8 de setiembre 2020. El Espectador

 

En los escritorios de antes había unos objetos pesados, que aplastaban las notas y los pedacitos de memoria que alguien escribía. Se llamaban pisapapeles y de niña pensaba qué pasaría con las palabras que se quedaban atrapadas bajo ese utensilio desalmado.

Esta moda actual y detestable de hostigar a la gente, me produce una sensación parecida: de papel pisado y mensajes asfixiados, y peor, porque no somos post-it ni somos desechables.

¿A qué horas se regularizaron el espionaje, las amenazas y la instrucción de sofocar a punta de autoritarismo? Moda infame y cobarde ésta que pone en peligro la vida de las personas, el Estado de Derecho y la democracia misma.

¿Cómo se le ocurre al consejero presidencial Luigi Echeverri, decirle al diario El País de España qué debe y qué no debe publicar? ¿Quién le dio al exgerente de la campaña de Duque, licencia para ser falaz y denigrar contra el senador que nos demostró que en Colombia no hay intocables? ¿Por qué tiene el innombrable, patente de injurioso, para vociferar mentiras contra el Senador Iván Cepeda y las Cortes? El delirio es tal, que no se miden.

Cada vez aumentan las amenazas contra Iván. Amenazas graves contra su vida y su entorno más cercano. Amenazas que demuestran la capacidad de rabia y cobardía de sus contradictores, y la ausencia de argumentos válidos en las barras bravas del Centro Democrático.

Es tan trascendental lo que está haciendo Iván, tan evidente su fortaleza humana y cuanto ha hecho por lograr un país en paz que, este gobierno de pisapalabras e inepto frente a los pisavidas, tiene miedo, porque no es un gobierno hecho a prueba de verdades.

A la actual Casa de Nariño le asustan la paz y sus quijotes. Le encanta la mano dura de los bravucones, y le rompe el libreto, la voz serena de los valientes.

En cualquier país funcional lo indeseable es la violencia; pero nosotros estamos tan pésimamente gobernados y hay tantas prioridades tergiversadas, que es la no violencia la que despierta sospechas y es perseguida y observada con zoom y desconfianza.

Por eso, también, suceden cosas como el reciente espionaje al apartamento del exministro Juan Fernando Cristo. ¡Ojo!: los espiados pasaron 6 años de su vida tratando de acabar una guerra de más de 50, y la noche del miércoles estaban hablando de paz y verdad, dos temas revolucionarios y turbulentos para los ojos huecos de este gobierno.

¡A ver! Cada niño con su boleta, y que les quede claro al señor Rugeles, y a quienes le dan las órdenes: La clandestina no fue la reunión. Tampoco son clandestinos nuestro Premio Nobel de Paz, ni el presidente del partido político FARC, ni el anfitrión o los senadores asistentes. Lo que sí traspasa el limite de lo grotesco y cae en lo ilegal, es invadir la privacidad de la gente, desconocer que la propiedad privada es pri-va-da, tomar fotografías a escondidas y difundirlas con retrógrada malicia.

En serio: ¿Vamos a resignarnos cual sapo hervido, a estos pasos de animal grande que criminalizan a la izquierda, burlan recusaciones y poderes y convierten el disenso en la antesala del patíbulo?

Necesitamos y agradecemos el respaldo internacional, y un frente común inquebrantable y libre de egos, para proteger nuestra democracia, la justicia y el Acuerdo del Teatro Colón. Y la vida de Iván Cepeda. Mis cartas están sobre la mesa, y me las juego por él. Por él, y por un país que sea capaz de reconciliarse.

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