Estoy intrigado con las elecciones presidenciales peruanas. La primera vuelta fue el pasado 11 de abril, esto es, hace ya más de dos meses y medio. Y hace poco menos de un mes, el 6 de junio último fue la segunda vuelta entre las dos primeras mayorías, Pedro Castillo y Keiko Fujimori, cada uno con menos del 20% del total de votos en la primera vuelta. Hasta el día de hoy, no se tiene ningún pronunciamiento oficial respecto de quien salió electo(a). Ambos candidatos representan los extremos opuestos del arco político peruano, donde Keiko, representa el anticomunismo, en tanto que Pedro, el antineoliberalismo.

La estrechez del resultado, dado que ambos bordean el 50% con una levísima ventaja para Pedro Castillo, explicaría la demora, pero no el silencio. En tal sentido no deja de llamar la atención cómo pasa el tiempo y no se confirman los resultados. No sé por qué, algo huele mal. Por uno u otro motivo, como quien saca conejos de un sombrero, se inventa cualquier motivo para posponer el resultado oficial. También llama la atención que no hayan disturbios y que los peruanos acepten esto. Me cuesta creer que reine la tranquilidad en Perú teniendo presente esta situación. Por momentos pienso que acá hay gato encerrado. No sé qué pensar.

Me tiene intrigado que de un momento a otro dejó de ser noticia. Habría entendido si ya se supiese quien es el ganador, pero no, pasan los días y todo sigue en el aire. Y sin arrugarse los medios de comunicación han pasado a otros temas, dando vuelta la hoja como si ya fuese tema resuelto, o dejándolo bajo la alfombra.

Mientras Keiko, plantea acusaciones de fraude masivo sin mostrar evidencia alguna, los observadores internacionales presentes en las elecciones consideraron que se desarrollaron con plena normalidad. Al mismo tiempo, Pedro está planteando acusaciones de que se está fraguando un golpe blando con miras a desconocer el veredicto de las urnas. Keiko se está planteando en términos similares a Trump, esto es, si pierde es por fraude aunque no tenga prueba alguna de ello.

Simultáneamente, desde la cárcel, reaparece quien en la última década del siglo pasado fuera el jefe de inteligencia peruano, Vladimiro Montecinos, en tiempos de Alberto Fujimori. Y lo hace moviendo sus hilos para sobornar a tres de los integrantes de la junta electoral peruana con un millón de dólares a cada uno, para que de una vez por todas den por ganadora a Keiko.

Cuesta creer que la vida política y ciudadana peruana haya vuelto a la normalidad sin que se sepa quién ganó la elección, y que con santa paciencia se esté esperando lo que resuelva el tribunal electoral correspondiente. Imposible no pensar que algo se esté cocinando a fuego lento a vista y paciencia de todo el mundo.

En Chile quizás habríamos dicho que “hay que dejar que las instituciones funcionen”.

 

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