9 de agosto 2021. El Espectador

 

En palabras del exministro israelí Shlomo Ben Ami, “la guerra la hacen los guerreros, la paz la hace la sociedad”. Quizá por eso nos ha costado tanto cumplir el Acuerdo del Teatro Colón. Vaya uno a saber cuántas décadas serán necesarias para que la sociedad en su complejo, terco y adolorido mandato, acepte que nuestras violencias –incluidos sus entornos, causas y consecuencias– tienen que resolverse por las buenas, antes que nos derrote una amalgama de miedo y hostilidad.

Caminos de guerra, utopías de paz” es el más reciente libro del historiador, sociólogo, abogado y filósofo Gonzalo Sánchez Gómez, el Maestro de la memoria, el que tiene claras las rutas de la violencia y las narrativas de la muerte. Gonzalo ha explicado en textos y universidades del mundo nuestra historia de persecuciones, desplazamientos y desaparecidos, y el sustrato de inequidad construido por la voracidad, el adormecimiento y un estado ausente, frecuentemente corrupto y demasiadas veces inoperante.

El libro habla de la relación entre política, guerra y paz, sostenida por un anti-tejido de insolidaridad y crisis humanitaria; de indolencia, desgobierno y terror. Está lleno de diálogos invisibles entre víctimas y perpetradores, entre el rigor y la memoria; es como un péndulo entre la frustración y el anhelo. Plantea la paz como un deber colectivo y posible, que no se debe dejar en hombros ajenos porque el dolor de la guerra no es individual y no se riega ni se apaga en solitario. Nunca hemos ganado del todo ninguna de nuestras guerras. Es por cobardes –no por valientes– que los grandes y miserables señores ordenan desde sus escritorios de ciudad, que los campesinos se vistan de enemigos allá, donde los combatientes son hermanos y los cavadores de tumbas preferirían estar haciendo surcos para sembrar la tierra y no para sembrar sus muertos.

El autor describe hechos históricos que se vuelven llamados de atención, severos y ciertos. Por ejemplo, logramos firmar una paz entre el estado colombiano y las antiguas FARC, pero eso no fue suficiente para una sociedad adicta a la venganza. Prometimos crearles a los excombatientes espacios políticos y sociales, pero pocas son las puertas que les hemos abierto, y pocos son los fogones, escuelas y empleos disponibles. La pedagogía de la paz nos pasó por la tangente, y una mezcla de ignorancia y desidia, miedo y sevicia, está costando mucho tiempo y demasiadas vidas.

¡Tenemos tantas deudas sociales, acumuladas en doble vía! Nos cuesta aceptar que los victimarios también han sido víctimas, y que nadie amanece un día porque sí, con ganas de cambiar pupitres por fusiles, dejar el hogar y asumir la muerte galopando en la espalda.

El libro de Gonzalo Sánchez es un crudo y exhaustivo repaso de nuestras injusticias y nuestros guerreros, de los marginados, los alzamientos políticos y los incendios físicos y emocionales; de las distintas revoluciones, los dictadores, las convenciones internacionales y las violaciones nacionales; los derechos humanos vistos por el poder como una conspiración; la libertad leída como una amenaza, y la discriminación servida en bandeja de infamia y plata.

Habla de rebeldías, de la fuerza bruta y los estados autoritarios; de lo poco que le importa al establecimiento la vida de los firmantes de paz, y lo mucho que se castiga el pensamiento emancipado. Es “un memorial de agravios, sí, pero es también al mismo tiempo un Canto de Esperanza”; un tesoro triste y luminoso que uno tiene la urgencia moral de leer, comprender, y obrar en consecuencia.