por Manuel Vilariño* para Entapa.com.ar

Boxeo, inmigración y segregación en Estados Unidos

La cuarta temporada de la serie “Fargo” empieza con una secuencia que bien puede ser una síntesis de la historia de la inmigración –y la vida en los márgenes- en los Estados Unidos.

En una ciudad cualquiera de la costa este, a comienzos del siglo XX, una familia de judíos maneja el crimen organizado. Con el correr de los años, los judíos pierden el control con los irlandeses, quienes a su vez lo ceden frente a los italianos, que finalmente terminan en una disputa con los afroamericanos.

Irlandeses, judíos e italianos

El boxeo, que como casi todo el deporte organizado había surgido en Inglaterra a fines del siglo XIX, llegó a los Estados Unidos hecho carne en los cuerpos y costumbres de los inmigrantes. Rápidamente se convirtió en un espectáculo masivo en el que se movía muchísimo dinero por canales legales e ilegales.

Para los pobres y excluidos, el boxeo representó la posibilidad de ascenso social y económico desde lo más bajo hasta lo más alto. Por supuesto, y como todo en el relato capitalista, la abrumadora mayoría de quienes persiguen ese objetivo jamás lo consiguen. Pero los pocos que llegan, su fama y exposición mediática, son el combustible para los muchos que no van a llegar.

Los primeros grandes ídolos populares del deporte de los puños en Norteamérica fueron hijos de irlandeses. El último campeón mundial del boxeo sin guantes y primero con guantes (1882-1892) fue John L. Sullivan, de Boston. Lo siguieron muchos otros, incluyendo a la primera estrella masiva del deporte mundial, Jack Dempsey (descendiente de irlandeses e indios cherokee), que en 1923, en Nueva York y siendo el personaje más famoso del mundo, fue arrojado del ring por el argentino Luis Firpo, a quien terminó derrotando.

Entre 1915 y 1935, una veintena de judíos estadounidenses nacidos en los barrios pobres de las grandes ciudades de la Costa Este, se destacaron en el boxeo. Entre ellos los notables Benny “ghetto wizard” Leonard (1916-1924), Barney Ross (campeón mundial desde 1933), y el monarca pesado Max Baer, que combatía con la Estrella de David en sus pantalones.

Las décadas del 40 y 50, donde personajes como Al Capone y otras familias de la mafia italiana estaban en su esplendor, vieron la consagración de boxeadores italoamericanos de primera generación, como fueron Rocky Marciano (el único campeón mundial pesado invicto), Jake LaMotta (inspiración de Scorsese para Toro Salvaje), y Rocky Graziano (brillantemente interpretado por Paul Newman en “Somebody up there likes me”). Las terceras y cuartas generaciones de estadounidenses hijos de italianos siguieron teniendo sus referentes en el boxeo, pero cada vez en menor proporción hasta su casi extinción en el siglo XXI.

Los boxeadores afroamericanos la tuvieron más difícil, excluidos del deporte de los excluidos, se tuvieron que conformar con combatir por títulos “para personas de color”, hasta que en 1908 Jack Johnson tuvo que perseguir hasta Australia al campeón blanco para destruirlo sobre el ring. Anécdota: cuando el gigante negro estaba a punto de liquidar al campeón saliente, la policía se acercó a las cámaras y detuvo la filmación del combate. Nunca podremos ver el final de la faena.

Los púgiles afroamericanos recién se pudieron establecer en el boxeo sin restricciones entrada la década del 20, aunque perseguidos, cobrando menos, perjudicados de mil maneras y por supuesto segregados y casi sin derechos civiles como todas sus comunidades. Anécdota: en 1912, siendo campeón del mundo, Johnson fue encarcelado por cruzar con su novia (blanca), la frontera entre dos estados. Huyó del país en un descuido de las autoridades, y el Estado no le levantó la condena hasta el 2018, 105 años después de su condena.

Esperanzas blancas

El boxeo se consolidó entonces como un espectáculo millonario al que los blancos protestantes se volcaban masivamente como espectadores, pero no tanto como deportistas. Siempre se dijo que quién no necesita ascender en la escala social no necesita ponerse los guantes.

Ante este escenario, los empresarios buscan hace 150 años “esperanzas blancas”, que multipliquen las ganancias porque, se entiende, en un país absolutamente segregacionista, los caucásicos estarían más que dispuestos a pagar para ver a uno de los suyos imponiendo la fuerza física sobre un negro o un inmigrante.

La suerte les fue esquiva, y desde 1900 hasta la actualidad sólo hubo dos campeones mundiales del peso pesado blancos de familias con raigambre estadounidense: el granjero de Kansas Jess Willard en 1915, y el famoso “Tommy Gunn” de Rocky V, que en la vida real se llamó Tommy Morrison y se consagró campeón mundial de manera efímera en 1993.

En el camino hubo decenas de boxeadores blancos que a fuerza de necesidad comercial fueron convertidos en “esperanzas blancas”, y en la mayoría de los casos llevados a recibir palizas para luego ser descartados por un sistema que tampoco es demasiado benévolo con la clase trabajadora criolla.

Presente: Tierra de minorías

En la actualidad, el boxeo estadounidense sigue siendo tierra de esperanzas para latinos y afroamericanos, quienes representando en conjunto apenas el 31% de la población, están muy cerca del 100% cuando se trata de subir a un ring.

Para tener una referencia, digamos que de los 50 mejores púgiles de la actualidad en el país del norte según el sitio “boxrec”, dos son blancos no latinos, diecinueve son hijos de mexicanos o puertorriqueños, mientras que los restantes veintinueve son afroamericanos. No quedan ya casi púgiles descendientes de irlandeses, italianos ni judíos, cuyas familias sin dudas han dejado de ser “inmigrantes” y han podido acceder a otras posibilidades.

Sirva este repaso a través de la historia de un deporte, para advertir el profundo y estructural sistema de exclusión que sigue existiendo en los Estados Unidos para con las personas de raza negra, a quienes tras una fachada de igualdad de derechos civiles, se los estigmatiza, se los persigue policial y judicialmente, se les niegan los derechos más básicos, y en definitiva se les hace prácticamente imposible el progreso.

Quizás esto explique la decisión de volcarse al boxeo. Porque, al final del día, arriba del ring y con los guantes puestos sólo son personas con las mismas oportunidades.

*Manuel Vilariño es Árbitro internacional de boxeo y Secretario de la Asociación Guantes Solidarios

El artículo original se puede leer aquí