Lo mejor que aprendí, se lo debo al humanismo siloísta, y no sólo como una doctrina coherente acompañando la noble intención de humanizar la Tierra, sino – y más que nada – a los ejemplos cotidianos de coherencia, desinterés y solidaridad de tantas personas de muchos países a los que me honra llamar mis amigos. Coincidimos en esta locura, inspiración y frecuencia para darnos sentido y alegría en la búsqueda de que la alegría, el sentido y la dignidad pudiera ser para todos. También aprendimos que lo político nunca es solo lo político, y en la selva de nuestros tiempos se dieron confusiones y aciertos, recorriendo las infinitas sendas de Moebius. Supimos mirarnos al corazón en este intento de unir su pulso temporal con las miradas y las estrellas, que son infinitas.

En la hermosa rebelión popular anti-capitalista chilena tenemos el orgullo de poder ser unos más entre varios, parte de algo muchísimo más grande que nosotros, siempre con ganas de aprender y aportar. Muchas veces me sentí incómodo al presentarme como humanista, ya que todavía lo soy sólo muy poquito. Sé que es una intención o un horizonte que uno pone para que la mirada no se pierda. Y con nuestras mil dudas y pocas certezas, creo que siempre tuvimos muy claro que el humanismo no es sinónimo de ninguna militancia política.

Convencido que los partidos políticos desde hace años son una herramienta obsoleta para el cambio social, desde toda la libertad de mis contradicciones, milité un par de años en el Partido Humanista de Chile para participar en las discusiones internas, que me parecían interesantes, importantes y válidas, justamente por trascender lo sectario y oportunista que tiñe normalmente el quehacer partidario actual. Una vez más aprendí, compartí, estuvo bien y no tengo nada de que arrepentirme.

Anoche presenté al Servicio Electoral chileno mi renuncia al Partido Humanista, porque sentí que definitivamente dejó de representar los valores que entiendo como humanistas.

En los últimos meses observábamos con asombro como la señora Pamela Jiles, que llegó a ser electa diputada usando como independiente la lista del Partido Humanista y que nunca fue militante en nuestras filas, desde su buen manejo de técnicas escénicas y un ego extremo, se convirtió en un personaje mediático y popular, desplazando casi por completo los principios y las sensibilidades que una vez motivaron a un grupo de chilenos a registrar el primer partido opositor a Pinochet. Así, el partido de Laura Rodríguez fue de a poco convirtiéndose en el circo personal de Jiles, para satisfacer su ambición de prestigio y, si es posible, poder. La responsabilidad, única y exclusivamente, es nuestra.

El brutal tweet donde Pamela Jiles explícitamente defiende la idea de restablecer en Chile la pena de muerte, no es sólo un insulto directo a todas las víctimas de la dictadura, sino que también lo es a todos los que alguna vez nos acercamos al humanismo. Su objetivo fue claramente electoral, propagandístico y miserable. Y el acto seguido de borrar el tweet fue cobarde y mezquino, para una vez más, no hacerse cargo.

Y lo único que superó el oportunismo del tweet de la precandidata presidencial, fue la reciente declaración de la directiva del partido, que después de más de un día de vergonzoso silencio, publica un texto que es una sopa de incoherencias y frases huecas, sin hacerse cargo de nada. No es otra cosa que una ofensa a las capacidades intelectuales de sus lectores. Representa justamente lo que despreciábamos y detestábamos en la política tradicional.

Recordemos que el Partido Humanista de Chile siendo parte del primer gobierno democrático, fue el único que voluntariamente renunció a sus cargos y privilegios retirándose del proyecto neoliberal que traicionaba las esperanzas del pueblo. Realmente no es una pieza más de la descomposición política, es la caída de un importante y merecido referente para muchos. No puedo dejar de recordar otra historia: cuando los dirigentes del Frente Sandinista de Liberación Nacional de Nicaragua, una organización que representaba lo más heroico, bello y humano de ese pueblo, perdiendo las elecciones frente a la oposición organizaron una piñata para privatizar y repartir entre los más cercanos las ex propiedades de Somoza, nacionalizadas por su revolución. Y – qué coincidencia – en ambos casos de ninguna forma fueron los “humanistas” o los “sandinistas”, los que nos dirá la prensa. Son las cúpulas, las directivas de los partidos, que dejan de representar a sus bases y caen en la lógica vertical, anti-democrática y manipuladora del mismo poder de siempre, que no supimos reemplazar por otra imagen colectiva. ¿Por qué, teóricamente entendiendo cómo funciona el mecanismo que nos da cero posibilidades para construir alternativas, seguimos usando estas máquinas obsoletas? ¿Cómo se nos ocurre participar en algo en que no creemos, sabiendo muy bien que así no funciona? ¿Valdrá la pena seguir luchando por una cuota del poder dentro de los espacios donde desde hace décadas ya no se decide nada?

Por suerte, una de las primeras frases, en unas de las primeras explicaciones del proyecto que iba a convertirse en el Movimiento Humanista, expresadas por su fundador Mario Rodríguez (Silo) decía: “Mi enseñanza no es para los triunfadores, sino para aquellos que llevan el fracaso en su corazón”. Cuando se calma finalmente el comprensible dolor de la decepción, entendemos que no cambió nada, que la raíz del humanismo, junto con la posibilidad del cambio, quedan en su lugar de siempre. Que no se puede “utilizar” o “secuestrar” algo que no es propiedad de nadie. Los que perdemos el camino – para siempre o por un rato – no lo desviamos, nos desviamos nosotros.

Siento que esta crisis maduraba desde tanto tiempo, especialmente para poder plantearnos hoy las preguntas más interesantes y más de fondo. Y teniendo todo esto claro, ¿que nos importará un éxito o un fracaso de alguien dentro del actual holograma del poder y si usó o no para ello nuestra palabra o simbología? Seamos generosos y recuperemos un poquito de humor…

Por suerte, el humanismo y la humanidad seguirán su rumbo, por suerte siempre irán mucho mas allá de nuestros logotipos, banderitas y puntos de rating. Y para nosotros – es una excelente oportunidad para un nuevo aprendizaje.