Las sociedades actuales están experimentando una fase de desmoronamiento de los valores y las reglas en todos los campos, dominadas por estructuras oligárquicas guerreras, tecnológicamente poderosas como nunca antes, siguiendo una lógica de autodestrucción global. La gran mayoría de los pensadores y expertos han descrito nuestra situación actual como una «emergencia» (medioambiental, energética, sanitaria, social, política, económica…) y presentan la «resiliencia» como la respuesta más eficaz. Pero si queremos salir de estas crisis, no necesitamos una versión más resistente del sistema, sino un nuevo sistema.

Cero cambios estructurales

Al comienzo de la pandemia de Covid-19, muchas personas pensaron y esperaron que hubiera sido una oportunidad histórica para cambiar nuestro sistema de producción, consumo y convivencia. Hoy en día, ha quedado claro que esto no sucederá. La gran mayoría de los líderes mundiales no tienen la intención de cambiar los principios y las reglas del sistema dominante. Todos ellos presionan por un retorno a la «normalidad».  La recuperación del crecimiento del PIB, de los resultados financieros, es el imperativo concreto número uno.

Los fuertes grupos económicos y estatales siguen acampados en la defensa de las patentes (privadas y con fines de lucro) de medicamentos, tratamientos y vacunas contra los virus. La Asamblea Extraordinaria de la Salud de la OMS rechazó, bajo la presión no negociable de los Estados Unidos y del mundo de los negocios multinacionales, cualquier referencia, aunque no sea legalmente vinculante, a la vacuna anti coronavirus como una vacuna común global, un bien público mundial.  La pandemia no dará lugar a un cambio estructural en el régimen de propiedad intelectual sobre los organismos vivos (ese tipo de patente fue introducido por primera vez por los Estados Unidos en 1980). El sistema «normal» de antes permanecerá intacto.

Tal y como están las cosas hoy en día, ningún cambio «en respuesta a la pandemia» será estructural. Por el contrario, es probable que los cambios que se produzcan vayan en la dirección de una mayor oligarquización de la sociedad y militarización del mundo, una mayor deshumanización de la vida y el aumento de las desigualdades entre los pueblos y las comunidades humanas.

¿Por qué? Porque la pandemia no afectará significativamente a ninguna de las tres principales potencias mundiales imperiales que dominan hoy en día: a) el sistema capitalista globalizado, b) el sistema político-institucional de los estados «nacionales» soberanos, y c) el sistema tecnocrático de las nuevas oligarquías planetarias basado en la mercantilización y la privatización del conocimiento/ciencia.

El mundo cambiaría si el objetivo que se persigue es poner fin a

  • el sistema capitalista financiero comercial, agrícola, industrial y tecno-científico que se ha impuesto en la Tierra como el «sistema dominante» en los últimos dos siglos. El sistema capitalista ha esclavizado al mundo, la creatividad individual y colectiva de los seres humanos, y a la Tierra en busca de un rendimiento financiero a corto plazo.
  • el sistema político-institucional de las comunidades humanas representadas por los Estados basado en el principio de «soberanía nacional absoluta». La «soberanía nacional» se ha ejercido cada vez más en nombre de la «seguridad nacional», es decir, la seguridad de los intereses y el poder de los grupos sociales locales dominantes. De ahí la creciente y aparentemente inexorable militarización de la economía y de la vida, es decir, el considerable poder de maniobra reservado en prioridad a las potencias militares, en particular a las potencias nucleares.
  • el nuevo sistema imperial de las oligarquías tecnócratas que, en la nueva fase de desmaterialización del conocimiento y la tecnología, está engullendo el poder de las antiguas oligarquías industriales y militares. Me refiero, de manera precisa, a la transferencia de poder de los reyes de los ferrocarriles o del acero del siglo XIX a la «Gran Farma» (basada en patentes sobre organismos vivos) y a la GAFAM – Google, Amazon, Facebook, Apple, Microsoft (basada en patentes sobre inteligencia artificial).

Entre todos los obstáculos que hacen particularmente difícil, algunos dicen que imposible, poner fin a estos viejos y nuevos «órdenes mundiales imperiales» el más importante está representado por los Estados Unidos.

