Hay muchas cosas que no sabemos de Afganistán, muchas más de las que sí sabemos. Así que entramos en un terreno de supuestos, basados en fuentes más o menos interesadas en contarnos su verdad.

Creo que a nadie se le escapa que la invasión norteamericana en Afganistán comenzó a principios de los 80 para “liberar” al país del comunismo y de las tropas soviéticas que enfrentaban al levantamiento antisocialista que había tenido lugar en los 70. En los 70 Kissinger ya había estado armando una contrarrevolución con el apoyo de Pakistán. Por eso los soviéticos volvieron a incursionar en un país donde ningún imperio logró imponerse nunca. Ni Alejandro Magno, ni los Mongoles, nadie logró prevalecer en territorio afgano.

Recordemos que el proyecto estadounidense fue crear al Talibán-Al Qaeda para pasar a retiro a los Muhaidines y establecer un gobierno monárquico tipo el de los saudíes. Pero el tiro les salió por la culata porque los valores religiosos hicieron que el país dejara de producir amapola, el opio que tanto necesitan en el mundo civilizado.

Viajemos otra vez en el tiempo, hasta el 11 de septiembre de 2001, para muchos, el comienzo del siglo XXI, para otros el inicio de la Tercera Guerra Mundial. Sea lo que fuere, esa fecha marca la segunda invasión a Afganistán para encontrar supuestamente a los terroristas que habían hecho estallar las Torres Gemelas. No me subo a esa rama, porque no bajo más.

Pero esa invasión no vino sola, no fue solo el Ranger Bush que mandó a los marines, sino que se vinieron todos los aliados de la OTAN, con Tony Blair y José María Aznar babeando las botas vaqueras. Se volvió a “controlar” Kabul. El resto de Afganistán, como ya dije, no lo controló ni Gengis Khan.

Las riquezas afganas, enormes, gigantes, volvieron a ser succionadas y se volvió a producir a gran escala la heroína; pero sobre todo, se volvió a ponerle un freno al comunismo. En nomenclatura actual: a China y Rusia, que venían de crear la Organización de Cooperación de Shangai, justamente para contrarrestar la influencia imperialista en la región.

“Desde la ocupación en 2001, los países de la OTAN han perforado sólo en la cuenca del Amo Darya 322 pozos, donde se estima que hay entre 500 y 2.000 millones de barriles de crudo. En 2011, la compañía financiera JPMorgan Chase firmó con Kabul un acuerdo por el valor de 40 millones de dólares para hacerse con una de las minas de oro afgano. A Horst Köhler, el presidente de Alemania le costó el puesto en 2010 al sugerir que las tropas de su país están en Afganistán para proteger la economía alemana”, enumeraba la precisa analista de Medio Oriente Nazanin Armanian.

Pero esta zona de influencia trascendental sigue bajo asedio. Rusia tiene países de su influencia fronterizos con Afganistán, China directamente tiene frontera. Y se trata de uno de los focos preferidos por Estados Unidos para devastar a la potencia asiática, el territorio de la minoría Iugur.

Pero entre la invasión de 2001 y hoy pasaron muchas cosas: China creció a un ritmo vertiginoso y dejó de ser un oso panda para convertirse en un dragón. Rusia se fortaleció tras el caos de la caída de la Unión Soviética y el neoliberalismo a la Yeltsin. La influencia rusa, de la mano de Putin, vuelve a ser importante en la región y sus escaramuzas con la OTAN le han granjeado una opinión muy estimada en los pueblos de Oriente Medio.

El experimento sirio dio muchas lecciones a todos, aunque parezca que Estados Unidos sea el que menos haya aprendido. La creación del Estado Islámico y el funcionamiento de guerra permanente con ejércitos mercenarios, le permitieron reducir las bajas propias, pero el control del territorio también es inexistente. Al menos su piromanía está satisfecha.

El acercamiento de Obama con India, había llevado a Pakistán a alejarse de su alianza histórica con Estados Unidos, esto lo reparó Trump y todavía no queda claro por dónde va Biden al respecto. Por un lado sacó las tropas de Afganistán y tolera el gobierno Talibán/pakistaní, pero perdiendo el uso de las 11 bases militares que tenía en ese país.

El Talibán se acercó a China y Rusia rápidamente, países asediados por el terrorismo radicalizado islamista. De hecho, el Talibán ya declaró que abandona sus planes expansionistas y se instalan en Afganistán para desarrollar el país. Un país devastado varias veces por Occidente y que ahora ve cómo se le siguen extirpando a sus científicos y gente mejor preparada.

El Estado Islámico y Al Qaeda, ISIS, Daesh, cómo quieran llamar a ese conglomerado de mercenarios, enfermitos y depredadores ya llama a los talibanes traidores y les declaró la guerra, de ahí estos atentados recientes.

En el medio, los sunitas Talibán se acercaron al Irán chiita, con la idea de aliarse y convivir pacíficamente. ¿Pero cómo, se acaba el caos en Afganistán? ¿Se termina el caos en Oriente Medio? Eso no creo que dejen que pase fácilmente.

Turquía es un nuevo jugador poderoso en la región, que con Erdogan en el poder ha crecido en influencia y poderío militar. Arabia Saudita sigue siendo poderosa pero le salió competencia con Catar, país que arma influencias allí donde los saudíes son odiados. La tensión entre India y Pakistán sigue sin tener fin y eso le genera mucho ruido a China, que debe mantener relación con ambas naciones, sabiendo que lo que el mundo no quiere es una posible alianza sinoindia, porque nunca existió una potencia tan grandiosa.

¿Por qué en todo Oriente se celebró la victoria Talibán? No porque todos simpaticen con ese movimiento de extremaderecha y tramontano, sino porque lograron sacar a los yanquis de su tierra. Obtuvieron la victoria por todos añorada, vencer al usurpador de las barras y las estrellas.

El mayor problema que va a enfrentar el Talibán es que por más que sus declaraciones no sean mentiras (lo cual está por verse), no tienen capacidad operativa de controlar o coordinar a sus bases milicianas. Entonces nos encontraremos con un discurso cercano a la cordura y acciones en el territorio de una demencia cruel y despiadada.

No se ve un horizonte de pacificación y prosperidad en Afganistán. Lo apenas rescatable es que podría surgir un movimiento popular que ponga por delante los intereses de su propio país y negocie la explotación de sus riquezas en favor de los intereses propias. Que esto equivalga a un beneficio de las mayorías dista de poder vislumbrarse, con mucho menos optimista si atendemos a la ideología medieval misógina y excluyente que guía al Talibán.

La tenacidad con la que perdura esta cultura violenta en Afganistán tiene bastante que ver con el carácter de su gente, pero fundamentalmente con el asedio histórico del que han sido víctimas.