Hace tres meses casi que estoy “encerrado” en casa. Entre comillas porque al relajarse las restricciones, me relajé. Pero una semana entera, lo juro, hice la experiencia de no salir. Así, esta noventena argentina me ha servido para observar esto del tiempo.

Venía golpeado por la aceleración que se vivía. Ya desde fin de siglo sentía que el tiempo corría cada vez más rápido y eso de que las pulsaciones del campo magnético del planeta estaban acelerándose, me dio una explicación insuficiente.

No tengo los conocimientos para impugnar esa teoría, pero prefiero los condicionamientos vivenciales, que puedo experimentar en vivo y en directo, a los causalismos ajenos a mi intención, aunque crea en la existencia de los campos magnéticos y la perciba de tanto en tanto. Los astrólogos serios no la pifian tanto.

Mi condición personal es que soy abogado y como tal, hace 50 años que vivo sometido a plazos impuestos por el rito tribunalicio, con lo que también tengo cierto entrenamiento cardíaco como consecuencia. Ni en mi tiempo libre me libro de su perniciosa influencia, porque lo utilizo para recuperar los atrasos, aún en vacaciones. Así que, esto de estar sometido a términos que se vencen es tan cotidiano que no podía ver bien cómo era la dinámica que imponen.

En la cuarentena hubo términos también. Cuando la presentí, me relajé y zambullí en Netflix. Después preparé un trabajo al galope para un congreso que se frustró y, finalmente pude ponerme a trabajar los atrasos, como tenía planeado. Y me la prorrogaron. Entonces respiré aliviado porque podría hincar más hondo el cuchillo y me puse a ordenar el estudio (15 kg. de papeles tiré). Y me la volvieron a prorrogar cuando ya tenía los plazos calzados para redondear lo pendiente. Y la volvieron a prorrogar por… ya perdí la cuenta. Sobre todo porque en la última quedé pivoteando en el aire. Y ahí se me hizo claro.

Sabía por experiencia que los objetivos que me plantea mi trabajo operan, más que como zanahorias, como látigos, aunque estén por delante y no atrás. Claro está que muchos tienen que ver con logros y ya no son látigos. Fueren lo que fueren las figuras que se aparecen, son imágenes, representaciones que se emplazan en un momento futuro y desde ahí, traccionan. Esto es raro, pero es así.

Sabiendo esto, podría ponerme yo esas imágenes, eligiendo el objetivo… Quise hacerlo, pero Netflix… O, después, enamorarme. Maravilloso, vital y nutritivo pero el pescado sigue sin vender. Pese a que la pescadería funciona aún con cuarentena. No puedo quejarme de la máquina montada, pero ya es como un carro sin carretero y ése, tendría que ser yo.

No se trata de andar a los tumbos por un camino y al mismo tiempo, por otro. O desviarse en un cruce porque sí. Es cierto que mi tarea principal autoasignada hace tanto tiempo es conocer cómo funciona esto, pero por lo menos, gozar un poquito… Porque si bien mis logros en la autoobservación me gratifican, consolidan y dan consistencia, el futuro reclama por ese vacío que lo llena.

Vivir sometido a la dinámica que impone este sistema de vida es como jugar al ping pong en tres o cuatro mesas simultáneas. Agota. Por algo, tanto infarto, tabaco, alcohol, droga. Sin darme un tiempo para elegir, lo más probable es que elija mal (siempre se elije) y la frustración sobrevenga. Allí está la palma de la mano de un dios en mi caso, pero no deja de ser un consuelo confortable.

Lo cierto es que el tiempo abona el corazón. Cuando corro las cosas, aparece otra “cosa” que late en mi pecho Y ésa, sí que vale la pena.

Tampoco es que no salgan cosas. Salen pero casi de casualidad. Porque en definitiva, algunas imágenes se fijan en mi anhelo y de pronto ¡oh, sorpresa! Aparece eso que sin querer queriendo, quería.

Todo esto suena a demasiado personal, lo sé, pero tu vida ¿es tan distinta?

Voy a ver si me pongo un poco más serio, pero será en la próxima porque ésta se alargaría más de lo deseado.