extenso más adelante. El neoliberalismo produce un tipo de pueblo, no su mera supresión, el neoliberalismo produce sus propios sepultureros, pero ¿qué pueblo es ese? ¿Cómo podría ese pueblo “hacer” la historia? Es difícil exagerar la importancia de estas cuestiones para la construcción de una política de izquierda.

6. Resolución es una palabra interesante. Se refiere a la capacidad de decisión de una entidad al enfrentar un problema. Resolución viene de resolver. Por otro lado, se refiere a la
posibilidad de realizar distinciones en la producción o la lectura de una imagen. Cuando la resolución es alta hay más información, de modo que se pueden diferenciar dos puntos contiguos y comprender su diferencia. Cuando la resolución es baja, ambos puntos tenderán a confundirse ante la mirada del espectador, que no contará con la información necesaria
para distinguirlos. (Como sabía el remoto redactor del Emporio celestial de conocimientos benévolos, de lejos muchos animales parecen moscas.) Lo mismo pasa con la política de baja resolución, que se diferencia poco porque es poco resuelta, y viceversa. Lo que permite aumentar la resolución de la política es el trabajo en el territorio. Así se comprenden los conjuntos, las personas, las agrupaciones informales y formales y sus urgencias. Ahí reside una clave para el problema del cambio, en concreto, que lo saca de las disquisiciones abstractas que gustan debatir los medios impresos en sus editoriales y columnas.

7. El lugar institucional primero del cambio es la Convención Constitucional. Nada, nadie, debe poner eso en duda. Cuidar el proceso constituyente requiere partir por preservar su
primacía.

Foto Enzo Blodel – 19 diciembre 2021

La participación
1. La participación es la mejor relación de lo masivo y el cambio.

2. Viejas recetas aconsejan contener los anhelos de cambio al día siguiente del triunfo, particularmente en situaciones en las que, como hoy, los planos económico y legislativo se encuentran bastante ocluidos y la inflación crece. La desactivación de la organización social, o su cooptación amansadora son mecanismos, entre otros, que están inscritos en la historia de la democracia neoliberal.

3. La democracia es el territorio del cambio. Es aquello que debe ser cambiado, porque no hay una democracia a secas, como se pretende; y es aquello que puede permitir el cambio.
Si no cambiamos la democracia que ha instalado y perfeccionado el neoliberalismo desde 1990, el cambio se vuelve imposible, o en el mejor de los casos una entelequia elitista referida a una lista de derechos encargados a la llamada clase política. La democracia debe volver a ser el hábitat de lo masivo. La participación debe ser la forma en que la democracia se vuelva fuerte y se pueble.

4. La primera forma de participación se refiere al lugar primero del cambio: el proceso constituyente.

5. En el código liberal dominante, en cambio, cuidar la democracia se refiere a la preservación de la ficción del consenso basado en la desmovilización y la primacía de la tecnología parlamentaria, es decir, cuidar un modo de interacción entre elites. El triunfo electoral abre la posibilidad de un camino nuevo y mejor. Cuidar la democracia debe ser, ante todo, construir una nueva democracia, asegurar la primacía de las plazas, la adecuada canalización participativa de esa energía monumental que terminó de pulverizar los muros de la ciudad civilizada bajo la atronadora marcha de los excluidos.
Cuidar la democracia debe ser el título de un proceso de transformación participativa de la democracia en pleno proceso constituyente.