Platón entendía que el mal deriva de la ignorancia del bien; esa ignorancia se ha enquistado en gran parte de nuestras empresas periodísticas que acogen con agrado a quienes se solazan en el ejercicio perverso de hacer daño a la ciudadanía”

Acostumbramos a decir y queremos creer que en los momentos de desaliento o graves circunstancias sociales los humanos sacamos lo mejor de nosotros para acudir en ayuda de nuestros congéneres. Que es como ayudarnos a nosotros mismos y, al mismo tiempo, un ejercicio de aproximación a la idea del bien de Platón.

El sabio griego entendía que el mal es, simplemente, la ignorancia del bien. Pues, parece que esa ignorancia se ha hecho quiste en varias de nuestras empresas periodísticas – que acogen de forma permanente a quienes se solazan en el ejercicio perverso de hacer daño a la ciudadanía.

Hace unos días me he desayunado con que el equipo del verificador de datos “Maldita.es” desmentía una información del digital que dirige Alfonso Rojo que sostenía que un informe de la Universidad de Oxford probaba que los medios españoles han estado a la cola de Europa en la información sobre la pandemia.

El caso es que el tal informe había sido publicado por la web de la Federación de Sindicatos de Periodistas (FeSP) ¡el 20 de julio de 2015!; pero les venía bien a los de Rojo “actualizarlo” para poder cargar sobre los peligrosos socialcomunistas-bolivarianos-pro etarras del Gobierno y mal utilizar a ese sindicato como fedatario de su mentira.

El objetivo no puede ser otro que el de hacer daño como en este titular que leímos en el digital que dirige Eduardo Inda: Una enfermera se desmaya después de recibir la vacuna de Pfizer en Estados Unidos. Este hecho, que es cierto, ocurrió el 21 de diciembre del año pasado cuando ya hacía más de una semana que se estaba vacunando y habían recibido ese mismo producto centenares de personas sin mayores incidencias. Si se sigue leyendo, se descubre que aquello no tenía ninguna importancia y que había sido anecdótico. Entonces, digo yo, ¿a cuenta de qué venía ese titular que, luego en las redes, se convirtió en la supuesta muerte de esa persona?

Nadie llevará a estos terroristas de la información ante los tribunales por apañar medias verdades verdades/mentiras, que suelen ser el nutriente de las redes dedicadas a fabricar noticias falsas.

No existe la libertad de mentir

Tan dañino como el trabajo de estos periodistas para incrementar la angustia de la ciudadanía ante la enfermedad, es la infección que extienden sobre el derecho a la libertad de expresión para hacer creer a los españolitos menos informados cosas que ni las leyes ni la Constitución admiten respecto de ese derecho.

El director de Okdiario, en una de esas tertulias del infundio, ha salido en defensa de la difusión de bulos y ha dicho con total desparpajo que no son delito y, acto seguido, denunció la supuesta existencia de una estrategia censora del Gobierno de coalición. El mismo personaje defiende que solo es delito lo que está tipificado en el Código Penal. Es verdad que este código no se ocupa de la ética exigible a todo profesional de la comunicación, por suerte para él.

Aunque tampoco es tan así y el propio Inda debería saberlo ya que ha sido condenado en varias ocasiones por dar informaciones falsas; consta que fue condenado a rectificar una información sobre la Organización Impulsora de Discapacitados, otra sobre la adjudicación de un proyecto por parte del Gobierno de Navarra y tuvo que admitir, también ante los tribunales, que se inventó una noticia sobre una supuesta condena contra un cargo de Podemos.

El magistrado Joaquim Bosch, que ha sido portavoz de Juezas y Jueces para la Democracia en una entrevista de Ignacio Escolar señala al respecto: La libertad de expresión ampara las opiniones subjetivas y las criticas, pero no ampara el derecho a mentir (…) la Constitución ampara el derecho a difundir información veraz, pero remarca que no existe protección constitucional contra la mentira.

Este juez manifestaba su preocupación por el estado de cosas añadiendo: El gobierno no puede impedir las críticas, pero el estado de derecho a través del sistema judicial tiene que tener la capacidad de resolver estas cuestiones e implementar instrumentos para desenmascarar a los que mienten.

Se me hace que todas las personas honradas estaríamos más seguras si esto fuera así.

Llegaron los tontos o asomaron los que ya estaban

Como consecuencia del auge de las teorías liberales -que vienen a ser lo contrario a la solidaridad y a la libertad real- han aparecido personas que ejercitan la duda como un ejercicio elevado de la tontería.

Una de ellas es defender que todo es debatible y que debe ser puesto en duda por sistema; más aún si esa duda sirve para amparar comportamientos irresponsables: mentir sobre la sanidad pública es uno de ellos. Yendo un poco lejos, en la Roma de los césares condenaban a muerte a quienes adulteraban los alimentos; por ejemplo, echarle agua al vino…

Al amparo de la tonta duda liberal; algunos mentirosos se han escudado en sonsonetes tan banales como estos: quién sabe qué es la verdad… o quién puede juzgar qué es verdad…. Pues, sin ir más lejos, quien esto escribe y tirando un poco más todos los juzgados que se vienen ocupando de castigar los infundios o las calumnias.

