Por Carlos Santos.-

Desde que asomamos al mundo y vamos des-cubriéndolo, vamos configurando una realidad que es la sumatoria de nuestras percepciones y también de cierta “sensibilidad de fábrica”, que traemos todos los seres humanos, con la que vamos tamizando ese mundo percibido por los sentidos. Ante el bebe y el niño se imponen fuertemente las realidades perceptuales de “como ES el mundo” pero también desde pequeños (y a veces con más frecuencia que cuando crecemos) nos imaginamos mundos ficcionarios o dialogamos con amigos imaginarios y distintos seres de entidad no perceptual. Hay una ventana hacia lo no-percibido por los sentidos.

Luego “la educación” nos va mostrando más realidades y esas ventanas etéreas de la infancia se diluyen. Pero esa educación no nos pueda brindar más panorama que el que conoce: el mundo de las cosas y las personas físicas. No hay una visión de lo que pasa al morir.

Cuando crecemos se nos presenta la muerte como una incógnita que ciertos relatos religiosos intentan resolver de algún modo. La influencia estos relatos, a veces, da cierto alivio al creyente, ya que considera y describe ciertos mundos del más allá, donde uno puede continuar, pero en general la muerte se nos presenta como algo desconocido y trágico.

Existen relatos explícitos y otros larvados. Los relatos religiosos son por su naturaleza explícitos pero en este mundo materialista, perentorio y consumista, de obsolescencia programada, el relato larvado es que no existe trascendencia, la muerte es la dictadura real que anula tu cuerpo y tus sentidos y ese umbral no nos llevaría a una benéfica luz sino a un pozo oscuro.

Así las cosas, los mundos espirituales cobran realidad en este plano terrenal pero sólo enmarcados en nuestro período de vida, o sea, nadie duda de un mundo de significados importantes como la amistad, el amor, y todas las manifestaciones del arte pero se complica pensar o reflexionar sensatamente sobre la posibilidad de la trascendencia, de algún tipo de continuidad a nuestro impulso vital cuando el cuerpo ya no nos acompañe.

Mucha gente que no es religiosa considera que “lo esencial es invisible a los ojos” sin embargo, parece que todo está armado para “lo que miran los ojos”, inclusive para aquellos que se consideran devotos.

Algunas posturas religiosas inclusive prohíben absolutamente el intento de mostrar lo trascendente ante los ojos humanos de todos los días, me refiero a la imposibilidad para ciertos grupos musulmanes de mostrar la imagen de Mahoma o de no poder escribir la palabra “Dios” para los judíos.

Estos extremismos sin embargo pueden tener un significado… quizás es un camino equivocado para querer expresar que lo profundo o insondable de la experiencia trascendente es algo que no se puede describir ni trasmitir con facilidad en términos de comunicación social , como si fuera necesario prohibirlo!!!! Todo indica que por muchos intentos que se hagan de traducir esas experiencias, todas tienen una vestimenta propia de las características epocales o culturales de quién las traduce y todas también tienen ese profundo impacto en la vida de quienes tienen esas experiencias.

Así que está difícil hablar de mundos o seres espirituales en término de comunicación social porque esas experiencias están enmarcadas en el íntimo ámbito de quién las tiene y sus expresiones toman infinitas formas.

En este mundo de hoy, pensar en seres espirituales parece algo cercano a la estética new age o algo antiguo, propio de las milenarias religiones universales o simplemente se lo enmarca en una burda superstición.

Actualmente empiezan a proliferar distintas formas genuinas de religiosidad o espiritualidad no ligadas a la religión establecida, ni tampoco a líderes o iniciados, por supuesto que también explotan distintas manifestaciones supersticiosas, comercio espiritual y todo tipo de creencias como el terraplanismo y otras expresiones anti-ciencia que parecen querer “escapar del racionalismo” quizás con la absurda pretensión de acercarse de ese modo a verdades más esenciales.

Ni el cínico paganismo contemporáneo, ni el fanatismo religioso parecen caminos interesantes para acercarnos a experiencias espirituales profundas.

