Por: Nan Frydland

Cuando John Lewis(*) se dirigió a Montgomery en 1958, yo también fui. Él iba a conocer a Martin Luther King, y mi madre me llevaba a conocer a mis abuelos. Mi madre no era una extraña en Montgomery, ya que vivió allí hasta que la Gran Migración arrasó con sus padres en 1938, y por este motivo nací en Nueva York. Fue allí donde forjé mi identidad, aunque pasaría relativamente poco tiempo de mi vida en el estado donde ambos lados de mi familia trabajaron desde 1734. Esto comenzó con un incidente en una reunión familiar en Wetumpka. Yo tenía casi cinco años.

Dentro de un bullicioso restaurante familiar, insté a mi madre a que me mostrara el camino al baño, pero una camarera me señaló un pasillo. Yo sabía qué debía buscar y estaba orgullosa de las palabras que reconocía (las palabras visuales, como las llaman los profesores de inglés), aunque todavía no sabía leer. Me paré frente a dos puertas que tenían escritas palabras que no conocía, y la camarera me ayudó de nuevo.  «Ahí dice blanco», señaló con su cabeza a una puerta, «en la otra dice de color». Puse mi brazo contra la pared blanca. Ciertamente mi brazo no era de ese color, especialmente en agosto, cuando mi piel se ponía oscura como una castaña. ¿Pero qué color era «de color»? De vuelta a la mesa llamé la atención de mi madre, y ahora gritando con urgencia, pregunté: «Mamá, ¿de qué color soy?». En ese momento, me dio la impresión de que cada cuchillo y tenedor golpeó la tabla antes de que el silencio llenara mis oídos. Luego se escuchó el grito de mi abuelo: «¿Cómo es que crías a esa chica sin decirle de qué color es?», y mi madre me apartó de un tirón. Es difícil transmitir el terror en la atmósfera de ese evento. Todo el restaurante parecía bullir con una fuerza malévola que me aterrorizaba con su intensidad. Me desconcertaba porque no comprendía cómo podía evocar esa respuesta.

«Porque así es como es». –dicho por los padres de John Lewis

Cuando les pregunté a mis padres por qué Alabama era diferente a Nueva York, me respondieron: Porque así es como es. Pero incluso al ser pequeña, sabía que estaba mal. También había algo malo con todas esas barracas donde los niños negros jugaban en la tierra justo al lado de los blancos, quienes eran los propietarios de bonitos patios llenos de flores. Mi abuelo a menudo conducía hasta una barraca, donde los niños negros corrían para recibir un poco de nuestra pesca en el pantano. Vi esas caras, y me estremecí cuando nos fuimos. Los psicólogos dicen que el sentido moral de un niño se forma a la edad de seis años, y yo sé que en mi caso fue así. Durante las siguientes visitas de verano a Montgomery fui testigo del racismo sistémico en los autobuses, en las cafeterías, en las viviendas. El impacto de estas experiencias, combinado con imágenes de brutalidad en la televisión y la literatura que devoré, se convirtió en una especie de trauma de la que no me pude liberar. Como Eddie S. Claude, Jr. describe la experiencia de James Baldwin en Begin Again, «su propia sensación de estar atrapado por todo esto pesaba mucho en la forma en la que se movía por el mundo». Incluso en mi propia piel privilegiada, yo también me sentía así.

Cuando tenía casi quince años, en el verano de 1968, mi padre decidió que ‘ya era hora’ de que dejara de leer «esos libros de palabras con N y me interesara por los chicos». Él y su amigo Al, quien trabajaba para George Wallace y se jactaba de emitir votos fraudulentos, decidieron que el hijo del amigo sería una buena primera cita. Al Jr. me recogió en el caddie amarillo de su padre y me violó impunemente en el piso de la sala de su familia. Se me ordenó que mantuviera la boca cerrada para proteger al violador y a su padre.

En 1969 asistí a la Escuela Secundaria Sydney Lanier en Montgomery, junto con Al, Jr. y George Wallace, Jr.  La policía formó una fila en los pasillos. Aunque en las aulas había integración, en la cafetería no era así. Yo no era bienvenida en las mesas ni de blancos ni de negros pues era despreciada como mulata por mi piel morena galesa, pero finalmente me hice amiga de una chica negra y fui a su casa. Cuando entramos en la casa su madre dijo en voz alta sin que la pudiéramos ver: «Henrietta, ¿eres tú? Será mejor que limpies esa sucia habitación ahora mismo. ¡Eres tan perezosa como una mujer blanca!» Y de repente se paró frente a nosotros, mirándome con una mirada desconcertada. Me reí. «¿Sabe qué? ¡Mi abuela dice lo mismo de ustedes!» Y los tres nos reímos hasta la saciedad.

Desearía que más blancos tuvieran las experiencias que yo he tenido, tanto con negros como con blancos intolerantes. Mis experiencias no dejaron espacio para identificar las fuerzas malignas que actúan en América, lo que Baldwin y Claude llaman ‘la mentira’ sobre la que camina la América blanca, fingiendo no saberlo. Pero una vez que se ha despertado, no se puede volver atrás. Es como si alguien admitiera que es un alcohólico. Esa persona ya no podría volver a fingir que es un bebedor social. Tampoco uno puede mentirse a sí mismo sobre aquel hombre blanco que esperaba que tu nieta recogiera algo que se le cayó en el suelo del supermercado solo porque es negra. Nunca puedes pretender que es una coincidencia que el guardia de seguridad que te ha visto una docena de veces te siga cuando estás con tu novia negra. No puedes pretender que la luz del taxi se apagó porque era hora de ir a casa, no porque estés con tu novio negro.

