16 de noviembre 2021. El Espectador

 

Siempre será necesaria la fortaleza del periodismo independiente, no existe día propicio para el servilismo ni hora justa para la falsedad. Y en ciertos regímenes como el actual —en el que un presidente desobedece a los jueces, las conciencias tienden a volverse coloidales y es un privilegio morirse de muerte natural— urgen aún más las voces nítidas e insobornables, las que no se tuercen ante ninguna presión y denuncian lo que debe ser develado, sin endosarle su alma al diablo de turno.

La próxima llegada de la revista Cambio ha desatado diversas emociones: miedo, en quienes tienen algo que ocultar; solidaridad, en los demócratas, y esperanza, en los huérfanos de aquel faro semanal involucionado en periodismo chatarra. El regreso de Cambio es un grito escrito contra el escepticismo y la derrota, contra las dictaduras de bolsillo y el poder almidonado; una proclama firmada por la libertad de pensamiento y expresión; una rebelión contra el silencio y las reverencias impuestas por las tenazas del poder.

Un proyecto así no podía nacer de manos tibias ni arrodilladas. Tenía que nacer de personas intelectualmente fuertes, formadas al ritmo del valor, la entereza y el desafío. Personas que supieran pensar con integridad, investigar sin untar de sumisión su cometido y escribir con la verdad como bandera y el conocimiento como andamio.

Dicen que “mi Dios los crea y ellos se juntan”; a buena hora para la Colombia que no se da por vencida —y mala ya sabemos para quiénes— se juntaron Patricia Lara, Daniel Coronell y Federico Gómez Lara.

A Patricia la bautizaron —recientemente y con sobrada razónla Quijota. Es una de las mujeres más valientes, estructuradas y antirresignación que he conocido. No hace pregunta en vano ni pesca en río revuelto. Ella va a lo que va, con inteligencia crítica, seriedad y sin amarres comprometedores; no empeña su firmeza, su credibilidad ni su palabra. Se ha dado el lujo de ser ella misma, se formó para ser luz y no sombra, para no rendirse ante las causas difíciles y no dejarse arrastrar por ningún torbellino. No se limita a mirar la realidad, ni se queda en el ejercicio de preguntarse por qué pasan las cosas: cuando la realidad duele, maltrata o discrimina, cuando el país se suicida en medio de la negación, cuando la guerra parece ganar la partida, ella hace hasta lo imposible para que los ciudadanos tengan herramientas que les permitan evitar la debacle.

Por su parte, Daniel Coronell nos ha salvado más de una vez del oscurantismo. Denuncia con valor inagotable lo que tantos pretenden callar. Sabe —porque lo ha investigado con juicio y tesón— que sus afirmaciones tienen la verdad de su lado, y entonces nada lo intimida, nada lo detiene. Se ha enfrentado a los enemigos más peligrosos y poderosos, a los expertos en compraventas de conciencias y testimonios, a los dueños de chequeras con más fondos que principios. Creo que toda la vida de Daniel ha sido un desafío, un ejercicio de rigor y evidencias que incomodan a los expertos en reciclar tiranía, trampas y corrupción. Mis respetos, profe.

Y Federico Gómez Lara, fusión de responsabilidad, juventud y madurez, un periodista lúcido y preciso. Me gusta porque escribe sin ataduras y con las cartas sobre la mesa.

La llegada de Cambio es un honor para nuestro periodismo. Es la respuesta editorial a uno de esos mensajes de urgencia que manda la democracia cuando siente que la están asfixiando y que esa asfixia cuesta vidas, empobrece cuerpos y almas, y fractura la libertad.

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