Sin embargo, muchos hemos sentido en algún momento de nuestras vidas un “soplo de eternidad”, algo que no parece que puede destruir el implacable paso del tiempo, ese registro interno muchas veces queda “tapado” por el ruido cotidiano, por el sobrevivir o por la pesada materialidad que cubre hasta nuestros sentires más profundos.

Sentirse un ser espiritual es algo que estimula, orienta a la coherencia, le permite a uno sentirse como parte de un entramado mayor y también brinda unas interesantes alas a la aparente cortedad de la existencia.

La necesidad de buscar esas experiencias puede surgir de diferentes maneras pero en todo caso, es un camino elegido por quien así lo decida. En cambio si hablamos en términos sociales no me caben dudas que la prótesis orgánica que hoy nos permite manifestarnos va a cambiar profundamente y la vida terrenal se alargará, dándonos así la oportunidad de “echarle un vistazo a la eternidad”.

Cuando la robótica y la genética permitan prolongar la vida no crecerá un mero tecnicismo propio de esas ciencias, será el espíritu humano que tendrá plataformas más complejas para desarrollarse.

Cada vez más se ve como la ciencia trata de encontrar algo que no entiende bien en las disciplinas de meditación o espirituales en sentido genérico.

La mentalidad tecnócrata y cientificista se verá, quizás por necesidad, cada vez más impregnada de humanidad, y la fe se dará la mano con la razón en una cruzada invencible.

De todos modos, el registro interno que nos permite sospechar un sentido más allá de la muerte del cuerpo no se encuentra entre las fibras del entramado digital, no tiene que ver con la “inteligencia artificial”….

El ser humano es más grande que sus elaboraciones intelectuales aunque estas corran muy rápido en las computadoras.

Lo que pasa después del umbral de la desaparición física de nuestro cuerpo es un camino personal de experiencia que cada uno verá como transitar cuando le llegue su tiempo, pero también es un momento muy especial al que nos estamos preparando en cada acto de nuestra vida.

De todos modos, hablar de estas cosas sin experiencias de “sospecha del sentido” puede malinterpretarse o querer entenderlas pasándolas solamente por el tamiz de la lógica. Por eso, me permito compartir con ustedes una poesía que, en el mejor de los casos, en su conmoción, nos acerca más a esas verdades más íntimas y comunes a todo ser humano.

Hacia allá vamos en el carrusel consumista

Sin metas más que acumular

Baladí, sin sentido, frívolo

Así el presente del futuro del tonto

Así el presente de la finitud

Así el presente eternizado en la conservación ilusoria

Nada más disolvente que lo orgánico

Y nada más continente que el carbono

Cuando de alma se trata de mantener

El espíritu en una transitoria capa

Así de fugaz somos…

Es apenas un instante

En la escala del macrocosmos

Un chispazo, toda una vida

Un fulgor, una mirada encendida

Y solo ese halito vital que me lleva

Seguirá llevándome más allá de todo límite

Si el espíritu va creciendo en el intento

Si logro sentir esa nube que compensa mi gravidez

Si logro sentir que fluye en todo mi ser

Ese algo que no se ve y me sustenta en creencias

Me libera en sentimientos

Ese algo que empuja mi cuerpo

Ese algo que siento también en el otro

Y si a cada momento

La llama de la eternidad

Se enciende en mí

Casi tocando ese mundo que estaba antes

Casi sintiendo ese mundo que no morirá

Si logro hacer crecer eso

No habrá inconveniente que me detenga

No habrá dificultad que no parezca un inquietante desafío

Que no surja como nueva aventura para apresar con toda la fuerza

Y sentir que con el mismo ímpetu puedo soltar

Ese algo etéreo que a veces capto en mí

Me da vida, me inspira, me alegra, me permite ser compasivo

Es esa energía infinita que si encuentra lugar

En tu hábitat, se amplifica

Y resuena…

Y se siente alma plena

Se siente y se alimenta

Con cada acción verdadera

El artículo original se puede leer aquí