Por Ricardo Silva Romero*

Mientras pasa este texto, un colombiano está contemplando la posibilidad de que lo maten. Porque acá es así. Porque se lo han advertido como advirtiéndole un último castigo. Y sin embargo, a pesar de los rumores de que ahí vienen ya y de los vaticinios inapelables, todo asesinato es una sorpresa, todo asesinato es por la espalda. Cuando le dispararon a la entrada del Puente Aéreo de Bogotá, cuando se vio a sí mismo ultimado como entendiendo que a uno sí puede pasarle lo que le pasa a otro, el líder de la UP Bernardo Jaramillo le dijo a su esposa “mi amor… no siento las piernas… estos hijueputas me mataron… abrázame y protégeme que me voy a morir…” para que de 1990 en adelante fuera claro que ni los mártires se resignan a nuestra violencia.

El relator de la ONU Michel Forst dijo en febrero de este año que Colombia es uno de los países más peligrosos del mundo para la defensa de los derechos humanos. Y, como las cifras no describen el drama que es cada caso, un grupo de columnistas –al que me sumo– se ha propuesto contar las vidas de los líderes asesinados. Hay que contarlas, una a una a una, hasta que sea claro que tanto los verdugos como las víctimas están entre nosotros, y sea obvio que no ha habido nada sobrenatural –la mera posibilidad, permitida por cada cual y por todos, de dañar trágicamente al otro– en este horror que ha tenido cara de tradición.

Hay que contar que el lunes festivo 7 de enero de 2019, cuando fue fusilado en su propia casa en el barrio La Victoria del municipio de Cartagena del Chairá (Caquetá), delante de su familia, por dos sicarios de quién sabe cuál de las bandas de traficantes de la región, el presidente de la junta de acción comunal Miguel Antonio Gutiérrez era un cuarentón de camisas de cuadros cansado de tragarse la sonrisa de siempre por culpa de los hostigamientos de los últimos seis meses: “La comunidad hace un llamado al Gobierno para que haga presencia”, “se está ofreciendo una recompensa de hasta diez millones de pesos”, “recibía constantes amenazas, pero su labor no paraba”, se dijo entonces.

Hay que contar que el martes 15 de enero de 2019, cuando ciertos miembros del Eln, sembradores de minas antipersonas, rompieron su propia tregua para llevárselo y matarlo en una vereda de Montecristo (Bolívar), el combativo Víctor Manuel Trujillo no solo era un veinteañero que cantaba sobre justicia social sin pelos en la lengua y con gafas oscuras, sino un respetado líder comunitario que tenía encima tanto a las autodefensas como a los guerrilleros por haber participado en el paro de 2013: “Ofrecieron recompensa por mí, querían arrestarme porque yo los dirigí…”, canta, sonriente, en el coro de su canción sobre las protestas, “¿están pa’ ayudarnos o están pa’ joder?”.

Hay que contar que el miércoles 20 de febrero de 2019, cuando su cuerpo ya no pudo recuperarse, en el hospital de El Tunal aquí en Bogotá, de los disparos que un delincuente borroso le pegó en la polvorienta cancha Los Güires del barrio Cabañas del Río (Arauca), la lideresa comunal Zaira Bellasmín Pérez era la vocera del sector, pero sobre todo era la madre de tres niños y cuatro niñas: “Estamos indignados de ver lo que ocurrió –declaró un habitante del lugar a El Mirador–: esta era una señora que a todos nos colaboraba en lo que podía, no tenía plata, ni nada, pero ella se movía por cualquier persona y gestionaba, y sentimos impotencia y frustración porque en eso se ha convertido la cancha de los Güires”.

El martes en la mañana el instituto Max Planck reveló el descubrimiento de otro sistema solar, como el espejo del nuestro, con un planeta semejante a la Tierra: ojalá exista allá una Colombia al revés en la que matar no sea una función corporal.


* Para muchos, el mejor novelista vivo de Colombia. Sus libros son un éxito editorial garantizado, y sus columnas están llenas de contenido social, denuncia y lenguaje literario. Columnista de El Tiempo.

 

Este artículo es parte de una serie escrita por columnistas colombianos, en memoria de los líderes sociales asesinados en su país. Lea otras columnas ya publicadas en Pressenza, en este enlace.

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