En el plano estricto del periodismo, duele tener que volver a repetir que ninguno de los códigos deontológicos de la profesión exige la verdad como un bien abstracto; se trata, de forma muy concreta y mensurable por la justicia, de que quien informa pueda demostrar que los datos que aporta provienen de fuentes reconocibles, que ha hecho todos los esfuerzos exigibles para contrastarlos, y que, incluso en la expresión de opiniones, estas no se basen en la alteración de los hechos.

Creo que no es necesario ser un lince para entender esto; salvo que quien dice no entenderlo sea un bobalicón o un mentiroso profesional. Sin embargo, también han llegado o estaban ocultos los simples tontos profesionales que al amparo de tanto mentiroso se hallan empeñados en convertir el ejercicio del periodismo en un desfile de cretinos.

Probar que la nieve es fría o constatar que el agua moja

Desde hace varios años nos hemos acostumbrado a ver periodistas trotando en tropel con el brazo finalizando en alguna herramienta de grabación de sonido o imágenes. Todos trotan en torno o tras una persona que no responde ni responderá a la cascada de preguntas ininteligibles que todos le van disparando. Puede ser, incluso, que en una primera imagen el perseguido hubiera dicho que no contestaría preguntas.

Siempre me pregunto por qué este empeño de algunos colegas en hacer el ridículo y si para hacer esta payasada valía la pena haber estudiado durante, quizá, más de un lustro. No puedo olvidar cuando, en los comienzos de estas prácticas, el hijo pequeño de una actriz escupió en todo el rostro a un colega que había metido cabeza y micrófono en el coche de la madre en su afán de “informar”. Entonces, me dolió por vergüenza ajena…

Hacer el tonto se ha ido perfeccionando. Quien también se ha dado cuenta de este extremo es el presidente de la Fape, que días pasados, señalaba en su cuenta de Twitter: A los que cubren la nevada: el periodismo no consiste en contar las dificultades que ha tenido el periodista para llegar al lugar de la noticia, sino en contar las dificultades que tienen los que no son periodistas.

Nemesio Rodríguez, que es hombre de criterio y con responsabilidades por la organización que preside, lo ha dicho con exquisita finura. Yo puedo decir que me parece que hundir una pierna en la nieve para demostrar que alcanza 5 o 40 cm de espesor, me parece un recurso informativo de memo.

Igual que dejarse golpear por las olas al borde de un muelle para mostrar que hay borrasca o fastidiar a los bomberos que han acudido a un incendio para demostrar (?) que se está cubriendo ese fuego o, en medio de la pandemia, acudir a las puertas de un hospital para “testimoniar” que adentro hay enfermos. Me consta que la falta de experiencia nos hace hacer tonterías, pero que jefes con experiencia larga manden a cometer o alienten estas tonterías podría incluirse en la lista de los abusos laborales o de las formas de menoscabo profesional.

A la estúpida búsqueda del “allegado”

A lo largo de la pandemia el ejercicio obligado de muchos medios ha sido destripar las ruedas de prensa del Gobierno o las declaraciones de sus responsables; me parece correcto y necesario, aunque se haga con mala leche. Le va a los políticos en el sueldo.

No es mi intención negar las torpezas que se hubieran cometido; pero sí afirmo que en ese afán de desmontar al Gobierno no vale hacer el ridículo en la información y, menos aún, tomarnos a la ciudadanía como si fuéramos una recua de iletrados.

Entre la larga lista de comunicados y anuncios que nos han llovido en torno a las medidas para combatir el Covid, a principios de diciembre último llegó el momento de fijar limitaciones al número de personas que podían participar de los encuentros navideños. En una de ellos, dada las características de esas festividades, se señaló que en la cifra fijada -que variaba de una a otra comunidad- se incluían el entorno familiar más sus allegados.

Nadie cayó en la cuenta que gran parte de nuestros profesionales de la comunicación podían no saber que es un “allegado” o estaban dispuestos a simular esa ignorancia.

Una breve mirada al diccionario de la RAE se los hubiera aclarado: Cercano o próximo en el espacio o en el tiempo. 2. adj. Dicho de una persona: Cercana a otra en parentesco, amistad, trato o confianza. Si alguien lo hizo será de los pocos que no dieron la vara a lo largo o más de un día exigiendo al ministro en cuestión qué explicara qué quería decir con la palabreja.

En el programa de la mañana de la cadena SER -que se tiene por el más escuchado- la conductora, que lleva añitos en el oficio, puso a toda su batería de contertulios a debatir tan sesudo tema y así exponerlos al escarnio del ridículo público. De pena…

Volviendo a Platón; el maestro griego dijo: Los sabios hablan porque tienen algo que decir; los tontos porque tienen que decir algo…

Así, navegando entre cultores de la maldad y seguidores de la estupidez, me entero que en uno de los últimos análisis de la comunicación en Europa, que ha hecho el Instituto Reuters, señalaba que tras el repunte del interés por la información de los medios que se produjo al principio de la pandemia, se había recuperado la tendencia descendente y que se había vuelto a los índices de desafección por los medios previos al Covid.

A mí, de verdad, no me sorprende en absoluto.

 

 

 

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