Los Estados Unidos son el ejemplo paradigmático más fuerte de los tres sistemas en el mundo.

En cuanto a la sociedad capitalista, ocho de las diez empresas más importantes del mundo según la capitalización del mercado son estadounidenses. En ningún otro país se ha pisoteado y rechazado el principio de la seguridad social universal como en los EE.UU. El gobierno de los Estados Unidos se opone firmemente a tratar cualquier medicamento o vacuna contra el coronavirus como un bien público mundial libre de patentes. La sociedad capitalista americana se encuentra a la cabeza del índice de desigualdad social de los países más «desarrollados» del mundo (miembros de la OCDE).  En las 10 semanas que transcurrieron entre el 18 de marzo y el 18 de mayo de 2020, el número de desempleados saltó a 40,9 millones mientras que, en el mismo período, los multimillonarios estadounidenses vieron aumentar su riqueza en 500.000 millones. En la era de Trump, como en el siglo XIX, el capitalismo estadounidense considera al pueblo negro afroamericano, a los pueblos indígenas y a los inmigrantes no blancos como una mercancía/trabajo a explotar. Con pocas excepciones, incluso en todas las instancias sociales internacionales y mundiales (tipo OIT…), la posición de los EE.UU. ha sido siempre la de defender los intereses de los poseedores de capital, a menudo en nombre de la seguridad nacional.

En cuanto a la soberanía/seguridad nacional, la reivindicación de los Estados Unidos de América de una soberanía absoluta ha mantenido la regulación del mundo basada en el principio del multilateralismo interestatal en un estado de inestabilidad e incertidumbre permanentes. Los EE.UU. siempre han dejado claro al resto del mundo que el multilateralismo sólo valía para algo y cuando permitía que las relaciones asimétricas de poder mundial no se desequilibraran en detrimento de los EE.UU.  Siempre que apareció el riesgo, los Estados Unidos no dudaron en no ratificar los tratados internacionales (hay al menos sesenta esperando la ratificación de los Estados Unidos); rompieron los tratados ratificados, especialmente los relativos a las armas nucleares; y se retiraron de las organizaciones o programas multilaterales (la UNESCO, acusada de ser pro-rusa; el Tratado de París sobre el Clima; ahora la OMS, acusada de ser pro-china). Los EE.UU. se han opuesto a la transformación del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente en una Agencia Mundial del Medio Ambiente y han rechazado cualquier forma de respuesta global, pública, cooperativa y sin ánimo de lucro al coronavirus.

La militarización de EE.UU. a escala planetaria lo ha convertido en el enemigo número 1. Los EE.UU. son el único país que ha utilizado la bomba atómica, el único que tiene alrededor de 1.000 bases militares en el extranjero, el único que tiene tantos portaaviones de propulsión nuclear como todas las demás potencias militares juntas, el único que gasta más del 40% de los gastos militares del mundo por año, el único que ha creado una Fuerza Espacial, considerando el espacio como el nuevo campo de batalla para su seguridad, soberanía y liderazgo mundial.

Por último, los EE.UU. están alimentando con entusiasmo los nuevos mantras de la sociedad digital y la realidad virtual y la vida robótica post-humana. Las corporaciones GAFAM, los nuevos señores del mundo, son estadounidenses. Ya han demostrado que piensan que sus elecciones son buenas para el mundo y que hablan en favor de la libertad, la verdad, los derechos, la igualdad, la fraternidad y la justicia.

Las fuerzas progresistas de los Estados Unidos han demostrado en los últimos decenios que les resulta muy difícil enfrentarse y tomar posiciones sobre la naturaleza y el poder de su país. Las adaptaciones y ajustes, incluso los dolorosos, son a menudo una tendencia más frecuente.

No veo, por el momento, otra salida: o los ciudadanos americanos logran cambiar el estado de cosas en su país, o vendrá la revuelta. Los Estados Unidos tienen ilegítimamente la llave de la vida de la población mundial y del futuro de la Tierra. Es hora de que los habitantes de la Tierra declaren su independencia de lo que representan los Estados Unidos. ¡Esto es más que transición y resistencia!


Traducción del inglés por Sofía Tufiño