Habla, di lo que piensas… Encuentra una manera de crear la comunidad amada… un mundo de paz.  –dicho por John Lewis

Ser testigo de la injusticia social, ser objeto de una agresión sexual, ser traicionado por las personas responsables de protegerte, puede encender el fuego de la rabia dentro de un alma. Ta-Nehishi Coates habla de la amenaza en «Entre el mundo y yo», una amenaza omnipresente incrustada en la propia atmósfera de América, que a veces se manifiesta a través de pandillas que pueden acercarse sigilosamente por detrás, pero es aún más insidiosa por el desconocimiento de cómo podría aparecer a continuación. Sé que mi trauma familiar es fundamentalmente distinto del sometimiento a un ataque prolongado contra toda una población a nivel nacional, pero como me identifiqué con el «sentido arraigado de que algo importante… había salido mal», como escribe Coates en The Beautiful Struggle, mi responsabilidad moral es estar comprometida con el cambio.

Cuanto más leía para darle sentido a un sistema insensible, más intolerante me volvía, y no encontraba el fin de mi rabia contra los hombres blancos. La muerte del movimiento por los derechos civiles antes de graduarme de la secundaria significó que me encontraba sola para expiar los pecados de mi padre, mi abuelo y mi bisabuelo. Me senté en la parte de atrás del autobús de Montgomery, les di mi ropa usada a los niños negros cerca de nuestra zona de pesca, y me inspiré en los libros de James Baldwin y Ralph Ellison para que me guiaran. Yo también me sentí invisible, traicionada e impotente. Yo también experimenté la hipocresía de los cristianos mezquinos y dejé la iglesia de mi infancia. No encontré ninguna dirección en sus palabras, sólo el consuelo de que no me equivocaba en mi visión del mundo.

Eventualmente, fui a trabajar para la NAACP LDF, procesando las suspensiones de ejecución y leyendo sobre el racismo sistémico en los informes presentados contra los departamentos de policía de Memphis y Nueva Orleans. Estudié para convertirme en una abogada de los intereses públicos en el City College y me convertí en una vociferante miembro del sindicato en la Universidad de Nueva York. Durante un tiempo, dirigí una oficina de servicios legales donde abogados blancos honrados defendían a clientes negros, pobres y mujeres. Pero mi rabia interfería con el hecho de meterme en buenos problemas y se dirigía cada vez más a los blancos bienintencionados de clase media que simplemente no creían que hubiera más racismo en Estados Unidos. Me enloqueció. Simplemente no podía creer que la gente blanca educada no viera la evidencia del racismo en los bancos, la educación, la vivienda, el empleo y la sociedad en general. Parecían peores que mis pobres e incultos antepasados sureños porque no sólo eran ignorantes, sino también colaboradores.

Con mi retorno a la universidad a mediana edad, se me ofreció la posibilidad de redención, aunque no lo sabía en ese momento.  Un amigo me preguntó si quería un trabajo enseñando inglés por la noche, y descubrí por primera vez en mi vida que tenía algo que dar a los demás. Me hizo llorar en el estacionamiento y trabajar más duro de lo que había trabajado en mi vida. Para servir mejor a los inmigrantes adultos, volví a la escuela y obtuve un título en la enseñanza de TESOL a adultos con bajo nivel de alfabetización.

«Usa lo que tienes, usa tu educación… es tu tiempo. » -John Lewis

A través de la enseñanza, me he convertido en una mejor persona. En los últimos quince años, he encontrado el propósito de facilitar a los estudiantes el proceso de encontrar una agencia para cambiar sus vidas, para cuestionar el status quo, para convertirse en ciudadanos con derecho a voto, y para descubrir el patrón de racismo en América y hablar en contra de él. Uno de mis estudiantes fue recientemente parte de una colaboración entre MOFAD y Eat Offbeat llamada Food for Thought: Explorando las experiencias de los refugiados negros en América, en la que habló sobre el racismo que encontró a su llegada de la República Centroafricana. Muchos de mis estudiantes adultos del África occidental y de Haití señalan el racismo como el obstáculo más difícil para su adaptación a un nuevo país y su incapacidad para encontrar seguridad como inmigrantes y refugiados es desgarrador.

Fui testigo del racismo y la injusticia social en América cuando era joven, y del racismo y la injusticia social durante los últimos seis decenios. Ahora, libre de amargura, soy testigo de la posibilidad de la redención de este país. He trabajado por la libertad de otros, y tengo la obligación moral de continuar haciéndolo, por la abundancia de libertad y privilegios con los que nací, como una americana blanca. Gracias, John Lewis, por las órdenes que nos dejó de caminar con el viento. Porque vivo en la tierra de los libres, no temeré ningún mal.

 

(*) John Lewis fue un activista estadounidense que siguió el legado de la desobediencia civil y la noviolencia de Martin Luther King. Participó y lideró las marchas pacíficas en contra de la segragacion racial y fue brutalmente golpeado por la policía durante el llamado Domingo Sangriento en Selma, Alabama. Llegó a ser congresista de los EEUU por 17 veces continuas.. John Lewis murió el 17 de Julio de 2020.


Nan Frydland, MFA, MEd TESOL, es una educadora que practica una pedagogía culturalmente sensible en la educación de adultos en lo que se refiere a los inmigrantes y refugiados poco alfabetizados.


Traducción del inglés por Alanissis Flores