El nuevo gobierno uruguayo encabezado por Luis Lacalle Pou, que asumió el 1 de marzo de este año, puso término a 15 años de gobiernos frenteamplistas. Lacalle ganó al mando de una coalición multipartidista, donde destacan los partidos tradicionales –blancos y colorados- y Cabildo Abierto, partido de extrema derecha liderado por quien fuera jefe del Ejército uruguayo. Lacalle, en su elenco ministerial incluyó a Ernesto Talvi, economista y líder político de una de las corrientes del partido colorado, Ciudadanos. Alcanzó a durar tan solo 4 meses como ministro de relaciones exteriores. Renunció con una frase para el bronce: No es lo mío.

Las especulaciones no se hicieron esperar, y si escribo esta columna es para reflexionar sobre su significado que va más allá del caso puntual.

Las razones dadas por él dan cuenta de que otra cosa es con guitarra, de la diferencia entre la teoría y la práctica. No solo renunció a la cancillería, sino que al primer plano político para retornar al mundo de donde viene, el académico. Al renunciar afirmó que la política es una actividad noble y necesaria, pero que no es el lugar en el que se siente más cómodo, y que prefiere hacerlo desde el liderazgo intelectual, técnico y formando jóvenes con vocación de servicio público.

Las malas lenguas sostienen que la renuncia obedeció a su incapacidad para ser parte de un equipo ministerial sin ser el número uno, y por lo mismo, tener que subordinarse al presidente de la república. Con su decisión dejó en la estocada a sus seguidores, a quienes representaba. Mal que mal al interior de su partido, el colorado, en las elecciones primarias había logrado aventajar, no sin sorpresa, al experimentado y octogenario político y expresidente de la república, Julio María Sanguinetti. No solo renunció como ministro, sino como senador al abandonar la banca para la cual había sido elegido.

Desconozco si las razones reales son las que Talvi ha dado o las que pregonan las malas lenguas. De ser las que dio él son de una franqueza demoledora pocas veces vista y muy poco habitual en el mundo político donde por lo general se esquivan los motivos de fondo. La política real, en vivo y en directo, en su praxis, no tiene nada que ver con la teoría, con la academia. Trata del poder duro y seco, que requiere cintura política, capacidad de adaptación, de transacciones, que no pocas veces exigen renunciar a convicciones.

La expresión “no es lo mío” es muy decidora. Es lo que ocurre cuando uno se siente como pollo en corral ajeno. Da cuenta de las dubitaciones, debilidades del hombre real que nos acosan día tras día. Cuantas veces no nos hemos embarcado en aventuras que no se avienen con uno mismo. Cuantas veces queremos recorrer una senda, creyendo que la conocemos o que simplemente queremos recorrer, pero a poco andar nos percatamos que no era lo que creíamos? O bien nos damos cuenta que no tenemos dedos para el piano. Una cosa es lo que se quiere y otra lo que se puede. Congeniar ambas no es broma.

A mi manera, como diría Frank Sinatra, Talvi reconoció que una cosa es jugar el partido embarrándose en la cancha, y otra verlo y analizarlo desde las graderías. Guardando las proporciones, a mí me pasó algo similar. Creo en la política, pero no me acomoda su práctica.