Te confieso que tu muerte me sacudió. No por el dolor que recorre el mundo. Nunca fui tu fan porque no pude nunca ser futbolero. Es una discapacidad biográfica. No es que no me resulte admirable tu habilidad con la pelota, es que la misma pelota me fue esquiva. Así como vos la tenías “pegada a tu pie izquierdo” yo no podía asumir que había que patearla. Así que sí, transitamos nuestras vidas en paralelas temporales pero por las antípodas.

Ni qué decir tu adicción lo que me produce. Sin embargo encuentro que siempre fuiste un ejemplo de vitalidad: rebelde, imposible de encarrilar. Pero los vicios individuales son lo que son: individuales. En todo caso, son penosos, dan y producen pena, por dentro y afuera. Punto con tus falencias porque tu vitalidad también se canalizó por ellas. Y porque ahí está tu olfato político para compensarlas, una notable capacidad de síntesis propia del potrero para poner negro sobre blanco la desigualdad del sistema.

Así como me hice peronista cuando descubrí que Perón y Evita latían en el corazón del pueblo y cualquier otra cosa era palabrerío hueco, ahora descubro tu enormidad porque el mundo me la muestra y me llena de interrogantes. Pero esta nota que nunca habría escrito no pretende un elogio y ni siquiera ocuparse de vos.

Lo que me ha despertado admiración es que sos un fenómeno transversal a los géneros y me hacés sentir que “las chicas” se están humanizando. Tres notas que acabo de leer en la prensa argentina muestran a las claras que lo humano desborda lo ideológico, y eso humano es, en tu caso, el amor que despertaste en ellas. Un amor que reconocen heredado de los varones con quienes se criaron y que tu muerte ha sacado a la luz. No creo que sea mera coincidencia histórica que la generación de mujeres futbolistas que pelea por su reconocimiento profesional, sea coetánea de la “mano de Dios”.

¡Ah, sí! Me corro del tema un momento: recién ahora reconozco el gustazo que te debés haber dado con el manotazo. Me pongo en tu lugar (acto elemental para comprender a alguien) y sí ¿cómo no la ibas a meter en el arco aun sabiendo que era infracción? Fue un acto de justicia anticolonialista, supongo yo que con la complicidad del árbitro y el línea. Es uno de esos actos en los que el impulso vital rompe todos los moldes.

Vuelvo, Diego, no es sólo que las chicas te quieren sino que hasta les ha dado por jugar en serio. Cuando yo era chico, antes de que nacieras, las cosas eran claras: los varones se peinaban con la raya a la izquierda y las mujeres, a la derecha. Igual que la abotonadura, la asignación del uso de polleras y pantalones, etc. Las chicas eran mi refugio porque de futbol no entendía ni jota. Encima, escuchar los partidos por la radio era aburrido. Olvidáte de pisar una cancha, costumbre que mi familia nunca curtió. Ninguna de las dos ramas era futbolera. Para mí hablar de futbol era moneda de cambio para estar con pibes y pasaba de Boca a River y viceversa porque mi mejor amiga era de River. ¿Te imaginás cómo me siento traicionado cuando las veo gritar en una cancha “como carreras”? que así diría mi mamá.

Pero resulta que no sólo les gusta el futbol sino que te perdonan tus pecados machistas. Rescatan en vos lo humano, ese fervor que te abrasaba y te hacía uno con el arco rival, donde te metías hecho pelota. Es esa misma fiebre la que les debe conmover la fibra -trasunta en sus palabras- conmoviendo su afecto y haciéndolas pares (no iguales) de tus admiradores varones.

Así que sí, Diego, has concitado no sólo el amor de tu pueblo sino que con ese amor rompiste otra barrera más, que en este tiempo parecía infranqueable. Tu humanidad las humanizó. Y seguro que no las desfeminizó ni las desfeministizó, como quiere el ala dura de las verdes. Porque reconocerse humanas no puede hacer menos que fortalecer su ser mujeres (no empoderarlas, que es casi una dádiva inventada por el sistema para lavar su conciencia).

Mucho más se puede decir sobre esto pero no ahora, Diego, porque pasaría por lavandina este homenaje que te hago. Creo que ganaste otra vez un partido impensado para vos.

Así que despedirte es al revés de la despedida del Che: ¡en la victoria, siempre!