Por Ruth Lelyen

Dos lunas tiene el Sahara egipcio: el satélite natural que brilla de noche en el cielo y, como una joya de quarzo en la tierra, el sorprendente desierto Blanco, cuyas dunas,valles y desfiladeros resplandecen en silencio ante la mirada atónita de los forasteros.

Al norte del oasis de Farafra, a más de cinco horas de viaje en automóvil desde el Cairo, el tiempo se encargó de esculpir uno de los paisajes más espectaculares de este país norafricano, donde esculturas naturales de color nieve invitan a la imaginación a crear historias, figuras y personajes de leyendas.

Cuenta la geología que hace millones de años esta región ocupaba el lecho oceánico, pero siglos de transformaciones y la erosión de los vientos terminaron por amoldar espacios abiertos salpicados de caprichosas formaciones calizas, lo que otorga a la zona su peculiar color blanco.

Enormes setas, animales mitológicos, estructuras oníricas, todas rarezas rocosas sobre un lienzo níveo que transportan al visitante a planetas árticos de belleza encantadora y le recuerdan que la realidad puede ser siempre más fascinante que los propios sueños.

Hasta allí llegó Orbe para aprovechar la oportunidad de pernoctar bajo las estrellas y disfrutar de las hermosas vistas que regalan estos parajes, tanto al atardecer como al alba, cuando la blancura del lugar se tiñe con los reflejos del sol.

Tras la retirada del astro rey, el silencio, el viento y las sombras se vuelven compañeros de viaje. El desierto entonces solo es perturbado por el brillo de la luna y el firmamento, momento ideal para contemplar la Vía Láctea, las galaxias lejanas y, ¿por qué no?,pedir un deseo luego del paso de alguna estrella fugaz.

Al amanecer la luz solar descubre huellas de insectos, zorrillos y aves rapaces que durante la noche se adueñaron del desolado paraje en busca de alimento, para después regresar a sus guaridas y evadir las altas temperaturas del día, generalmente por encima de los 45 grados Celsius.

Contra toda suposición,a lo largo del tiempo varios animales lograron adaptarse a las duras condiciones del terreno, entre los que destacan la oveja de Berbería, el zorro de arena, la gacela blanca y la común, esta última en peligro de extinción.

Guiados por beduinos que conocen la zona como la palma de su mano y bajo un sol abrasador, los visitantes se desplazan entre las dunas mientras contemplan fascinados las blanquísimas vastedades desérticas, y en algunos casos se atreven a deslizarse colina abajo usando tablas semejantes a las del surf, deporte llamado sandboarding.

Habitantes ancestrales de la región, estos guías profesan un gran amor y respeto a su hábitat,por lo que mantienen sus costumbres-cocinan con leña y carbón, racionalizan el uso del agua– y toman medidas para proteger el medioambiente-recogen en bolsas todos los desperdicios de las frecuentes excursiones.

‘Nuestro hogar es de una belleza única. Nos apena profundamente que haya turistas que agredan estos sitios y que no tengan conciencia de su gran valor ‘, comentó Khaled Basahndy, uno de los acompañantes del recorrido.

En 2002, el Gobierno de Egipto declaró este espacio Parque Nacional Protegido, con el fin de ayudar a preservar uno de los desiertos más hermosos del planeta.

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