por Jorge Pardés

Entrada la tarde del día de ayer, partió de este espacio y de este tiempo Eduardo Montes a los 71 años de edad. Una desgastante enfermedad respiratoria fue mellando su cuerpo aunque no pudo con la brillantez y jovialidad de una mente que asociada a la bondad marcó la vida de muchos de nosotros. Nos guió en el camino de la doctrina del Nuevo Humanismo por la superación del sufrimiento.

Si hubiera que definirlo creo que todos coincidiríamos en asegurar que fue un hombre simple y bueno, con una profundidad de mirada y una intuición, extraordinarias.

Si pudiéramos preguntarle a él sin dudas se definiría como siloísta. Hizo del siloismo el sentido de su existencia y supo transmitirlo a otros.

Generoso, divertido, amigo entrañable, permanente generador de acciones y amante profundo de la vida.

Si yo tuviera que elegir una de sus tantas virtudes destacaría ese mágico atributo de rescatar lo mejor del otro y potenciarlo con su vehemencia y persuasión.

Sobre el pensamiento de Silo supo escribir hace más de 20 años, manteniendo su escrito hoy la misma actualidad: “Hacia finales de la década del ’60 hicieron su aparición pública un hombre y un pensamiento que estarían destinados a señalar el camino a recorrer por el ser humano en este confuso “fin de milenio”. Habló sencillamente, dirigiendo su mensaje al hombre sufriente y existente. No se dirigió a las cúpulas, a los formadores de opinión, a los poderosos, salvo para señalar su inhumanidad y su irresponsabilidad histórica. Silo advirtió acerca de los peligros que se cernían sobre la conciencia individual y sobre la sociedad humana. Habló con precisión y poesía sobre el sufrimiento enquistado en las almas de las mujeres y hombres de esta humanidad. Y habló con piedad y desinteresadamente sobre el camino a recorrer para superar ese sufrimiento. Pudo ver con los ojos abiertos y no con los ojos de la pesadilla el dolor que prometía la irresponsabilidad de los poderosos en todos los campos y, coherentemente, dio su mensaje de alerta sobre la destrucción que se avecinaba”.

En los últimos años incursionó en la poesía y nos llenó de ella. Hace unas horas comenzaron a circular, algunos de los poemas que dejó:

El retorno 

 

Me dirijo al futuro y sin saberlo

una fuente escondida mas cercana,

aquella de la infancia tan lejana

se insinúa en el alba al entreverlo.

 

Era aquella una luz incomprensible

que se hizo porvenir y luz divina,

esfumada de a poco en la neblina

perdida en el arcón de lo imposible.

 

En lo alto y lo profundo me orientaba

a salir de un desierto enardecido,

esperaba una mañana amanecido

que extinguiera el sopor que la ocultaba.

 

Ahora entiendo esa frase tan extraña

de volver a la patria ya olvidada,

hoy la veo al volver de la mirada

que devuelve el clamor de la montaña.

 

Se han unido el niño y el anciano

no hay nada que sostenga ya mi nombre,

no soy joven ni viejo, solo un hombre

que hacia el cielo abierto da su mano.

 

Es tan difícil imaginar que no está. Si desde hace casi 40 años está presente o copresente en cada gran decisión de mi vida y en tantas otras pequeñas decisiones. Y a su vez es tan sencillo sentirlo cerca, porque supo orientarme para que yo lo ubicara en un lugar interno, al alcance de mi pedido o de mi agradecimiento, de mi recuerdo o de mi aspiración. Eduardo es, y no desde hoy que decidió partir, un guía interno con el que puedo seguir transformándome y transformando el mundo.

Buen viaje querido amigo, hacé tu camino para el que tanto te has preparado que cuando sea el reencuentro volveremos a reír, a llorar, a soñar, a amar. Gracias por todo lo vivido.