Sebastián Piñera nuevamente dio la orden de pintar sobre los colores y las consignas que el pueblo de Chile dejó plasmadas en este monumento en medio de la Plaza de la Dignidad, en un nuevo intento infantil de borrar la expresión gráfica espontánea de un momento único e histórico en el proceso chileno.

Unos pocos manifestantes pintaron de rojo sangre -en memoria de los caídos- la estatua de Baquedano que cabalga sobre su pedestal de la plaza. A la mañana siguiente amaneció flamante, pintada y como recién salida del taller de fundición. Grotesco intento de tapar el sol con un dedo.

Por eso se torna urgente correr a registrar, a dejar constancia de lo que dicen los muros de esta zona de Santiago, de este espacio emblemático y simbólico, en donde se han estado escribiendo los titulares de este relato.

A un año del estallido social, esta mañana, la mañana siguiente a la conmemoración popular masiva, aún colgaban lienzos de alguna reja o de un paradero del transporte público… Y mientras el monumento en medio de la plaza olía a monocromática pintura fresca, con mi cámara corrimos al rescate del testimonio.

Porque las respuestas a todas las preguntas, qué, quiénes, cómo, cuándo, dónde y por qué, han estado y están escritas en estos muros, en estas calles, en estas rutas urbanas que el pueblo verdadero camina a diario.

Entonces, quien quiera entender, debe caminar y leer, con la mente y el corazón.

El pueblo de Chile se ha expresado de una buena vez y con la contundencia de un tsunami, rotundo, imparable, urgente, masivo, invasivo y sin permiso.

Cada palabra ha sido escrita transportando las vivencias a los muros, la realidad a las calles, frente a todos.

Es un grito colectivo. Es toda la verdad. Esa verdad que aúlla para ser mirada de frente.